Generación

El llamado de un títere: a 50 años del tradicional Manicomio de Muñecos, de Medellín

Son la primera aproximación al arte. No solo los niños los gozan. Han sido adorados por seres geniales como Federico García Lorca y Alfred Jarry. Como espectáculo en Colombia comenzó a mediados del siglo XIX y en Medellín, hay grupos que sobrepasan los 50 años. Un acercamiento al mundo de los títeres.

Comunicadora social-periodista. Escribe sobre cultura. Alumna de yoga y profesora de esta práctica para niños con @currucutubuhito.

hace 2 horas

Todo comienza con la sombra de las manos tras el fuego. Esa mano crea una forma. O quizás, da vida a un objeto. Lo anima. Le da alma. Esa es la génesis del teatro de títeres, un arte milenario que se cree comenzó en Oriente, 2.500 años antes de Cristo. Se han encontrado muñecos en las civilizaciones egipcias, indias y chinas. Se piensa que están relacionadas con ceremonias religiosas de estas sociedades primitivas. En San Agustín, Huila, estatuas monolíticas de más de tres milenios de antigüedad representan personajes con máscaras sostenidas por anchos bastones lo que sugiere una manipulación como títeres de bastón. Asimismo, en el Museo del Oro hay figuras articuladas de los quimbayas y de los muiscas que, según Ciro Gómez Acevedo, director del Teatro Hilos Mágicos de Bogotá y miembro honorario de Unima-Unesco (la organización internacional de marionetas), son vestigios del títere, no como espectáculo sino con una orientación ritual.

Esas figuras fueron evolucionando a través del tiempo, se les añadió movilidad y formas de manipularlos. Pero la esencia ha sido la misma. “La necesidad expresiva del hombre primitivo lo llevó a hacerlas vivir, representar, fingir todo aquello que taponaba su alma y que imperiosamente quería volcar al mundo que lo rodeaba”, dice la titiritera argentina Mane Bernardo en el libro Títeres: Teatro popular de Francisco Porras.

Es la expresión humana más básica. “Lo primero que le das a un niño es un sonajero o un peluche. Por eso el teatro de títeres es la conexión con la primera infancia. El objeto tiene esa magia, vincular con el ser, la posibilidad de dar vida”, dice Paco Pérez, fundador del teatro La Carreta de Elche, España.

Y seguramente esa conexión primaria se revive en el momento en el que el titiritero ve el trabajo de otro y sabe desde ese instante, con certeza, que eso es a lo que se va a dedicar toda la vida. Sin mucha explicación. Al menos así ha sido la historia de los titiriteros colombianos que llevan más de un siglo contagiando a artistas, niños y a adultos, sin distinción de edades.

Le sucedió a Liliana Palacio, fundadora de Manicomio de muñecos. Vio al Topo Gigio y a Plaza Sésamo en televisión y tuvo la certeza de que iba a ser titiritera. Igualmente, a Jorge Luis Pérez, que con sus compañeros Gilberto Arango y Luis Roberto Correa, decidieron hacer títeres luego de ver el trabajo de Jairo Aníbal Niño. Así crearon Títeres Renacuajo en 1972, que luego se convertiría en La Fanfarria.

Según Ana María Ochoa productora de La Fanfarria, “lo que comenzó en el garaje de la casa de los papás de Jorge Luis en Laureles, hoy es un grupo con 53 años y un festival de títeres de 34 ediciones. Hemos visitado más de 30 países y tenemos sede desde 1976”.

Historia de los titiriteros colombianos

En 1877, el señor Antonio Espina inauguró lo que se llamó el Pesebre Espina, en Bogotá. Era un teatro de títeres que presentaba variedades. En 1914, el antioqueño Sergio Londoño, hombre con múltiples habilidades manuales, creó a Manuelucho Sepúlveda, que era el típico paisa, pero encarnado en un muñeco multifacético. Este personaje se sumó a la familia de títeres populares que empezó en la edad media y que incluye a nombres como “Pulcinella” (Italia), “Punch” (Inglaterra), “Don Cristóbal” (España), “Kasperl” (Alemania) y “Guiñol” (Francia).

Antonio Angulo, otro de los icónicos titiriteros de Colombia, quedó prendado de ese arte al ver, en 1917, la presentación de La compañía de los fantoches líricos de Sallici, que visitó a Colombia. En 1936 se inauguró el Teatro del Parque Nacional en Bogotá que, desde sus inicios, fue concebido como un edificio especializado en presentar marionetas y títeres guiñol. Antonio Angulo fue su director hasta 1950, formó a muchos titiriteros y presentó cientos de obras.

En la historia de los títeres es impensable dejar de mencionar a Ernesto Aronna Solano, alumno y gran amigo de Antonio Angulo —tanto que le regaló todos sus muñecos antes de morir— y a Jaime Manzur, conocido por sus marionetas, ambos con cientos de anécdotas y momentos memorables.

A finales de los 70 comenzaron varios proyectos en Medellín, influenciados por Jairo Aníbal Niño y su agrupación Juan Pueblo. Se presentaban con muñecos en las reuniones políticas con obreros y sindicatos. Era un momento de mucha agitación política. Como en la antigüedad, los titiriteros, o más bien, los títeres, podían burlarse de los dirigentes con sátira. Como sucedió recientemente con el Tiny Desk del grupo chileno 31 minutos, que tuvo millones de vistas en tan solo horas en Youtube.

“Un verdadero teatro popular, que era el que hacíamos, debía llegarle también a los niños”, dice Cristóbal Peláez, director del Teatro Matacandelas, que comenzó a experimentar con los títeres luego de la fundación de su mítico teatro en 1979, lo cual fue una experiencia definitiva, que además, les permitió sobrevivir económicamente “titiriteando” en la desafiante década de los noventa. Hoy en día, a sus más de 70 años, Cristóbal solo actúa en las obras de títeres, porque disfruta la sensibilidad del público infantil, y cita la frase de Eugene Ionesco: “La única verosimilitud que encuentro es el teatro de los títeres”.

Según Ciro Gómez, en Colombia hoy existen 160 agrupaciones titiriteras estables (con más de 5 años de trayectoria continua). Dice que estos grupos exploran muchas de las técnicas: títeres de hilos o marionetas, teatro de sombras, títeres guante o guiñol, de varillas, teatro negro. Dice además que las temáticas se han diversificado: “Antes casi toda la oferta se basaba en adaptaciones de cuentos infantiles europeos. Ahora se encuentra en las mitologías indígenas y en otras fuentes, formas estéticas y relatos poco difundidos que se han adaptado y adoptado”.

El reto es la formación: “Aunque existen programas académicos superiores de teatro en las universidades, aún no se ofrece una carrera profesional en el campo titiritero”. Asimismo, dice que los apoyos del estado colombiano son muy limitados”.

Manicomio de Muñecos, títeres hace 50 años

Liliana María Palacio era una niña de diez años cuando decidió que quería ser titiritera. “Lo mío no fue un juego, fue algo serio desde el principio”. Tuvo la buena fortuna de que su familia la apoyó desde el primer momento y le permitían presentar funciones en la cocina de su casa, para las cuales incluso cobraba la entrada. El grupo cumplió en junio 50 años. Hace 35, Alejandra María Barrada, es su socia y es quien se encarga de la dramaturgia, la imagen gráfica y también es titiritera.

Tienen sede propia desde 2003. Es una casa en el barrio La Castellana, perfecta para recibir a los niños. Liliana y Alejandra estudiaron arquitectura y por eso, desde el momento en que vieron por primera vez ese espacio, empezaron a soñar cómo sería cada uno de los rincones, con soluciones prácticas a sus necesidades. Presentan funciones todos los sábados y domingos.

Ana María Arias, su esposo Santiago Fernández y su hijo Matías son visitantes frecuentes. “A mí me encanta Títeres para ver en pijama —dice Ana María—, porque es una experiencia de familia que hacemos el segundo viernes de cada mes. Me gusta la posibilidad de unir generaciones, porque a veces vamos con los abuelos. También que siempre hay un mensaje de inclusión, diversidad, valores. Es una oportunidad de alejar a los chicos de las pantallas y volver a lo básico y al arte”. Su esposo agrega: “Manicomio es un lugar que nos une, que nos conecta, primero con la diversión porque los adultos nos permitimos volver a ser niños, nos descrestamos con todas las técnicas que tienen, nos encantan las historias, nos reímos, nos asustamos, en fin, es una amplia conexión en un mundo conectado por otras cosas”.

Diana Carolina Toro es titiritera de Manicomio de Muñecos y se enamoró de los títeres cuando vio una de sus obras, La corujada. Más tarde, el grupo se ubicó a dos casas y una calle de donde vivía, en el centro de la ciudad: “Yo esperaba que llegara el fin de semana para ir a ver las funciones. Me emocionaba demasiado. En 2005 empecé a hacer parte de Atrapasueños, uno de los elencos de Manicomio. Me encanta desarrollar los personajes, los efectos, y ver la respuesta del público. Al ser titiritera me acuerdo de lo que yo sentía cuando veía títeres y así me disfruto la historia y la actuación”.

Manicomio de Muñecos ha llevado a escena 67 obras, ha visitado 11 países y 160 ciudades. Según Ciro Gómez, “la dedicación y tenacidad de su directora general y fundadora, Liliana, la han convertido en el motor de este proyecto cultural, junto con Alejandra. La limpieza y cuidado al detalle en sus puestas en escena, se agradece entre los titiriteros, siendo ejemplo de exitosa gestión y afinada atención a los espectadores en su sala”.

A Liliana y a Alejandra les parece importante dejar un legado. Hablando de lo especial que es el público infantil por su sensibilidad y todo lo que ofrece y la exigencia que tiene el trabajo con ellos. Cristóbal Peláez opina: “Considero que los títeres no son un arte menor. Por el contrario, es lo más cercano a la pintura, a la estatuaria. El teatro de títeres es un teatro de agitación”. Al pensar en Liliana o en otros titiriteros, Cristóbal agrega: “Una vida dedicada a los títeres es una vida muy bien dedicada”.