Histórico

Andrés descubrió una cucaracha paisa

UNA NUEVA ESPECIE de cucaracha ha sido descubierta en Colombia. Varios ejemplares fueron hallados en el Magdalena Medio y el Nordeste antioqueño. Es la primera vez que se sabe de la existencia de este género en el país.

05 de junio de 2011

A esta antioqueña que tiene negros los ojos, las patas peludas y las alas rubias, es la primera vez que se le ve en Colombia.

Se supo de las andanzas de sus hermanas en puertos cariocas y montañas andinas cuando, a principios del siglo XX, un gringo salió de gira por Suramérica y descubrió el género al que denominó Schistopeltis Renhn, 1916.

En 1916, James Rehn reportó el hallazgo de una cucaracha de color beis en Porto Velho, Brasil. Tenía las mismas manchas que, tanto a las cucarachas plagas como a las silvestres, las hacía parecer de anteojos oscuros.

La diferencia con el resto era que ese cuerpo ovalado que recubría seis patas, varios cerebritos a lo largo del cuerpo y los oídos cerca del ano, tenía un par de fisuras cerca de la cabeza, en esa media luna que los entomólogos llaman pronoto. (Ver recuadro).

A la primera la llamó Schistopeltis peculiaris y a la que se topó en 1928, oriunda de Bolivia, la nombró Schistopeltis lizeri. Desde entonces nunca se registraron más especies en el continente y se descartó que en Colombia hubiera presencia de este género de cucarachas silvestres, recicladoras de madera y con el cuerpo aplanado por habitar debajo de las cortezas de los árboles.

Y solo hasta que Andrés  Vélez Bravo revisó ese par de cucarachas descritas por Rehn que reposaban en la academia de Ciencias de Filadelfia, y luego de disecar su cucaracha para compararla  con las demás y confirmar su supuesto con otros colegas, a la nueva especie le puso un nombre griego: Schistopeltis microschistos.

Ella lo buscó
“Gorda, yo creo que ésta es nueva” le compartió el presagio a su esposa cuando la  misma cucaracha voladora se le arrimó en Puerto Berrío un 22 de septiembre de 2005.

“Claro que me puse feliz-expresa Tatiana Molina mientras relata cuál fue la reacción cuando el experto cubano, Esteban Gutiérrez,  le ratificó que esa cucaracha no era como ninguna- imaginate 14 años aguantándome estas cosas, no creás que ha sido fácil”.

En la Colección Entomológica de la Universidad de Antioquia había varios cuerpos semejantes cuyos epitafios señalaban que, el 18 de agosto de 1999, el 12 de febrero de 2001, el 7 de marzo de 2004 y el 21 de septiembre de 2005, habían sido capturadas con vida en Amalfi.

Y aunque no fue el primero en verlas sí lo fue en estudiarlas, compararlas, describirlas y en bautizarlas para que dejaran de ser unas cucarachas N.N. en Colombia.

Aparición divina
Esta pasión no la despertó la cucaracha atigrada de Amalfi, ni la porteña del Magdalena Medio. La culpable de toda esta inspiración, fue una momposina que le reveló cuál era su misión en la vida siete años atrás.

Estaba en busca de huellas de mamíferos y de ADN de murciélagos cuando en medio de la espesura de Bolívar se encontró un árbol grande con un hueco en el tronco.

Husmeó con sus dedos en el interior y de repente sintió el cosquilleo de la cucaracha de siete centímetros de largo que lo hechizó. “No la matés, dejámela” le advirtió a uno de los compañeros de la universidad que se disponía a coleccionarla.

“Eso fue amor a primera vista, yo no sabía que existieran cucarachas tan bonitas” asegura Andrés. Como era tan grande, de regreso pidió prestada una jaula y se la llevó en bus para su casa. “En el viaje se me murió y llegó patas arriba a Medellín”.

El hecho de haber conservado su cadáver generó el primer escándalo en la familia. En realidad, lo que importaba no era que la hubiera puesto al lado del pescado, junto al pollo, debajo de la carne o encima de la hielera, el problema era que una cucaracha estuviera en la nevera.

“¡Cochino, usted por qué metió esto aquí!” gritó escandalizada doña Marta cuando a través del cristal vio el cuerpo congelado del bicho que deleitó a su hijo.

La metamorfosis
Desde que a Andrés se le metieron las cucarachas en la cabeza, la chancla cayó en desuso en la casa. A doña Marta le tocaba aguantarse el fastidio y matarlas al escondido.

Después de que se murieron los pececitos con los que don Humberto platicaba, Andrés vació la pecera y la pobló de cucarachas. “A ellas no les hablaba- dice- será por la falta de confianza”.

A ambos les encargó el cuidado de ellas y les enseñó a alimentarlas con agua y tiritas de zanahoria y tomate  cuando salía de viaje.

Cuando ve películas de terror, identifica al monstruo y, a partir del rol y de las características de la especie, hace una crítica de la actuación antagónica de las cucarachas.

“En su casa usted tenía una terraza, aquí no” le advirtió su esposa. “Ay no mijo, yo soy obsesiva con el orden, con el aseo. Lo único que lo dejo tener son mariposas”.

Aunque desde el principio le prohibió tener a esas inquilinas en la casa, al día siguiente de una noche en vela por culpa de un ruidito incesante, la esposa de Andrés se enteró “que habían compartido la misma cama con la cucaracha que silba” después de haberse fugado de su jaula transparente.

“Dése la oportunidad de conocerlas, las cucarachas también tienen su lado bueno” le ha dicho varias veces su esposo.

Y ya hasta se ha familiarizado tanto con este embeleque, que ella misma le ayudó a pintarse la caparazón, a ponerse pelos en las manos y antenas en la cabeza cuando en Halloween se disfrazó de cucaracho.

Un bicho raro
No quedó tranquilo hasta saber cómo se llamaba esa primera cucaracha que  tanto lo cautivó. La sacó del refrigerador y se la mostró a la directora del grupo de Entomología de la Universidad de Antioquia.

La Dra. Marta Wolff por poco lo recibe con aplausos. “Me dijo que súper buena, que súper linda, que había más y de más colores”. Su nombre era Blaberus giganteus.

En su honor fundó una colonia en el Museo Entomológico de Piedras Blancas donde hizo milagros de culebrero -recuerda su colega, Patricia Duque- cuando lograba que muchos introdujeran la mano en una urna de cristal para sentir el sutil toque de las mascotas ‘Josefina’ y ‘Timoteo’.

“Andrés es de esos entomólogos que están en vía de extinción- dice la doctora Wolff- en Colombia todos le sacan el cuerpo a las cucarachas”.

El último que se interesó por este grupo fue un sacerdote francés que llegó en 1904 a la comunidad de hermanos lasallistas de Bogotá. A través del correo Apolinar María enviaba a Estados Unidos las cucarachas que colectaba para que un entomólogo aficionado las describiera.

Morgan Hebard llevó a cabo el primer estudio en Colombia en el que registró 41 géneros y 77 especies. En agradecimiento al cura, le puso su nombre a dos cucarachas colombianas: Hormetica apolinari (1919) y a Chorisoneura apolinari (1933).
Y desde 1933 cuando Hebard publicó su último artículo para incluir especies que se le quedaron por fuera, nadie más le dio la mano al grupo más perseguido, pisoteado, fumigado y discriminado de todos los tiempos.

A nivel mundial solo cinco personas se dedican a las cucarachas: Philippe Grandcolas de Francia, el ruso Leonid Anisyutkin, la cuota femenina la pone Brasil con Sonia Lopes, Esteban Gutiérrez representa a Cuba y Andrés Vélez a nosotros.

Gracias a las cucarachas
Lo que de lejos parecía un misterioso juego entre una señora y una anciana que revoloteaban alrededor de cafetales, saltaban del susto y se carcajeaban con un tarrito en la mano, de cerca era el momento en que la nuera y la suegra unían fuerzas para capturar un animal.

Era aquel tiempo en que la familia se congregaba en la finca gracias a los exóticos encargos de Andrés.

“Mijo, venga por el regalito” lo llamaba por teléfono su padre cuando regresaba de los terruños de abolengo. “La abuela la cogió con la mano y la metió en el frasco- le adelantaba con orgullo don Humberto- y la mamá la trajo cargada”.

“Ojalá le guste” le decía ansiosa la madre al entregárselo. Y sentía ese acaramelado gusto “como de satisfacción por el deber cumplido” cuando su hijo recibía el souvenir de Palestina, Caldas, y acercaba la cara, abría los ojos, sonreía de asombro y exclamaba “¡Qué putería de cucaracha!”.