Histórico

Adrenalina pura en la limpieza del puente

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10 de junio de 2009

Por estos días los puede ver colgados en el puente peatonal de la plaza de toros La Macarena, sobre la autopista, y aunque usted crea que se van a caer, tranquilo, que nada les pasará, Dios mediante, ¡claro!, pues con el destino nunca se sabe.

Uno se llama George Arboleda, de 28 años, y el otro Alfredo Vidales, de 47, y tienen un oficio muy particular: se autodenominan descopadores de árboles.

Su labor es sencilla, pero bastante riesgosa si no se manejan normas de seguridad: les toca colgarse de infraestructuras o de las copas más altas de los árboles para quitarles parte del ramaje, algo así como afeitarlos para que tengan mejor estética y para que no representen peligro ni amenacen la seguridad de la gente.

"Muchos se descopan porque están tapando una lámpara o están muy inclinados y amenazan una casa, o son peligrosos, a veces están cocos por dentro", explica George, que lleva ocho años en estas tareas y lo ha hecho con tal tino y eficiencia, que nunca ha tenido un percance, según su relato.

En el puente de La Macarena, el único de la ciudad que tiene un jardín colgante, George y Alfredo tienen la misión específica de hacer un descope de las especies, realizar una limpieza ornamental, sacar toda la maleza que se ha acumulado en el lugar, cortar los árboles de otras especies que no están a tono con las características del jardín y sacar la basura acumulada que hay en la parte baja.

"Lo fundamental es hacer un anclaje seguro con tres cuerdas, por si una falla, las otras dos lo sostengan a uno, y montar dos líneas de seguridad. La probabilidad de un accidente es muy poca, pero contra los imprevistos o la adversidad uno no puede decir nada", comenta el joven George, que ya se ha trepado a árboles de más de quince metros.

En este récord, su compañero Alfredo sí le lleva ventaja, pues no sólo acumula ya catorce años en el oficio, sino que también le ha tocado encaramarse a especies de más de 50 metros de altura, "a unas varas de eucalipto inmensas, que las hay en muchas partes de Medellín y de Envigado", apunta el veterano descopador.

Una misión
Una de las cosas complicadas de este trabajo es subirse a un árbol dotado con una motosierra, pues este artefacto pesa casi doce kilos y no es fácil de manipular colgado de una rama.

En ocasiones, hay especies que se ven firmes, pero resultan huecas o están podridas y pueden flaquear al menor peso.

Ellos, sin embargo, no se quejan. Trabajan podando o talando árboles porque es el oficio que les da el sustento, aunque aprendieron a disfrutarlo porque cumplen una misión:

"Salvamos vidas, pues un árbol que cae puede generar hasta muertos, ya se ha visto, o tumbar una casa. Hay gente que nos grita antiecologistas y les respondemos: 'qué tal si por no descopar el árbol le cae encima a su casa!, ahí sí nos dirían irresponsables", recalca George.

Pero también sobran quienes les reconocen la importancia de la tarea.

A George, a pesar de que traga polvo, sufren sus ojos y las manos se le chuzan con frecuencia, le gusta descopar. En eso de treparse a un árbol con altura, lejos del piso, él siente que "hay adrenalina" en alta dosis. Y eso es bueno, se disfruta.