Clara Rojas, la otra
verdad de la selva
Permaneció seis años a merced de los guerrilleros de las Farc por seguir los pasos de Íngrid Betancourt en la selva. Durante el secuestro rompió con aquella amiga y dio a luz a Emmanuel. Su libertad encarna hoy la otra cara de un mismo infierno.
Clara Rojas dice las cosas más tristes con una sonrisa en la boca, sin dejar de mirar a los ojos. Durante una hora y media de conversación, esta mujer de 44 años no deja de sonreír más que en una ocasión. Cuando recuerda que ahora mismo, mientras ella saborea los pequeños placeres recuperados, muchos de sus compañeros siguen allí, en algún lugar de la selva, encerrados en jaulas y encadenados al cuello como perros malqueridos, vigilados día y noche, temiendo que en cualquier momento el Ejército intente su liberación y mueran víctimas del fuego cruzado o ejecutados por los guerrilleros.
¿Temían que el Ejército intentase su liberación?
"Sé que es muy difícil de entender para cualquier persona que esté fuera, pero esa es una angustia con la que vivíamos permanentemente. El Ejército no sabe con exactitud dónde te encuentras ni quién eres, porque los guerrilleros te dan la misma ropa que usan ellos. Te visten de camuflaje, y también entre ellos hay mujeres guerrilleras, así que, en el caso de un enfrentamiento, los soldados nunca pueden saber a ciencia cierta quién es guerrillero y quién no".
¿A usted la amenazaron con matarla?
"Sí, nos lo dijeron a Íngrid y a mí: 'Si el Ejército intenta rescatarlas, las matamos. Nosotros no las vamos a entregar. No dejaremos que nos las quiten. Sólo se las entregaremos muertas'. Es bárbaro. Te lo dicen apuntándote con sus armas, cuando han advertido la presencia cercana de los soldados y tienen que cambiar de escondite. Y te lo repiten para que prepares tus cosas y salgas corriendo con ellos, sin retrasar la huida. Si te retrasas, te vuelven a apuntar y te lo vuelven a repetir".
¿Qué fue lo más duro de su cautiverio?
"La sensación de tiempo perdido. Yo era una persona permanentemente atareada, con unas ansias enormes de aprender. Y de pronto me vi cautiva y forzada a una inactividad insoportable. Sin noticias de los tuyos, sin periódicos, sumida en la monotonía más absoluta. El cautivo es despojado bruscamente de todo. Pierde por completo el control de su propia vida y de todo lo que le rodea. No tienes más opciones que dejarte morir o luchar por la vida. Íngrid y yo decidimos luchar. No llevábamos ni tres días de secuestro cuando empezamos a pensar en huir y nos hicimos la promesa de escapar juntas en cuanto tuviéramos la menor oportunidad".
Lo más relevante es que de aquellas fugas frustradas surgió entre Íngrid y Clara un desencuentro tan grande que hoy persiste.
¿Han hablado tras su liberación?
"No".
¿Nunca?
"Nunca..."
¿Qué pasó entre ustedes?
"Habíamos intentado escaparnos varias veces. Incluso en una ocasión, el Secretariado de las Farc mandó a un comandante para preguntarnos por qué seguíamos intentando escapar. El caso es que, tras fracasar nuestro último intento de fuga, los guerrilleros nos trataron con mucha rudeza. Incluso nos cambiaron de comandante y de guardianes. Los nuevos no se anduvieron con paños tibios. Nos colocaron un candado en el tobillo con una cadena de unos tres metros amarrada a un árbol. Sólo nos soltaban para ir al baño. Fue la única vez que nos pusieron cadenas durante los seis años, pero aquel recuerdo, terrible, dejó en mí una marca imborrable. Y creo que entonces empezó a cambiar mi actitud hacia Íngrid.
Imagino que cada una culpaba a la otra de que hubieran fracasado los intentos de fuga, pero nunca nos lo dijimos. Todo aquel dolor mal digerido creó entre nosotras una barrera de silencio. No podría decir que ocurriera un hecho concreto que rompiera nuestra amistad. Fue más bien un distanciamiento progresivo. La ruptura fue tal que el comandante que nos vigilaba decidió separarnos y ponernos en lugares distintos. La animosidad entre nosotras fue en aumento. Un día le pedí a los guerrilleros un diccionario para entretenerme. Cuando me lo trajeron, Íngrid no me lo dejó usar. También me hizo sufrir que me expulsara de las clases de francés que ella daba de vez en cuando".
¿Se sintió torturada?
"Claro que todo aquello constituía una tortura. Si no es para hacerte daño, ¿por qué te quitan la radio? Por qué de pronto te dejan sin pilas, sabiendo que para ti es vital escuchar las noticias, los mensajes de apoyo de tu familia o los testimonios de las familias de otros secuestrados. Ellos saben el daño que están haciendo. Ellos me ven llorar de tristeza. Sí, conscientes sí son. Y, de hecho, hay un momento en el que un comandante me pide perdón en su nombre y 'en el de la organización'".
Y aun así, usted no habla con odio de los guerrilleros ...
"Tengo un sentimiento doble. Yo soy consciente de que ellos reciben órdenes y de que su capacidad de reacción es mínima. Me doy cuenta de que algunos de ellos intentan mitigar ese dolor que me están causando. Yo sé que los responsables de mi secuestro son los comandantes de las Farc. Y sé que hay distintos niveles de responsabilidad. Por eso, durante el secuestro hago el esfuerzo de no manifestar mi inconformidad y todo mi desacuerdo contra ellos. Y también porque sé que es negativo para mí".
¿Usted los ha perdonado?
"Sí. Porque eso allana el camino a la libertad de las personas que aún están secuestradas. Y porque, al tener yo una dimensión pública, tengo una responsabilidad hacia los demás. Y si yo estoy resentida, traslado ese resentimiento a la población. Prefiero manejar esos sentimientos en busca de un ideal más amplio que es la paz. Y claro que la paz exige de justicia. Y que las Farc, y me refiero al Secretariado, tienen una responsabilidad que tendrán que pagar".
Lo que viene a continuación es una historia de mucha alegría y de mucho dolor, una historia sobre hasta qué punto la vida, cuando quiere, se abre paso a puñetazos en las condiciones más adversas. Clara Rojas quedó embarazada durante su cautiverio. A finales de 2003, Clara notó que aumentaba de peso.
"Se lo comenté a algunos de mis compañeros, quienes me aconsejaron, con cierto malestar, que se lo dijera a la guerrilla. Noté que no se querían implicar, y aquella respuesta me dejó un mal sabor de boca. Decidí pedir una cita con 'Martín Sombra', el jefe de los guerrilleros. Cuando me recibió, me dijo: 'Doña Clara, ¿cuál es la joda?'".
Ella le contó sus temores y él mandó llamar a una enfermera. "Me sorprendió su manera de resolver el asunto, como si fuera un médico, sin interesarse por chismes ni cuentos. Cuando me iba, me regaló un par de paquetes de galletas y dos latas de leche condensada. Antes del secuestro había pensando en tener un hijo. Por eso, al saber que estaba embarazada, aunque fuera en una situación arriesgada, pensé que tal vez se trataba de la última oportunidad de cumplir mi aspiración. Descarté enseguida la idea de no tener el niño".
A los pocos días, "Martín Sombra" la volvió a llamar para que se hiciera la prueba. "Cuando resultó positivo, el comandante y una enfermera me felicitaron y trataron de animarme. Él me recomendó que me untara en la barriga aceite de tigre y, al percatarse de mi angustia, me dijo: 'Clara, no se preocupe más de la cuenta. No vamos a dejarla morir a usted ni a su bebé. Y recuerde: ese bebé es suyo y lo va a cuidar como una tigresa furiosa'".
Al volver al campamento con la noticia, Clara recibió indiferencia o las críticas de sus compañeros.
¿Qué sucedió?
"Íngrid sólo me dijo: bienvenida al club, de una forma sarcástica. Y al día siguiente los prisioneros me hicieron una encerrona. Me empezaron a preguntar de forma insistente quién era el padre de mi hijo. Supongo que temían que se pensara que alguno de ellos era el padre, así que les devolví la pregunta: '¿alguno de ustedes es el padre?' Al responder uno tras otro que no, les dije: 'muy bien, entonces no se preocupen. Déjenme tranquila, que yo respondo por mi bebé'".
Clara está frente al espejo del lujoso hotel de Caracas adonde fue llevada tras su liberación. La cicatriz de la cesárea es el recuerdo de una noche de espanto donde los guerrilleros lucharon por que ella y su bebé sobrevivieran.
¿Qué vio aquel día en aquel espejo?
"Lo que sigo viendo ahora. El tiempo perdido. Mi hijo nació con el brazo fracturado. Y al poco de nacer me lo quitaron para llevarlo a tratamiento. Hay momentos en que estoy con él y veo a otras amigas que tienen a sus bebés y yo pienso: desde esa etapa hasta los cuatro años, yo la tengo en blanco, no sé cómo fue mi hijo cuando tenía dos años, o cuando tenía tres. Y eso me provoca un dolor infinito. Perdimos tiempo. Tiempo juntos. Vivencias vitales en la vida de las personas. Y eso me duele. Y eso ¿quién te lo devuelve?".
¿Tiene esa pérdida muy presente?
"No. Ahora intento estar con él todo lo posible. Dedicarle tiempo de calidad. No puedo estar quejándome todo el tiempo. Estoy feliz. Y noto que él también es un niño feliz. Y con mucho sentimiento de propiedad hacia mí. Me dice mucho: 'Eres mi mamá'".
Clara Rojas acaba de escribir un libro con toda su aventura. Hay sólo un un secreto metido en un cofre donde nadie puede entrar.
"Cuando Colombia se enteró de que había tenido un niño en la selva, se habló de drama, de historia de amor. Lo único cierto en todo lo que se ha contado hasta ahora es que tuve un hijo en cautiverio. Eso es un hecho. Todo lo demás no tiene ningún fundamento. Me corresponde a mí decir qué se hace público sobre mi historia y qué no. Es algo reservado a mi hijo Emmanuel, cuando me pregunte por ello. Aún no es el momento. Lo único que quiero decir es que durante el secuestro viví una experiencia que me dejó embarazada. Pero mi verdadera historia de amor comienza cuando descubro que espero un hijo y decido salvarle la vida".
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