Histórico

De precios y tarifas

20 de septiembre de 2008

Vigésimo quinto domingo ordinario

"El Reino de los Cielos se parece a un propietario que al amanecer, salió a contratar jornaleros para su viña y se ajustó con ellos por un denario". San Mateo, cap. 20.

Para hablar de Dios y sus tareas sólo tenemos un lenguaje humano. Pero nadie podría recriminarnos. Es el único que alcanzamos a balbucir.

Así se explican los precios y tarifas que hemos puesto a la bondad de Dios y a nuestras buenas obras. Sin embargo lo divino y lo eterno continúan desbordando toda categoría terrena. Nos lo enseña con claridad meridiana aquella parábola de los jornaleros, que un propietario contrató para su viña.

Muy de mañana envió a un grupo, ajustándose con ellos de antemano por un denario. Salió otra vez a media mañana, al medio día y aún más tarde. También los mandó a trabajar. Era el tiempo de la cosecha.

Los racimos colgaban maduros en la vides y urgía recogerlos en cubas y llevarlos hasta el lagar. Mañana habría vino en abundancia para el dueño del campo, para los contratados y sus familias.

El desconcierto comienza cuando el amo, apremiado como estaba de mano de obra, envía un último contingente de cosecheros, hacia las cinco de la tarde.

Al caer el sol llegaba el momento de la paga. Entonces el amo ordenó de modo extraño al capataz: "Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros". Cada uno recibió un denario. Por lo cual los primeros en llegar a la viña comenzaron a protestar: "Estos últimos han trabajado solamente una hora y los has tratado igual que a nosotros, que hemos soportado el peso del día y del calor".

El amo se defiende serenamente: "Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos por un denario?". Y aquí aparece de cuerpo entero esa enorme y hermosa libertad de Dios: "Quiero darle a éstos lo mismo que a ti. ¿Es que no puedo hacer lo que quiera en mis asuntos?".

Una invitación a asomarnos con sorpresa y alegría a esa infinita generosidad de Dios. Desvistiendo el corazón de toda contabilidad y egoísmo, para ofrecer al Señor nuestra vida como un cheque en blanco, sin preocuparnos de precios y tarifas.

El cielo no ha de llegarnos como un asunto de justicia, sino de amor y gratuidad. Y de otra parte -es una suerte- tampoco el Señor lleva cuentas de nuestras culpas.

La parábola compara los primeros enviados a la viña con los últimos. Aquellos, los líderes judíos, que pretendieron en cierto modo apoderarse de Dios, cerrando el paso a muchos hacia la salvación. Los últimos serían los pueblos de todas las latitudes, beneficiarios también de la riqueza de Dios.

Giovanni Papini nos dejó un bello libro: "Los operarios de la viña". Allí presenta personajes muy diversos, que sin embargo pueden nombrarse como obreros en aquella vendimia. Y concluye: "El hecho de ser llamados a la era es ya de por sí una paga abundante y maravillosa".

Hay de pronto cristianos muy dados a monitorear al prójimo en su debe y haber de vida cristiana. No es correcto. Observemos a los demás por si en algún momento necesitan. Pero dejemos que Dios sea para ellos el amo de la viña y el dueño de los denarios.