Histórico

Breve elogio del Anacoreta

01 de enero de 1900

Breve elogio del Anacoreta Por
Ernesto Ochoa Moreno

Mi tío, el padre Nicanor, accedió a conversar nuevamente conmigo con una condición:

-No más Papa. Punto.

-Entonces de qué hablamos. Mejor quedarnos callados.

-Pues a eso te invito. El silencio es el mejor antídoto contra muchas de las sandeces que se están diciendo con motivo de la elección del nuevo Papa, ya desde el integrismo desaforado, ya desde el también desaforado antieclesiasticismo, para usar este vocablo que Unamuno decía preferir al de anticlericalismo. El gran secreto del pluralismo no es sólo respetar las verdades de los otros, sino también respetar y comprender sus ignorancias. Pero te repito que no me hagas hablar. Es más, te anticipo que tal vez no vas a volver a conversar conmigo durante mucho tiempo.

-¿Cómo así, padre? Ahora que usted está tan mejorado de salud, le va a dar por dejarse morir. Ni lo piense. ¿O es que se va a ir para quién sabe dónde?

-No. Me voy a dedicar a la "anacoresis". Voy a hacer sustancia de mi vida este anacoretismo de hecho en que vivo aquí metido en mi casita.

-A ver, tío. Barájemela despacio. Eso de "anacoresis" me suena a término médico. Los anacoretas sí sé que eran los ermitaños que se iban de la ciudad al campo buscando una vida santa de meditación y ascesis.

-Pues sí existe la palabra anacoresis, creo que en odontología, para señalar una infección que no sé a ciencia cierta en qué consiste. Mi afición a las etimologías griegas no me hace médico o dentista. Pero, en otro campo, anacoresis era esa forma de vida que tú describes, de donde el nombre de anacoreta para esos ermitaños del monacato primitivo.

-¿Y entonces usted se va a volver anacoreta?

-Así es. Y no lo hago solamente movido por motivos religiosos y espirituales, sino buscando también aplicar eso que uno de mis herejes de cabecera, Michel Foucault, llama "tecnologías del yo". ¿Has leído a Foucault?

-No, francamente no.

-Ni lo vas a leer, me temo. Muchos de ustedes, jóvenes, sufren de lo que -ya que estamos dizque jugando con las etimologías griegas- se llama "anagnosastenia". Que es una patología definida como imposibilidad nerviosa de leer. La falta de lectura de las nuevas generaciones es muchas veces eso: anagnosastenia aguda.

-No sea cansón, tío. Volvamos a lo de su conversión al anacoretismo.

-Has dicho bien: conversión. Está en la raíz del anacoretismo, de ese deseo de huir, de retirarse de la circulación, de encerrarse. Platón (y me perdonas que insista con el griego), llama "epistrofé" a esa conversión. Sea dicho de paso -y ya que por lo visto, debo enriquecer un poco tu vocabulario-, epístrofe, en español, con tilde en la i, es una figura retórica que consiste en repetir la misma palabra al fin de dos o más cláusulas.

-Me está fatigando, tío, con tantas digresiones. Vamos al grano.

-La mejor manera de enfrentar a un impertinente que te pone a hablar de lo que no quieres, es aburrirle haciéndole oír lo que a él no le gusta.

-Está bien, perdone.

-La conversión en Platón era una manera de alejarse de las apariencias para encontrar el reino de las ideas. Para los estoicos esa conversión tenía un aspecto más práctico, más ético que gnoseológico. Y en el cristianismo primitivo, cuando nacieron los anacoretas, la epistrofé se volvió "metanoia", término que a menudo se oye en los sermones cuando se habla de conversión como cambio de vida, como transformación. Para Foucault, la conversión cristiana es más una transubjetivación que una autosubjetivación, como en los griegos y estoicos, según recuerdo haber leído en José Martínez M., un estudioso del filósofo francés.

-Ahora sí me está hablando en griego, padre. No entiendo mucho.

-Para los clásicos la conversión era una estética de la existencia individual. Para los cristianos, es una ascética que desemboca en la mística y que implica un cambio radical, una cierta conmoción, una renuncia de sí mismo. En una y otra concepción juegan papel importante la anocoresis (o sea el retiro), la meditación, el examen de conciencia, entre otras prácticas. Cristo, valga decirlo, y el evangelio hacen también una diferencia esencial.

-Muy sabias sus reflexiones, padre. Pero me temo que a los lectores les suene todo esto a chocheras de viejo, a entelequias de un soñador caduco.

-Lo que sea. El anacoreta puede darse el lujo de que no lo entiendan. Por eso es que harto de todo se va al desierto, al silencio, a la frugalidad, a la castidad, a la oración. A Dios. Y adiós, hijo.

luiseochoa@epm.net.co