Desarrollo agropecuario de la Orinoquia
En un reciente artículo de la revista Dinero se discuten las posibilidades de desarrollo agropecuario que tiene la región de la Orinoquia a partir de la incursión de grandes inversionistas privados en proyectos de gran envergadura. Es evidente, como se ha señalado en esta columna, que las condiciones de los mercados agrícolas mundiales son muy promisorias, tanto en el presente como de cara al futuro.
Tradicionalmente, Colombia no ha sido, excepto por el café, un jugador importante en el escenario mundial de los principales productos agropecuarios. En comparación con otros países, los tamaños de nuestros desarrollos han sido muy limitados. Muchos hablan de que no pensamos en grande, pero la realidad es que tenemos limitaciones para sembrar, como en Argentina, 20 millones de hectáreas de un solo cultivo. En nuestro caso, la mayor área sembrada en un mismo cultivo ha sido de 1.100.000 hectáreas de café.
De allí que la Orinoquia tenga, según algunos, un gran futuro, pues se trata de un bloque muy grande de tierra que equivale al 7,2 por ciento de la tierra agrícola del país, en la que potencialmente se puede llevar a cabo un importante desarrollo agropecuario. La entrada de grandes inversionistas implica adelantar proyectos de gran envergadura y con alto grado de sofisticación tecnológica, asunto que, excepto por unos pocos cultivos, como la caña de azúcar, no es la norma en Colombia, pues la actividad agropecuaria se caracteriza, en general, por su manejo tradicional y poco tecnificado.
El impulso de los proyectos empresariales en la Orinoquia va a poner a prueba el conjunto de reglas de juego e instituciones sectoriales. Veremos si éstas están diseñadas para soportar un desarrollo agropecuario propio de las necesidades del siglo pasado o si son capaces de adaptarse para responder a los retos de una agricultura contemporánea que se caracteriza por su gran complejidad.
Los retos institucionales tienen que ver con la propiedad, el acceso y el uso de la tierra; el manejo ambiental sostenible; el desarrollo científico y tecnológico que tiene que darse en la región; el manejo social que permita un desarrollo incluyente y digno para sus habitantes, y el establecimiento de una infraestructura y una conectividad de cara al futuro. Todo esto enmarcado en un desarrollo regional sólido, dinámico y competitivo.
Algunos de los productos que se piensan sembrar, como la soya, el maíz y la palma, gozan de altos niveles de protección y de apoyos del Estado. Por tanto, y como lo han señalado algunos empresarios del agro, estos productos no son competitivos. La función de los gremios se ha centrado, entonces, en beneficiarse de las dádivas oficiales, haciendo que el negocio agropecuario se base más en asegurarse rentas que en desarrollar actividades competitivas.
Si la acumulación de tierra para valorización y la tierra subutilizada no son gravadas, no será posible desarrollar grandes proyectos empresariales. Si Corpoica, los demás centros de investigación y las universidades regionales no crean suficientes capacidades de investigación y desarrollo tecnológicos, no se tendrá una base sólida de crecimiento, pues no todo puede basarse en transferencia tecnológica del extranjero. Si no se aplica una normatividad ambiental que, al tiempo que facilite el aprovechamiento de la base de recursos, conserve y proteja los recursos naturales como el agua, el suelo, la biodiversidad y los bosques, y no se dispone de una conciencia colectiva que valore dichos recursos, repetiremos el actual modelo de desarrollo sectorial que ha destruido la riqueza natural y no ha creado una base sostenible de desarrollo.
Por tanto, las posibilidades agropecuarias de la Orinoquia, como la avizoraron personas como Santiago Perry y Gabriel Rosas, dependerán de la capacidad del Estado de crear las reglas de juego y las instituciones que soporten un adecuado desarrollo.