La Plaza Botero otra vez está abierta para todo Medellín
El maestro Fernando Botero siempre quiso que sus esculturas estuvieran a cielo abierto, dialogando con los ciudadanos. Lecciones que dejó el cerramiento de la Plaza.
Luego de la muerte de Fernando Botero en el año 2023, la Plaza que lleva su nombre y hace parte del conjunto urbano que se integra al Museo de Antioquia, ha ganado una mayor relevancia en todos los niveles; todo ello no sólo es consecuencia de los acontecimientos relacionados con su mecenas y autor, sino también por las múltiples tensiones que la han modelado y convertido en una prueba de resiliencia por su entereza y testimonio de ciudad. Por ello se podría decir que ésta es hoy uno de los lugares más interesantes para estudiar la relación entre cultura, arte, política y ciudadanía.
La Plaza empezó a cambiar de manera constante y casi sutil justo antes de la pandemia. El lugar único de las 23 esculturas donadas por Botero, recibidas con audacia por el alcalde de la época Juan Gómez Martínez, y que están protegidas por el bello edifico diseñado por Nel Rodríguez destinado desde 1999 para ser la sede principal del Museo de Antioquia. A sus desafíos del pasado, que son entre otros la tensión constante por el espacio público y la seguridad, se le sumaron señales de una nueva interacción enmarcada en la empatía que ahora parecía perdida a través de los cortes y puntas de navaja en las patas y bases de las esculturas en las que empezaron a leerse nombres, corazones y señales. La relación con el espacio y con las obras estaba apartada de la sacralidad del arte. El mito que la constituyó parecía que había dejado de ser compartido y lo que se imponía era por encima de todo la acción diaria de vivir o mejor de sobre vivir.
Previo a estos momentos, el Museo había creado acciones que llamaba Vive La Plaza, con el ánimo de mediarla, de acercarla a los diversos públicos, una acción que debe hacerse sin descanso y que es necesario retomar. Y es que la Plaza no es sólo el patrimonio, también lo son y sobre todo, la hacen las personas. La relación entre los edificios, las esculturas y las personas estaba cambiando porque así lo estaban haciendo las dinámicas ciudadanas: mayor pobreza y una especie de rumor de hombres y mujeres sentados incómodos en los muros que rodean al edificio esperando, esperando, esperando, esperando no se sabe a quién o a qué, tal como le expresaba Becket en la paradigmática obra que narra la esperanza en torno al futuro que vendrá pero que no se asoma.
Durante la pandemia, con el Museo cerrado, las calles desoladas y el centro de la ciudad bullendo en necesidades, recibimos las noticias de los intentos de pillaje que vivieron las esculturas, la primera por el derramamiento de pinturas o pegantes, y otra por el intento de despiece del bastón, la lanza y el espejo, que aún están pendientes por reponer. Gracias a la alerta inmediata y el apoyo de la Policía logramos recuperarlas de camino al lugar de compra de chatarra.
Posteriormente, y el hecho aún permanece fresco, fue la noticia de un cerramiento con vallas y tres puntos de ingreso a la Plaza controlados por la fuerza pública y decididos por el mandatario que regentaba el Distrito para el año 2022. Una nueva mutilación se haría, no ya en los objetos, sino en los ciudadanos. Sin mediar ni siquiera una mínima conversación con los vecinos, el cierre se anunció un domingo de enero para el lunes hacerse efectivo. Como fue costumbre en esos momentos, no hubo acción ni pública ni simbólica que valiera para revisar la medida, ni siquiera tuvo efecto la carta del Maestro Botero que pedía la restitución de la Plaza tal como había sido concebida: abierta, accesible y afectuosa. La cercanía ha sido y es uno de los paradigmas de la Plaza, esto puede palparse, literalmente, mediante la proximidad de las esculturas con el público gracias a sus pedestales bajos. Se recuerda especialmente como para el mes de septiembre, mismo año en el que sucedió la muerte de su creador, la Plaza siguió cerrada, acordonada por una frontera de descuido y suciedad de un lado, y del otro, exclusión, vacío y desconfianza. Esta huella negra sobre el piso duró un largo año, y fue tal esa vez la señal más clara de una mala decisión.
Para este 2025 y a propósito del cumpleaños 350 de Medellín, luego de este intrépido recorrido por una Plaza bella y contrastante, ya sin vayas ni cerramientos, podemos revisar los aprendizajes obtenidos y las rutas que estos mismos nos orientan. Uno de ellos, muy significativo, es la aprensión que ha expresado la ciudadanía en su conjunto en torno a la presión que hace el turismo. El cuidado que nos debe invocar en primera instancia es la de los ciudadanos mismos como los primeros dueños y usuarios de este espacio singular.
Otra lección podría decir que es la relación entre este espacio y otros en el Centro de la ciudad, tales como las demás plazas y parques que, a pocas cuadras, configuran o podrían consolidar una red de arte, aprendizaje y ciudadanía, mencionaré algunas: Plaza Zea, Parque Berrío, Plaza Mon y Velarde, Plaza Monseñor Caicedo, y sus correspondientes edificios patrimoniales, como son la Catedral Metropolitana, Iglesia de La Candelaria, Centro Comercial Villanueva, entre muchos otros.
En tercer lugar, está la repasada idea de la recuperación del centro, frase que he venido escuchando desde los años 90, y que cuando se enuncia queda sepultada entre las huellas del millón de personas que “baja” a este corazón pulsante y vital. Un centro sin vitalidad no pasaría por ninguna de las características que he enumerado arriba. Yo quisiera alargarme en el cambio de un paradigma enunciado por unos e incomprendido por otros: el de un centro enfermo, muy enfermo; por el de un lugar que más que remitir al pasado es el espacio del futuro, el lugar donde están en escena algunas de nuestras tareas más pendientes, pospuestas, ausentes del diálogo y la concertación entre todas las fuerzas que componen a la ciudad. Las fuerzas del mercado y del ritmo frenético que han generado su propio equilibrio, naturalizado y aparentemente contenido por unas fronteras de calles y carreras; pero lentamente, lo hemos visto, ellas se han ido ampliando y expandiendo. Y se dice hoy: qué parecido esta este lugar al centro de la ciudad, y no es un cumplido.
La Plaza y sus palmeras hoy enfermas o ya muertas, los animales de una fauna urbana que vive de los desechos, las fuentes sin agua, y los hombres y mujeres que la viven, estamos interconectados en un tiempo que transcurre en medio de las relaciones que nos unen: algunas son tensas, otras pasan por el desinterés o la evasión, otras son admiradas por el patrimonio exhibido, y otras más sorprendidas por los contrastes. Todas ellas diseñan un tipo de ciudad, uno que nos refleja de una manera transparente.
Los años transcurridos a partir de ese 2022 nos han dejado una nueva herencia: la conciencia compartida sobre la importancia de la Plaza con sus atributos de apertura y vitalidad. Es también significativo el rol del Museo como cuidador y guardián del pulso que nos alerta sobre la constante necesidad de protección de las personas y del espacio que se entrelazan en un flujo intenso de vida y dignidad.
Como lugar turístico La Plaza es uno de los que convoca la mayor cantidad de visitantes que van por su atractivo artístico y su gratuidad, porque allí encuentran un guía que a su manera cuenta la historia que él mismo ha investigado o que ha oído de otros. Algunos van primero a la Comuna 13, y luego remetan en Botero su día de caminata en Medellín. Ellos y los ciudadanos que la cruzan de sur a norte, de oriente a occidente, hacen parte del mismo río, de un flujo vibrante y frenético. Como piedras que oxigenan la corriente, el Museo y las esculturas están presentes, también los hombres y mujeres que la cuidan y viven de ella; viven bajo las sombras que proyectan los edificios, los árboles, a la espera de una luz, de una esperanza.
La vida es intercambio y del tipo de estas interacciones hay mucho por trabajar desde la Plaza Botero y el centro de la ciudad. El arte con sus potencialidades ya ha expresado mucho de lo que puede hacer, lo que ha hecho durante estos más de 20 años, tanto desde la creación de este espacio como de su mantenimiento y relevancia. Pero también son claros sus límites.
La Plaza Botero que hoy tenemos es el resultado de las acciones hechas y pendientes hasta el momento, tal obviedad no sobra expresarse. Un cambio, una mejoría para su salud y vitalidad será la consecuencia de tomar nuevas acciones que actúen sobre todo en los seres vivos; de lo contrario, el futuro se verá como la sucesión de gotas que a pocos irán llenando la vasija, hasta desbordarla. Esta Plaza es nuestra herencia más palpable, un rostro claro de lo que vive el corazón.