Putumayo, el mejor terreno para construir pirámides
El que no tiene más, con su mujer se acuesta. Esa es la parodia del consuelo, o mejor tragicomedia, con la que los putumayenses justifican su debacle.
Es un derrumbe social y económico que tiene más explicaciones que soluciones a la vista. El panorama no sólo es negro, sino que de este color ha sido siempre.
Cuestionar y señalar a un secuestrado que padece del síndrome de Estocolmo es tan injusto como hacerlo con el que toma agua sucia para sobrevivir. El que señale con el dedo inquisidor a los casi 300.000 habitantes de Putumayo por creer en DMG es tan irracional como aquellos que metieron sus ahorros en las pirámides sólo buscando la plata fácil.
Las captadoras ilegales, que tienen a medio país emproblemado y al otro medio juzgando, encontraron en Putumayo un caldo de cultivo perfecto. Una zona aislada, con una industria en pañales, por no decir que ni siquiera está en gestación, fue el escenario de lo que hoy tiene a Colombia resquebrajada.
Municipios como Valle del Guamuez (La Hormiga), Orito, Villagarzón, Puerto Guzmán, Puerto Asís, Mocoa, Sibundoy... en fin, la lista podría abarcar todos los pueblos del departamento y de todo el suroccidente colombiano, que le vendieron su economía a las llamadas pirámides. Pero la estigmatización que cargan por ser víctimas de una obnubilación de la “cultura mafiosa”, dista de ser totalmente incluyente.
El dinero fácil sí llegó. Pero permeó una sociedad más vulnerable que cualquiera en Colombia, una población que comenzó a gozar de los supuestos secretos de riqueza soñada y casi nunca conseguida.
La gestación de las pirámides
Las razones por las cuales Putumayo hoy es visto como la cuna de las pirámides son muchas. Tantas como para que quien las escuche de viva voz se enrede en una maraña de justificaciones válidas y contradictorias, sólo posibles de comprender si no propicia matrimonio alguno con las decisiones del Gobierno o con las de los “tumbados”.
La primera que esgrimen personas como Gustavo Moreno, un líder de proyectos de Comfamiliar Putumayo, es que “las pirámides encontraron un Putumayo con una gente acostumbrada a asumir riesgos”.
Gustavo, el hombre de la moto negra al que no se le nota en medio de su pulcritud ningún estrago del calor y de la humedad que entre sus coterráneos es un patrón común, lo relata de la siguiente forma: “La gente aguantó la caída del boom petrolero. Aguantó que los grupos armados ilegales les cobraran con plata y con vidas sus impuestos al gramaje de la producción de coca. También aguantaron que la región se convirtiera en un corredor para el ingreso de armas e insumos para el procesamiento de estupefacientes. Es más, el hecho de que esta sea una tierra de colonos dice que la gente que vive acá está porque le gusta asumir riesgos”. Y este caldense criado en medio de la selva, tiene razón. Solo personas sin media pizca de miedo son capaces de asumir el reto de conquistar Putumayo, más aún si la vía de acceso es la carretera Pasto-Mocoa, conocida como “el trampolín de la muerte”.
Pero, más allá del carácter forjado en medio de las dificultades, los putumayenses sí cedieron ante las golosinas del dinero en abundancia. El dicho “de eso tan bueno no dan tanto” no tenía asidero en este departamento, porque sencillamente “de eso tan bueno sí dieron, y mucho”, explicó uno de los vendedores de relojes y minutos de celular del parque de Puerto Asís, que dijo que no daba su nombre porque “como están de calientes las cosas...”.
DMG, DRFE, Global Network y cuanto negocio de portón y pendón en tela que dijera “inversiones”, encontraron un Putumayo con vías para las que la precariedad es un halago. El Banco Agrario y, en el caso de Puerto Asís, el BBVA, eran las únicas entidades financieras que atraían a los consumidores a ahorrar y la economía era movida por un negocio de la coca en decadencia.
“En una tierra donde la ganadería dejó de ser lo que era, las trilladoras y cultivos que se tenían casi desaparecieron, estas empresas encontraron espacios propicios para captar los dineros”, dice Edison Buesaquillo, secretario de Hacienda de Puerto Asís y alcalde encargado mientras el titular, Mauro Edilvio Toro, estaba con todos sus colegas del Putumayo buscando soluciones a la crisis con el Gobierno Nacional.
Buesaquillo explica que el fenómeno comenzó con DMG y ésta halló un terreno fértil porque “Putumayo siempre ha sido una economía emergente, nunca ha habido una presencia real del Estado. Entonces después de la bonanza cocalera, la gente se acostumbró al dinero fácil y a la ilegalidad. Era más fácil transportar un kilo de coca que un kilo de maíz”.
La gente del común
Entonces, una empresa que promete rentabilidades de hasta el 300 por ciento, que nunca dio visos de desaparecer con los dineros, que estaba visible a las autoridades por más de seis años y no había sucedido nada y que ostentaba los mejores locales de todos los pueblos de Putumayo, tenía cómo hacer de este departamento un búnker para sus operaciones.
José Melciro Gaviria, miembro de los comités de afectados por el cierre de DMG en Puerto Asís, le explicó a EL COLOMBIANO que metió su plata a la empresa captadora porque “si hubo sospechas en un principio sobre la empresa de David Murcia, éstas quedaron en el pasado porque nunca nos incumplió y en todo este tiempo el Gobierno sabía de ella, lo que la avalaba”.
Esa legalidad supuesta de DMG es resultado de un silencio estatal que cuando se le preguntaba desde Putumayo sobre esta empresa “comercializadora” registrada en Bogotá, y no en La Hormiga como se pensaría, no respondía y creaba un manto de legalidad sobre las operaciones que realizaba.
Este diario tuvo conocimiento de cartas enviadas desde las alcaldías y comités de comerciantes de la región en las que pedían certificación de la legalidad de DMG.
Una de ellas fue enviada por la ex presidenta ejecutiva de la Cámara de Comercio del Putumayo, Dilia Yela, al entonces alcalde de La Hormiga, Artemio Solarte, el 19 de septiembre de 2006.
En ella reza: “me permito poner en su conocimiento un temor generalizado de los comerciantes de este departamento frente a la presencia en nuestra jurisdicción de la sociedad denominada Grupo DMG S.A. (...) La desconfianza radica en lo reciente de su constitución, el crecimiento tan acelerado y el gran flujo de dinero que maneja, desconociéndose su procedencia su solidez financiera y administrativa”.
Las claridades que la gente pedía nunca llegaron. Así fue cómo los putumayenses decidieron empezar a vender las casas, las motos, las fincas para darle el dinero a DMG, ya que esta empresa duplicaba los valores invertidos en muy corto tiempo.
Las compraventas se llenaron de motocicletas y objetos que la gente metía con el fin de retirarlos a los seis meses, pero nunca volvían por ellos porque ya tenían plata para comprar todo nuevo.
Luis Humberto Mosquera Bolaños, otro de los que hace vigilia al frente de DMG en Puerto Asís, dice “no es mucho lo que yo tengo, pero yo estoy peleando por lo de nuestros amigos. El señor Presidente hizo un atraco, un secuestro. Nosotros los colombianos, los dueños de la empresa no queremos que nos secuestre de esa manera”.
Y es que el sentimiento generalizado de la autodenominada “gran familia DMG” es que la empresa debe seguir, que David Murcia debe salir libre y que el Estado debe responder por los perjuicios, aún cuando ellos mismos saben, en el fondo, que eso no puede, debe, ni va a suceder.
En conclusión, sólo alguien muy desconfiado, alguien que supiera el trasfondo del negocio de la rentabilidad exorbitante e inexplicable o aquel al que la plata no le alcanzaba sino para vivir el día a día, pudiera decir que No ante semejante carnada tan jugosa de dinero.
La mosca en leche
Roberto es otro que no quiere decir el apellido por seguridad pero sí se deja tomar fotos “porque parecidos a uno hay muchos”. Nació en Armenia hace 62 años, se crió en Cali y llegó en los 70 a conquistar Putumayo.
Ahora maneja un taxi de otro y la única explicación que le tiene a su no inversión en las pirámides es “porque no tengo plata”.
35.000 pesos le debe dar a su patrón a diario, pero también tiene que echarle gasolina al carro, lavarlo y buscar algo más para sobrevivir.
“Si hubiera tenido plata de sobra, con seguridad la meto. Todo Puerto Asís tiene plata allá y yo estuve a punto de meterla en DMG. (...) Yo no defiendo ni ataco a DMG, porque primero hubo desconfianza pero luego dio muchos frutos”, comentó.
De los frutos de los que habla Roberto (sin apellido) son oportunidades “de ahorro, invertir, pensar en mandar a estudiar los hijos al interior, comprar casas, fincas, en fin hubo plata y sueños, muchos sueños”.
DRFE quebró a DMG
En La Hormiga nació la empresa de un joven pelilargo que tenía una cámara, que contribuía con el canal local y que tenía un espacio radial en el que comenzó a captar sus dineros.
David Murcia Guzmán creó y creció su emporio de la captación, pero con seguridad no pensó que fuera otra pirámide la que lo fuera a meter en la cárcel y en los problemas jurídicos que ya todo el país conoce.
Proyecciones DRFE, de Carlos Suárez, llegó hace muy poco tiempo a Putumayo. Más de un año no alcanzó a estar en la región, cuando de repente comenzó a quitarle clientela a DMG.
“La gente sacaba la plata de DMG para llevarla a DRFE, porque ésta llegó con intereses mucho más altos. El problema es que DMG le siguió el juego para recuperarlos y comenzó a subir sus intereses astronómicamente. Hasta que DRFE empezó a cambiar las condiciones, la gente entró en pánico y a sacar la plata y eso causó la alerta en el Gobierno, que al primero que buscó fue a Murcia”, relata Gustavo Moreno.
Deccy Ibarra González, presidenta de la Cámara de Comercio del Putumayo cuenta que “DRFE se constituyó como un establecimiento comercial distinto en cada municipio. Las actividades que ellos registraron no eran de captación de dineros, ellos se registraron como otras actividades financieras y asesoría financiera”.
En el caso de DMG “su registro es de Bogotá y acá lo que habían eran sucursales, entonces cómo íbamos a hacer control acá”, agrega.
Ibarra, quien dice no haber metido plata en las pirámides pero reconoce que toda su familia sí lo hizo, no defiende ni a los unos ni a los otros. Ni a DRFE ni a DMG. Ni al Gobierno ni a los inversionistas.
Mientras las sedes de Proyecciones DRFE han sido objeto de saqueos y la gente de Putumayo sí se siente tumbada por esta empresa nariñense, David Murcia Guzmán goza de un lugar tan privilegiado en sus vidas, que lo único que piden es que lo liberen.
Tan enojados están los que metieron su dinero en DRFE que publicaron un “comunicado de prensa” que más parecía una carta amenazante de las que suelen enviar los secuestradores.
“Estos cinco triple h.p. se encargaron de dejar la empresa en quiebra porque irrumpieron el acuerdo pactado entre los inversionistas y la empresa apoyados por gente armada y agentes de la Fiscalía para adueñarse el capital”, dice uno de los apartes de este texto divulgado, que tiene como remate la frase “por un Puerto Asís sin ratas”.
Cuatro de los cinco del panfleto son comerciantes que al parecer fueron a retirar sus enormes cifras de dinero en DRFE, con la Fiscalía Seccional de Puerto Asís, y ahora son vistos como los causantes de que DRFE no pague a sus ahorradores.
“La familia DMG no le incumplió a nadie. (...) La gente estaba tranquila”, cuenta Deccy Ibarra, además haciendo una premonición más que cierta en medio del pensar colectivo putumayense: “Va a hacer muy difícil quitarle a la gente la percepción que tenían de David Murcia y que comiencen a pensar que es un criminal, porque se siente en el ambiente que fue una persecución personal”.
Región de bonanzas
La adivinanza es la siguiente: ¿Pueden tener algo en común ejecutivos de petroleras, “Raúl Reyes”, Carlos Mario Jiménez “Macaco”, un contratista estadounidense que se dedica a la cooperación internacional y David Murcia Guzmán? La suposición es que sí. El mito urbano, perdón, el mito de la manigua, dice que todo el que osa tomar agua del río Putumayo, allí se queda.
Cada uno de los anteriores, con sus estilos, dejaron sus huellas físicas y en el alma de esta región apartada del centralismo y del desarrollo que se supone para un departamento riquísimo desde todo punto de vista.
En un principio, la colonización de nariñenses, huilenses, costeños, paisas, rolos fue producto del “boom” petrolero que se enquistó en Orito y sus municipios vecinos. La plata de la Texas se veía. Ese fue el imán para poblar la zona.
Luego llegó la coca. Nadie sabe o quiere decir si el fenómeno que desangró Putumayo en la década de 1990 tiene un mentor exclusivo, pero sus habitantes reconocen que de allí se financiaron, por muchos años, todos los municipios de la región.
Pero esta segunda gran bonanza, para no hacer apología de ella, también benefició a los narcos, paramilitares y guerrilleros.
Las tierras de Putumayo fueron perfectas para alentar a las guerrillas del M19, y después de su desmovilización, a las Farc. No en vano, la porosidad de la frontera con Ecuador avala que allí se refugien los subversivos que a diario hostigan a Teteyé desde el otro lado del río San Miguel. Fue en esta zona donde cayó abatido Luis Edgar Devia, alias “Raúl Reyes”.
En Puerto Asís, también recuerdan cómo Carlos Mario Jiménez, alias “Macaco”, se paseaba por sus calles como un colono más. Tenía negocios y no andaba con los ejércitos de paramilitares que luego comandó en toda la región. El legado de la guerra por el control de la producción de coca en Putumayo, entre narcos, paramilitares y guerrilleros fue un cementerio en Puerto Asís, que pasó en una década a tener una cuadra entera de galerías, cuando antes, a duras penas llegaba a tener muertos que se contaban en las manos.
Después de todos los dineros habidos por la recolección de coca, llegó el combate directo del narcotráfico por parte del Gobierno Nacional.
El Plan Colombia no sólo ayudó a “pacificar la región”, diezmó a los grupos armados ilegales, erradicó cientos de miles de hectáreas de coca y la sostenibilidad de los habitantes cambió de factor desencadenante.
La parroquia San Francisco de Asís, en el puerto nombrado en honor a este santo, tiene un dato contundente frente a la tranquilidad que se vive: en 2008 no pasan de 15 los funerales por muerte violenta, y en su mayoría son casos de celos y venganzas.
Los proyectos productivos, la sustitución de cultivos, la plata de cooperación para inversión social se vio y en muchas partes aún aparece.
Sin embargo, como lo reconoce la administración municipal de Puerto Asís, muchos proyectos productivos no han dado resultado después de la erradicación de la coca. “La vainilla no pegó. Con la pimienta aún se hacen esfuerzos y en piscicultura todavía sobreviven algunos, pero ha sido muy difícil”, dice Edison Buesaquillo.
Gustavo Moreno agrega: “Aquí no hay cultivadores, acá hay recolectores de coca. Los proyectos de desarrollo no son exitosos, porque siempre se constituyeron para canalizar recursos, pero no para crear una cultura de desarrollo social y cultural”.
Acción Social de la Presidencia le envió a este medio una relación de proyectos financiados en Putumayo y estos alcanzan los 200.000 millones de pesos en aportes para esta región.
Entre familias guardabosques, vías para la paz y atención a desplazados se han invertido la mayoría de los dineros de Acción Social. Aún así, existe la percepción entre los pobladores de Putumayo, de que todavía están muy abandonados por el Gobierno.
Este cuarto “boom” de ríos de plata le dio paso a la burbuja perfecta que explotó hace tres semanas y que hoy tiene tambaleando a todos los habitantes y economías del sur del país, al presidente Álvaro Uribe y a la calma chicha de temporadas putumayenses: DMG y David Murcia Guzmán.
La crisis llegó
El medio chorizo, el “setentaydosavo” de aguacate y los cuatro pedacitos de chicharrón que sirven en la fonda antioqueña al frente del aeropuerto de Puerto Asís, muestra que el pasado jueves les llegó mucha clientela y tuvieron que reducir las porciones de las bandejas paisas, o que ya les empezó a pegar la escasez.
Y es que mientras en Mocoa destrozaban las instalaciones de DRFE, la crisis social en Putumayo se reflejaba con el cierre de las carreteras. Campamentos en las vías que comunican a La Hormiga, Orito, Villagarzón y Puerto Asís comenzaron a desabastecer a la población.
Dicen que en algunas veredas de Puerto Guzmán, las Farc ya están sacando a la gente para que vaya a azuzar las protestas de las pirámides.
“No pasan camiones, víveres ni gasolina”, dice el resignado Ramiro Romo, propietario de una estación de servicio de Terpel en Puerto Asís. Romo ha tenido que cerrar por horas su negocio, porque no hay gasolina y porque los protestantes de las pirámides cierran todo el comercio de la ciudad a las 2 p.m.
Pero así como la escasez ya se empezó a sentir, uno de los sacerdotes de la localidad, el bellanita Jesús Zapata Suárez, tiene otra alarma más preocupante.
“Ya hay madres de familia y niñas que se están dedicando a la prostitución. Las mujeres que tenían como sustento lo que les daban las pirámides son las que más están sufriendo en este momento... Siento en la población un descontento, un fracaso y un sin sentido de la vida”, es la percepción del vicario Zapata, quien desde el púlpito y el confesionario se ha convertido en el psicólogo y oráculo para ayudar a los putumayenses a no desfallecer por la caída de DMG y DRFE.
“Donde la limosna es grande hasta el santo desconfía”, dice Zapata frente a lo que sucedió en Putumayo, pero explica que la obnubilación fue tal, que ahora hay hasta pérdida de fe.
“Me preguntan por qué Dios permitió todo esto, y yo les digo que no lo metan a él en estas cosas de humanos”, explica Zapata con menos desasosiego que el de sus confesados.
Con este panorama, lo único que falta es que ese mismo Dios cuestionado en el sur del país permita que Putumayo pueda salir de esta crisis y se monte en una bonanza de legalidad, pero que esta vez no deje muertos ni se acabe tan rápido.