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¿Qué tiene el influencer WestCol que les gusta tanto a los jóvenes?

¿Qué hace que personajes como Luis Fernando Villa, más conocido como WestCol, se vuelvan celebridades en internet? Un análisis del por qué –y a pesar de sus controvertidos mensajes– es un héroe de su generación.

19 de mayo de 2025

Como si se tratara de un mesías de su propio tiempo, Luis Fernando Villa Álvarez, más conocido como WestCol, nació el 24 de diciembre del año 2000, un año cuya llegada causó gran expectativa no solo por ser el que daba inicio a un nuevo siglo y un nuevo milenio, sino por ser uno de esos en que podría acabarse el mundo.

Se dijo que la humanidad se enfrentaría al “error Y2K”, según el cual el mundo podría colapsar debido a la falla informática que se produciría cuando los programas existentes, que escribían los años solo con los dos últimos dígitos, al pasar de 1999 a 2000, “creerían” estar en el año 1900, colapsando sistemas como la banca, las telecomunicaciones y el transporte.

Se trató del primer temor global por un caos informático que, sin embargo, no se convirtió en realidad y solo hoy, veinticinco años después, empieza a tomar forma cuando vemos a un “pelao” de 24 años ganando miles de dólares y siendo adorado por toda su generación, pese a soltar cada tanto frases como “yo no subiría a una gorda a mi carro, para eso están las grúas”

La llegada del año 2000 fue la llegada al mundo de ese “pelao” junto con unos 135 millones de nativos digitales, seres que al crecer inmersos en una gran saturación tecnológica digital, naturalizaron el consumo vertiginoso de contenidos vacíos, hicieron de las pantallas su manera de entrar en contacto con la realidad, de “entender” otras culturas sin moverse de su habitación, de crear amistades y enemistades, gestar movimientos sociales, inventarse negocios y convertir a los vecinos en modelos a seguir.

Pocos años antes de esta camada ya se habían levantado en el horizonte sus primeros ídolos: el canadiense Justin Bieber (31) quien mostró en YouTube su talento musical antes de convertirse en un éxito internacional; la venezolana Lele Pons (28) que subió sus sketchs de humor en Vine (red social extinta) sin imaginar que se convertiría en celebridad de internet y cantante, o la mexicana Yuya (32) que comenzó con tutoriales de belleza a los quince y ahora tiene su propia marca de maquillaje.

En Colombia, país en el que todo empieza más tarde que en el resto del mundo y hasta una tecnología tan veloz como internet se encuentra con obstáculos, WestCol (24), quien a diferencia de los héroes mencionados no tiene talentos evidentes, es uno de los grandes representantes de esta forma de vida en la que es posible hacerse notar, acumular millones de seguidores y dólares, y convertirse en empresario sin pasar por la aprobación de instituciones académicas, estatales o bancarias.

Es un héroe de su generación y su entorno popular, y esto no puede ser ignorado al momento de analizar sus mensajes machistas, homófobos, gordofóbicos, aporofóbicos y despectivos en general, pues aunque tengamos el impulso de exigirle que nos rinda cuentas y dimensione la responsabilidad que conlleva ser escuchado por tantos, esto no tiene mucho sentido si tenemos en cuenta que el ecosistema digital que sostiene su éxito no le exige sustancia, elaboración o sentido de la responsabilidad, y que la sociedad del “mundo real” poco se han interesado por entender y regular ese otro universo, al tiempo que poco o nada ha hecho por ofrecerle oportunidades de enriquecimiento intelectual o cultural a él y quienes hacen parte de su comunidad.

Quiero decir: quizás el mensaje que nos trae este influencer no tiene tanto que ver con él como con nosotros.

Hay que tener claro que WestCol es un “pelao” que nació en un pueblo ubicado a tres horas de Medellín llamado Ciudad Bolívar, y que tras una infancia marcada por la precariedad, el robo como forma de supervivencia y la convivencia con formas de violencia como el desplazamiento forzado, un día a los 15 años decidió muy brillantemente convertirse en Youtuber y Streamer de videojuegos, ofreciendo a quienes lo observaban un momento de parcería que resultó tan agradable, que le sirvió para ganar miles de fieles seguidores que migraron junto a él a plataformas como Twich y Kick, en donde miles pasaron a ser millones y con el paso del tiempo lo posicionaron como el streamer número uno de Latinoamérica, permitiéndole además cobrar entre 3.000 y 4.000 dólares por cada hora de transmisión.

Hablamos de una de esas historias de vida que nos conmueven, porque un muchacho logró superar un entorno de pobreza y violencia sin ayuda del estado.

El “pelao” gana doce millones de pesos por conectarse y permitir que miles de “pelados” y “peladas” lo observen diariamente a través de sus pantallas, mientras él habla vulgar y coloquialmente solo o con algunos invitados de temas tan variopintos como sus gustos, las criptomonedas, los detalles más jugosos de alguna polémica, o el lanzamiento de algún evento relacionado con sus emprendimientos, los cuales incluyen restaurantes, una productora musical, discotecas y renta de autos de lujo entre otros.

Hablamos también entonces de la historia de un joven y exitoso empresario que genera empleo, cosa que en muchas conversaciones de familias colombianas parece ser todo lo que está bien.

La mayoría de los temas que comparte WestCol son francamente irrelevantes, pero su estilo dicharachero y su disposición para contestar honestamente los mensajes que le dejan en el chat, hace que sea entretenido escucharlo, y en consecuencia que una buena cantidad de marcas estén dispuestas a pagar por su capacidad para sostener la atención de un grupo muy específico de seguidores que se ven reflejados en cada “brother”, “perro” o “socio” que verbaliza el anfitrión, y que admiran y aspiran a tener su cadena de diamantes, sus anillos y sus tatuajes. Una audiencia que ama la ilusión de poder tener mucho dinero pese a ser “gente de barrio que viene de abajo”, pero que además quiere creer que es posible ganarlo simplemente parchando con amigos delante de una cámara.

Hablamos de un modo de vida que se ha posicionado y naturalizado en el ecosistema digital que habitan 24/7 los nativos digitales, pese a que en el “mundo real” en el que al parecer solo viven para consumir, esta forma de vida no está al alcance de todos ni es necesariamente sostenible.

Así las cosas, cuando WestCol afirma: “si mi hijo me sale trans (...) Obviamente, mi reacción va a ser apoyarlo, apoyarlo contra una pared, meterle un palo por el culo para que vea que eso no es bueno” o “en Qatar no existen las mujeres bandidas (...) Porque si acá hubiera una mujer bandida (...) la prenden a latigazos. No hay malas, no hay bandidas, es el paraíso (...) Aprendan” no solo representa la voz de miles que como él han crecido al margen de cualquier tipo de reflexión sesuda sobre el destino de la sociedad, sino que además está siendo absolutamente coherente con la comprensión que puede tener sobre las formas de comportamiento en medio de las cuales creció sin que nadie se las cuestionara o le explicara el valor de cuestionarlas.

En una reciente entrevista con Juanpis González, que dura algo más de dos horas, al ser interrogado por cada una de las frases polémicas que ha dicho, quedó en evidencia que aunque WestCol es un joven muy inteligente y dotado de un innegable olfato para los negocios, es también un hombre de 24 años que no logra entender los límites del humor negro, que se queda corto para dimensionar si lo que hace genera un impacto positivo o negativo, que no se relaciona de ninguna manera con el poder de transformación social de su éxito y sus mensajes, y que está convencido de que ser hombre es tan “simple” como “ser varón”, y que ser mujer es tan “simple” como estar dispuesta a entregarse a un hombre.

Cuando le preguntaron si en verdad había dicho la frase “nada como una mujer hogareña, eso lo es todo. Una mujer que no le dé pena coger una escoba y barrer la casita” aunque en principio dudó de haberla dicho, cuando le demostraron que sí en lugar de re elaborarla la amplió así: “Una mujer hogareña lo es todo porque si usted tiene una mujer hogareña que hace las cosas bien en la casa y que lo atiende a usted bonito, usted también la tiene a ella al día, usted le compra su carro, la lleva a viajar (...) pa las uñas pal pelo, porque ella lo está atendiendo (...) yo llevo a mi novia a viajar porque la necesito conmigo es una necesidad mía (...) ella siempre va a querer viajar porque para eso somos pareja”

Más allá de las palabras, hay que ver la entrevista para notar sus gestos desprevenidos e incluso la ilusión con la que habla del asunto, la cual resulta equiparable a la de la princesa que sueña con encontrar su príncipe azul. No cuestiona la lógica de lo que está diciendo, cree que es lo correcto, lo mejor, lo deseable. No lo hace porque no puede. No tiene cómo hacerlo.

Hablamos de un colombiano de escasos recursos moldeado por una sociedad que no se interesó por facilitarle herramientas que le permitieran desarrollar una comprensión superior de su realidad, que no invierte en darle la posibilidad de formar un punto de vista elaborado o aprender a jugar con sus ideas. Una sociedad que solo se incomoda por su estrechez de pensamiento cuando tiene que verla y escucharla demasiado, pero que si no tuviera la amplificación que tiene ahora, no haría nada al respecto.

Si el machismo, la homofobia y la gordofobia de WestCol y su comunidad fueran asumidos realmente como algo sobre lo cual trabajar, en los colegios y los barrios populares de Medellín las clases de educación sexual integral serían la norma, y el compromiso por combatir la explotación sexual de menores o regular de manera efectiva el trabajo sexual en toda la ciudad tendría que ser evidente. La condena a la violencia contra las mujeres y la comunidad trans, tendría que ser algo visible más allá de las noticias de trans feminicidios y feminicidios.

Reducir la importancia de la voz de WestCol a sus comentarios machistas y su altanería, es de alguna forma querer ignorar al país desigual que no se interesa por la educación de los más pobres o por las violencias que han enfrentado durante generaciones y que permanecen estrechamente ligadas con su mirada machista del mundo. Es no querer hablar de cómo desde el año 2000 hasta hoy, la desidia por aprender de los ecosistemas digitales creyendo que eran solo un juego o hacernos cargo por las carencias producidas por la desigualdad social, han sido “solventadas” por un entramado de dinámicas virtuales, que actualmente han invertido el orden de las aspiraciones y las oportunidades, restándole importancia a la validación de los privilegiados, y entregándole oportunidades a quienes antes tenían que rapárselas.

La historia de WestCol, al igual que la de otros millonarios menores de treinta años que habiendo nacido sin oportunidades supieron sacar provecho de las redes sociales, es además de la historia del hombre que conquista una temprana estabilidad financiera, la del hombre popular que saborea una dulce venganza por todas las oportunidades negadas, al lograr ocupar un lugar de poder, sin tener que renunciar a las maneras de hablar, vestir y pensar del barrio, de las cuales se siente orgulloso. ¿Por qué tendría que sentir lo contrario?

Lamentablemente, es también la historia de una victoria que al carecer de conciencia social o elaboración de pensamiento, es fácilmente absorbida por el sistema que niega las oportunidades, con lo cual al final, no transforma nada de lo fundamental, no puede aportar un punto de vista sobre la vida, la violencia, el sexismo o el machismo, y exigirle que lo haga es apenas pedirle que juegue el juego de lo políticamente correcto, un juego que se ve muy bonito pero que a la larga solo sirve para ocultar las conversaciones difíciles bajo la alfombra.