A Lepinski
Querida y resbaladiza Ilse, no es fácil dar con usted. Todo rastro suyo se queda en el año 1921, en alguna ciudad alemana con bailaderos de foxtrot, onestep y shimmy. De los dos bailes anteriores se decía que era posible bailarlos con las manos en los bolsillos, en tanto que abrazar o tomar de la mano a la pareja no era necesario. Del último, el shimmy, ya no se podían evitar las manos, pues se requerían para hacer figuras con el otro, permitía pasos largos, dar saltos en el aire y retomar a la pareja como si estuviera pegada a la cuerda de un yo-yo, lo que permitía dar buenos besos. Por esos días de posguerra (de esa guerra I a la que Karl Kraus llamó los últimos días de la humanidad), lo mejor era olvidarse de lo que había y estaba pasando. Usted misma, para evadirse de la inflación, sacrifica el sueldo de una semana en la compra de un par de medias. A buenas piernas, algo de pan llega.
De usted no hay datos físicos, sólo palabras. Pero por el tono vivaracho, por el desenfado en las palabras que usa y por la manera de burlarse y de admitir que los gordos son mejores bailarines que los flacos, la imagino más en disposición de vivir que de criar diablos o seguir consejos de espiritualistas y bendecidores fallidos, de esos que aparecen por ahí perdonando sin ser víctimas. Pero como digo, usted no es de ese bando y menos del grupo delirante de los que se quieren a sí mismos y, para excluir al otro, hablan con D-s y a la par son capaces de las acciones más obtusas y se pegan al dinero con hambre de lobo en invierno. Cuando el hombre (incluyendo a la mujer) pierde humanidad, la guerra no termina. Claro que usted, Ilse, no cae en estas aberraciones: se le nota la libertad.
Es evidente que los tiempos que vivimos, querida y fantasma Ilse Lepinski, no están para irse al cabaret ni creer que bailando y bebiendo se solucionan las cosas y menos se olvidan o se arreglan solas. Y si bien estos tiempos no son peores que los suyos -en los que, como los pintó Grosz, abundaron los desechos de la guerra, gente sin ojos y sin piernas, sin dientes ni orejas-, de alguna forma se parecen. Hay triunfalismo y rabia, masificación desmedida (de gente sola que se junta y sigue sola) y mucho miedo a ser tocados por temor a que se caiga la fachada. No sé qué pensaría usted de los remiendos ya que le gustaba bailar tanto. Es que de remiendos se vive en estos días, así son de pobres. Y de burdos.
Ilse Lepinski, personaje de Günter Grass, que aparece certificando el año 1921, en el libro Mi siglo. Le gustaba bailar y escribir cartas a los periódicos. Su pareja, dice ella, era un tal Horst-Eberhard, que poco tenía que objetar.