Histórico

DE CARAMBOLA

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06 de octubre de 2012

En Venezuela se juega hoy mucho más que el futuro de los hermanos vecinos. De lo que suceda con el “bravo pueblo” depende nuestro porvenir. Y también el de América Latina.

Lo que ocurrirá es aun incierto. Si hace unas semanas se creía que Chávez ganaría sobrado, ahora el triunfo parece esquivo.

Primero porque se quebró la tendencia y hay encuestas serias que le dan hasta cinco puntos de ventaja a Capriles.

Después, porque el número de “indecisos” es siempre altísimo (el 18 % en algunos sondeos).

En una campaña tan polarizada es imposible que los indecisos sean esos. El porcentaje en realidad refleja el miedo de manifestar la verdadera intención de voto. Como los chavistas no temen decir que lo son, es posible sostener que el grueso de “indecisos” en verdad se inclina por Capriles, pero le da miedo manifestarlo.

Ocurrió en Nicaragua con el triunfo de Violenta y en México con el de Fox.

Porque el miedo está incrustado en el país patriota.

Los venezolanos tienen bien presentes a los silenciosos y peligrosos funcionarios de la inteligencia cubana, de los que hay miles, y las amenazas del Teniente Coronel y su Ministro de Defensa, que han hablado incluso de guerra civil si pierden las elecciones.

Y no olvidan que el régimen chavista hizo una purga de los opositores que firmaron la solicitud de referendo revocatorio en 2003. En los regímenes autoritarios el miedo es estructural. De manera que es un buen augurio que, a pesar de ello, las encuestas más serias muestran a Capriles por delante.

Además, las manifestaciones públicas reflejan que la oposición está desafiante y no quiere dejarse arrinconar. La calle ha mostrado a los opositores que no están solos, que son más de los que ellos mismos creían, que hay otros que no temen manifestarse.

El miedo se pega, sí, pero el valor también. Los cierres de campaña de Capriles en Barinas, cuna del neodictador, y en Caracas, fueron apoteósicos. A la avenida Bolívar no le cabía un alma. Cientos de miles de venezolanos salieron a cantar su apoyo a Capriles, que recorrió a pie trescientas poblaciones venezolanas, a lo largo y ancho del país, de casa en casa, para mostrar su propuesta.

Una que, además, ha sido lo suficientemente inteligente para no dejar por fuera a quienes se sintieron identificados y reivindicados por Chávez.

Su programa es incluyente y busca mejorar lo bueno que en materia social ha dejado el chavismo. Que es poco, por cierto, si se consideran los centenares de miles de millones de dólares que el régimen ha recibido por exportaciones petroleras en estos años y que no se ven por ninguna parte que no sean armas y equipos militares.

Peor, con las mayores reservas del mundo y con el barril a más de cien dólares, Chávez ha tenido que empezar a vender las reservas de oro que repatrió hace unos meses. De ese tamaño es la ineficacia de su gestión. Venezuela hoy es más pobre, más corrupta y mucho más violenta que antes de Chávez.

Así que para la oposición no solo es posible sino probable ganar las elecciones.

Lo que no es seguro es que el régimen reconozca la derrota. Han manipulado el censo de votantes (mientras que la población venezolana creció un 14 %, el padrón aumentó un 53 %), controlan el organismo electoral y pueden manipular el sistema de conteo. Y la “revolución está armada”, recordó el Teniente Coronel.

La revolución chavista se juega el pellejo, sumergida hasta el cogote en los hedores de la corrupción. Y con la suya, también va la piel de la tiranía cubana, absolutamente dependiente de los barriles venezolanos.

También perderían Ortega, Evo, Correa y Cristina. Sin Chávez, el Alba no es nada. Como casi nada serían las Farc. A pesar de que sea su “nuevo mejor amigo” y un “factor de estabilidad en la región”, lo mejor que le puede pasar a Santos es que gane Capriles.

Sin el refugio, la retaguardia estratégica, el apoyo logístico y el referente político ideológico del chavismo, las Farc, ahora sí, estarían obligadas a hacer la paz. Santos ganaría de carambola. No importa: en esa victoria ganamos todos.