Histórico

DESTERREMOS AL BOQUISUCIO

13 de mayo de 2012

El boquisucio es un enemigo público porque envilece el idioma. Somos lo que decimos, lo que hablamos. Quien atente contra la integridad de nuestra lengua nos lesiona a todos los hispanohablantes. Llámesele diputado, cantante, locutor, novelista, profesor o estudiante, si se expresa con procacidad no tenemos por qué celebrárselo. Merece la interdicción, el marginamiento. Si no hay otros castigos legales que puedan aplicársele por vulgar, ordinario y ultrajante, impongámosle una sanción social.

Con el caso asqueante del personaje público se escandalizaron muchísimas personas. Entre ellas no faltan las que hablan con vocablos iguales o peores, de grueso calibre. Acusan cierta hipocresía. Deberían oírse ellas mismas. La ordinariez representada en la zafiedad desafiante del mal decir, el mal leer y el mal escribir es una epidemia que se extiende por todos los contornos.

A donde quiera que llegue un tipo grosero, entra pisando duro con las palabras. Es intimidante. En un grupo de amigos, el boquisucio les infunde temor a los demás, así reprueben callados su comportamiento. Suele darles miedo increparlo por irrespetar a sus semejantes, por agredir con un verbo degradado que, además, lo retrata en cuerpo y alma como portador de una pobre noción de la dignidad y la autoestima y exponente de un estrato moral y cultural subterráneo.

No entiendo por qué tanta gente no sale de tres o cuatro palabrotas que empiezan por güe, malpa, hijuey gono . Hablar con elegante sencillez o con sencilla elegancia no cuesta nada. Un buen diccionario se consigue muy fácil. Superar los 30 vocablos habituales no comporta un esfuerzo complejo. Descubrir la riqueza del idioma, saberse dueño y emisor del tesoro de las palabras es un deleite.

El boquisucio causa indignación y hasta da lástima por su infinita precariedad expresiva. Si cuando estaba en la etapa de crianza no tuvo un papá, una mamá, unos hermanos o un maestro que le advirtieran del mal que estaba autoinfligiéndose a medida que ahondaba su incompetencia comunicativa, ya cuando se presume que está en la edad adulta no puede quedar impune. Si las normas reglamentarias de colegios y universidades y empresas y las leyes codificadas de policía son permisivas e ineficaces para hacerles frente a los enemigos del idioma (de las palabras, que dicen lo que somos), al menos impongámosles nuestras propias sanciones. Excluyámoslos. Son peligros sociales. No tenemos por qué respetar aquello que no merece ni el más mínimo respeto. Victor Frankl escribió que sólo reconocía dos razas humanas, la de los decentes y la de los indecentes.

El Diccionario dice que el boquisucio es un individuo de habla indecente. Hay que desterrarlo de nuestro propio entorno, de nuestras circunstancias, porque esa raza que representa le hace daño a la humanidad.