Histórico

A Jackson

03 de julio de 2009

Respetado, oído, bailado y ya finado Michael. En una sociedad plástica donde la gente cree que morir es algo que no es normal (debido a tanto implante, publicidad y tubería electrónica), uno se muere. Y fácil. Los organismos, sean los que sean y estén llenos de lo que estén, son elementos frágiles (basta ver la piel, las terminaciones nerviosas, las adiposidades, etc.). Y de nada vale creer que uno es especial o un escogido cuando el sistema orgánico, por cualquier motivo, falla. Nos morimos como en las tragedias griegas, cuando llega el turno. Y en esto de morirse, a pesar de que ya los nuevos funerales entregan al muerto en una urna que puede usarse de florero, del muerto queda la historia, su memoria, lo que quiso y eso en lo que falló. De usted quedan algunos ejemplos: quiso ser el que no era, habló como una máquina, le pareció que podía tener su propia burbuja de aire y se desfiguró al punto en que ya no le eran reconocibles ni los dientes. Pero fue cosa suya.

En La hora veinticinco , la novela de Constantin Virgil Gheorghiu, corre una teoría: la del esclavo técnico, ese que ha dejado de sentir que es él y se ha dado a copiar la máquina. Al principio copia al robot, pero después a cualquier máquina y su modo de percibir el mundo es a través de una programación de la que le queda imposible salir. Ese esclavo técnico que hace lo que la máquina le indica, ha perdido toda iniciativa y su tarea es convertirse en un reflejo de la maquinización o, como en su caso, en un laboratorio muy parecido al del doctor Frankenstein. Y, perdida la capacidad de trascendencia (que la da el ser humano), solo queda el cuerpo y lo que sigue es monstruosidad. Y es que la máquina no produce más que eso, pues está incapacitada para hacerse una pregunta. Ahí están los de mantenimiento.

Usted, querido Michael Jackson, marcó una época con su manera de bailar, de moverse como si fuera una marioneta y de cantar con voz de chip. Esto se le abona, pues los tiempos deben tener referencias para poder ser entendidos y codificados. A la par de sus actuaciones teatrales (bastante buenas por cierto), apareció la teoría de los clones, la de las mutaciones de figura y piel, la de encerrarse en sótanos especiales por si alguna guerra nuclear y la de quererse a sí mismo debido a la peligrosidad (por contagio, por ideología, por estilo de vida) de los otros. Nadie como usted representó el síndrome de Peter Pan, en el que nadie envejece, se actúa entre niños y se vive en la tierra del nunca jamás, donde los cocodrilos se tragan los relojes. Claro que siempre está la muerte, en su caso, disfrazada de capitán Garfio.



Michael Jackson, el rey del Pop. Nació en Indiana en 1958, cantó en una iglesia metodista, se hizo famoso y decidió cambiarse el color de piel, luego la nariz, después el pelo. Liz Taylor, ya vieja y gorda, trató de imitarlo pero no pudo. Descansa en paz, seguramente embalsamado, como vivió.