La Mayoría del San Juan, de un potrero a un restaurante único
La Mayoría del San Juan se convirtió en un paso obligatorio de la región. Hoy emplea a 50 personas.
A orillas del río Cauca, en la vía principal que cruza el corregimiento de Peñalisa, en Salgar, se levanta el restaurante La Mayoría del San Juan, que ya forma parte del paisaje emocional del Suroeste. El origen, sin embargo, dista mucho del éxito actual, puesto que comenzó con un desplazamiento.
Carlos Restrepo llegó al Suroeste desde Urabá a inicios de los años noventa y encontró trabajo como administrador de una hacienda ganadera de 600 cuadras. Sin embargo, Carlos siempre cargó con un instinto doble. Era finquero por profesión, pero cocinero por pasión. Desde joven soñaba con tener un restaurante. Hasta que esa ilusión encontró una esquina estratégica. La vía entre Concordia y La Pintada, que durante años había sido casi intransitable, por fin fue pavimentada. El flujo de viajeros empezó a moverse por el mismo potrero donde él trabajaba. “Me dije: aquí es”, recuerda.
Para cumplir el sueño tuvo que hablar con los dueños de la finca. Primero les propuso ser socios, pero el propietario no quería alianzas, aunque sí le brindó el apoyo que requería para consolidar su sueño. En este sentido, le cobró un arriendo simbólico de $10.000 mensuales por el lote.
Carlos mandó traer un bulldozer, movió tierra y encargó a los arquitectos un diseño en forma de triángulo con vértices cortados. Para la creación de la carta, la familia entera se reunía a probar platos. Él y su esposa, ambos apasionados por la cocina, comenzaron a crear recetas propias que le dieran una sazón única al negocio. De allí nació el famoso “solomito a la criolla”, inventado casi por accidente una tarde en la cocina y convertido hoy en uno de los platos más pedidos.
El 13 de febrero de 1998 abrieron las puertas y desde entonces, el restaurante La Mayoría del San Juan se ha mantenido como un punto de parada obligatoria para viajeros y muleros. Años después, la visión de Carlos lo llevó a abrir una nueva sede en la vía a La Pintada, en donde mantienen el menú, la decoración y la esencia.
A medida que la familia crece, la empresa también lo hace. De cinco empleados pasaron a cincuenta. Su hermano Juan Esteban, ingeniero mecánico, asumió el mantenimiento. Su hijo Esteban, administrador de empresas, tomó la gerencia. Carlos quedó a cargo de lo que más disfruta, la calidad y el servicio.
Para él, gran parte de su crecimiento ha sido por el apoyo de entidades como la Cámara de Comercio de Medellín para Antioquia. “Yo soy un beneficiario infinito de la Cámara de Comercio”, afirma. Desde diagnósticos empresariales hasta programas como Fábrica de Productividad y Sostenibilidad, donde participa actualmente.
Este crecimiento les ha permitido mantener su esencia. Las recetas, la decoración, los uniformes y hasta los chorizos nacieron de esa obsesión por diferenciarse y honrar lo propio. “A mí me gusta que nada se parezca a lo de los otros”, dice. Por eso producen su propia morcilla, inventan sopas, amasan sus propias arepas y convierten cada plato en una pieza de tradición culinaria de las vías del Suroeste.