Histórico

Bello: Historias de algodones y locomotoras

Los habitantes de Bello celebran el centenario de su vida municipal. Crónica de la evolución de un poblado de gente trabajadora que abrigó el Ferrocarril.

30 de junio de 2013

Bello, aquella "aldea arcadiana" que describió Carrasquilla en su novela Grandeza (1910), llegó a ser pueblo grande, pese a los temores y advertencias de don Tomás. Y a partir de ahí, comenzaron sus desasosiegos. Antes de ser municipio (primero de julio de 1913), ya se había convertido en precursor de la industrialización en el Valle de Aburrá y había dejado de llamarse Hatoviejo desde 1883, porque a sus moradores les daba vergüenza el gentilicio de hatoviejeños o hatoviejeros, y no querían ser asimilados a una dehesa de vacas y caballos.

Esta ciudad, hoy con más de quinientos mil habitantes, lleva el apellido del ilustre gramático, abogado y poeta venezolano Andrés Bello. Y en su rica historia, que combina telares y talleres ferroviarios, desgreños administrativos y laboratorio de modernidades, figuran las voces indignadas de más de cuatrocientas obreras que, en 1920, protagonizaron la primera huelga (por lo menos con ese nombre) en Colombia, en la fábrica de textiles que dirigía Emilio Restrepo, más conocido como Paila.

Cuna de Marco Fidel Suárez, el "presidente paria", que impuso el "réspice polum" al considerar a los Estados Unidos como la estrella del norte que "guía nuestra política exterior", llegó a ser, durante más de medio siglo, una población obrera, con aromas de algodón y sonidos de locomotoras. En el imaginario popular, se tornó común una frase: "¡Dios y Fabricato…", que daba cuenta de la presencia ubicua de esa textilera (fundada en 1920 e inaugurada en 1923), en la vida cotidiana, económica y social de los bellanitas.

Tutelada por el morro Quitasol, una de los símbolos geográficos de su identidad, la ciudad creció, a veces sin planeación urbana, en medio de chimeneas fabriles, cantinas, barrios obreros y abundantes mangas, con la presencia de inmigrantes, convocados por las sirenas encantadas del ferrocarril y los telares. Su tierra amarilla vio nacer a preclaros hombres como el jurisconsulto Fernando Vélez Barrientos, figura cumbre en el derecho civil en América Latina, y su hermano Lucrecio, novelista, poeta y periodista que, bajo el seudónimo de Gaspar Chaverra, escribió El camino de Palo Negro, entre otras obras.

En 1948, el escritor barranquillero Álvaro Cepeda Samudio anotó que "Bello se había distinguido por dos razones más o menos importantes en el panorama del país: por la excelencia de sus tejidos y por el subido color azul que caracteriza a sus habitantes". Muchos años después, el pensador Estanislao Zuleta advirtió que, junto con Palmira, Bello era una ciudad sin cultura.

Durante buena parte del siglo XX, la población careció de acueducto y agua potable, pese a su enorme riqueza hídrica, en las que las reinas son las quebradas la García y el Hato. Bello ha padecido estigmas sociales, no sólo por haber sido sede, por ejemplo, de un leprocomio y el basurero Curva de Rodas, sino porque, en la década de los ochenta y parte del noventa, hospedó en su territorio la más temible banda de sicarios del país: la Ramada.

Hoy, cuando ya no existen los talleres ferroviarios y las fábricas se vinieron a menos, Bello, que en 1902 se erigió como la primera en Antioquia en tener una factoría de tejidos, es llamada, en una especie de gozosa hipérbole, la Ciudad de los Artistas. El 30 de octubre de 2011, marcó un hito histórico en Colombia: como en una novela de Saramago, en Bello ganó el voto en blanco.

(*) Presidente del Centro de Historia de Bello