DEL SEXO Y OTROS DEMONIOS
El tema del sexo es un tabú. Escribir o hablar sobre él es someterse a toda case de insultos, de incomprensiones, de prejuicios, de descalificaciones, de improperios. El que habla de sexo es considerado depravado, cochino, ignorante, verde. Así ha sido durante muchos siglos y así seguirá siendo. Sin embargo, me atrevo hoy a hacerlo con el único ánimo de dejar salir tantas frustraciones e incongruencias y malos entendidos y manipulaciones.
Debo empezar por afirmar categóricamente que el sexo no es una maldad, no es sucio, no es pecado. Incluso, es un don de Dios. Es uno de los instintos primarios de los seres vivos. Por él existimos y por él hacemos existir. El sexo no es solo para procrear, es también para disfrutar, obviamente con responsabilidad y seriedad. Al avanzar la edad, los seres humanos descubren los placeres que el sexo les proporciona al autoestimularse y al contemplar a otras personas del mismo o del otro sexo que estimulan sus apetitos. Ahí es cuando los valores fundamentales de la autoestima, el amor y el respeto a los demás se prueban y solidifican.
Hace poco asistí a una conferencia en la universidad sobre el sexo. Me puso a pensar. El conferencista, experto en el tema, y con una extensa experiencia en el tratamiento de problemas relacionados con el sexo mal concebido o aplicado o abusado, habló no de dos sexos o expresiones del sexo sino de muchos más. Habló de las diferentes categorías. Una es la del heterosexual puro que solo le atrae el sexo opuesto. Es el más común y el más aceptado y pedido. Le sigue el homosexual puro que definitivamente le atrae el mismo sexo. Incluso en estos dos casos que suelen ser los más visibles, existen categorías. El tercer sexo sería el del heterosexual, ocasionalmente homosexual. En ocasiones y por diversas circunstancias nos sentimos atraídos por personas del mismo sexo, lo que no significa que seamos homosexuales. El otro es el homosexual, ocasionalmente heterosexual.
Estas reflexiones me han llevado a pensar intensamente en las repercusiones que en mis creencias religiosas puedan tener. En fin, la relación entre religión y sexo me la guardo para mí. Crea cada uno lo que quiera, que yo me quedo con lo mío.
Lo que sí me enerva y molesta es que la sociedad confunda el amor con el sexo. Hacer el amor no es acostarse y retozar, hacer el amor es un proceso largo y profundo que puede llevar al sexo, pero el sexo, definitivamente no es el amor.
Hacer el amor es en primer lugar conocerse a sí mismo y de ahí amarse a sí mismo. Luego es conocer al otro ser con sus cualidades y defectos, con su individualidad que hay que respetar. Hacer el amor es construirlo día a día con la pareja, evolucionarlo, manifestarlo, vivirlo a plenitud. Hacer el amor es vivir cada día con alegría y solidaridad, sin ser propietario o amo del otro. Es integrarse, complementarse y al mismo tiempo permitir y respetar el desarrollo del otro. El sexo forma parte del amor, no al revés.
Ahí les quedo…