Como esperando a Godot
La espera de una Real Cédula en los tiempos de la Colonia demoraba años y decenios, como consta en incontables documentos. La tramitomanía es heredada de los españoles. Uno revisa la historia colombiana y encuentra ejemplos patéticos de paciencia de antiguos pobladores de estas tierras que aguardaban la venia en papel sellado de la Corona para hacer uso de alguna prerrogativa. No pocos enloquecían o morían de viejos sin ver que les llegara el documento.
Hoy en día, aunque la cédula de ciudadanía es distinta de una Real Cédula (que se expedía desde la Metrópoli para hacer alguna concesión administrativa o nobiliaria), se le asemeja por el tiempo que debe aguardar el resignadísimo beneficiario para recibirla y, por consiguiente, disfrutar con plenitud los derechos civiles y políticos inherentes a su condición de ciudadano.
Ese patetismo de la espera desesperante lo narró García Márquez en El coronel no tiene quién le escriba . Los dramaturgos nuestros tienen en la espera de la cédula un material trabajable que podría integrarse a una suerte de antología tropical del teatro de lo absurdo. Esperar que aparezca el documento esencial de identificación en el listado ha representado para muchísimos colombianos una versión viva y directa de Esperando a Godot , la tragicomedia de Samuel Beckett.
Cuántos no nos hemos sentido como Vladimir o Estragon, los dos personajes del drama, sentados en espera inútil de un tal Godot que "no llegará hoy, pero mañana seguro que sí". Esta obra ha sido objeto de múltiples interpretaciones, filosóficas y hasta teológicas. Para el lector y espectador corriente comporta de modo muy sencillo una protesta contra los procedimientos abusivos que se aplican en las burocracias del mundo y convierten al ciudadano en una simple cosa manipulada por la rígida nomenklatura estatal.
La cédula, como Godot, no les ha aparecido a centenares de miles de ciudadanos, a pesar de los inventos y avances en la tecnología informática, las artes gráficas y el registro de identidades. ¿No habrá algún método que agilice la producción y la entrega oportunas, para que a nadie que alcance la mayoría de edad se le deje en suspenso la ciudadanía real (los derechos fundamentales son dizque de aplicación inmediata), o para que el ciudadano de alguna veteranía por fin pueda utilizar el nuevo documento en lugar del cartón inmostrable que ha debido conservar en la billetera durante tanto tiempo y con explicable pudor?
Un individuo sin cédula no es nadie con la infinidad de diligencias de la vida diaria. Es apenas un dato más para demostrar el fenómeno contemporáneo de la desaparición del sujeto, mientras la espera de la cédula real de ciudadanía siga tardando como las reales cédulas que la Corona española expedía en tiempos coloniales.