Histórico

Don Roberto revela el peor secreto de Gonzalo Arango

ESTE AMIGO de juventud del poeta nadaísta cuenta que aunque se decía ateo, al poeta le gustaba rezar. Roberto Mejía tiene 100 años y es un andino de los más ilustres, gran orador hombre muy cívico. Hoy le destapan un busto.

16 de octubre de 2010

De entrada, don Roberto Mejía del Toro dice una "blasfemia": "Gonzalo Arango era ambivalente, mientras le rezaba a Dios, se pregonaba ateo".

Mejor dicho, el "Diablo haciendo hostias". Pero Roberto sabe por qué hace tal afirmación, que tampoco, cree él, va a ofender al líder ya fallecido de los nadaístas:

-¡Ah!, es que yo era íntimo amigo de Gonzalito, él no confiaba sino en mí porque era muy tímido, en mi casa le tenía una pieza, se llamaba 'la pieza de Gonzalo' y en ella se ponía a hablar con Dios-.

Y suena a blasfemia porque fueron los nadaístas, inspirados en Arango, los que pisaron la hostia sagrada en la Catedral de Medellín. Y Roberto autoriza publicarlo tal cual lo pregona:

-Yo lo pinté muy bien cuando dije: Gonzalo Arango, el nadaísta, el profe ambivalente, que quiso ser ateo pero creyendo en Dios-.

Uno se queda mudo. Pero él no, Robertico sigue hablando, porque es una caja de secretos. Y de recuerdos.

¡Quién llegara a los cien años con su vitalidad, su inteligencia, su fortaleza y sus ganas de vivir!

Pero es que don Roberto Mejía, para muchos el andino más ilustre del momento, fue una de las personas que con el simple don de la elocuencia, de saber hablar claro, largo, certero y convincente, le dio progreso a Andes.

Además de esas virtudes, el viejo tiene otras que le ayudaron para hacer lo que le dio la gana en su provincia en los tiempos que lo pudo hacer, ¡claro!, porque al final le llegó el hastío y emigró a Medellín.

Cuenta Robertico, de cabello blanco, ¡hermosamente blanco!, que fue un líder cívico de mucho talante en Andes, pues fue el que más herencias dejó en infraestructuras, llámense carreteras, puentes, caminos vecinales y parques, entre otras, y para ello no necesitó ser alcalde.

-Es que yo era como el alcalde. Allá todos hacían lo que yo decía, entonces no me iba a desgastar con el cargo- confiesa este abuelito elegante y de agradable diálogo.

Tan agradable, que fue titular indiscutible e infaltable de las famosas tertulias del Ástor -reconocido salón de la carrera Junín-, las cuales, dice, se acabaron hace seis meses, "cuando se murió Carlos Alberto Posada y me llegó mi incapacidad".

Pero no se crea que su incapacidad consiste en que esté postrado en cama y que haya que bañarlo, vestirlo o darle comida con cuchara.

No. Simplemente, aconsejado por su segunda esposa y con la que vive en completo idilio, doña Nivia Ossa Gallo, decidió no salir mucho por ahí a la calle a arriesgarse a una caída, porque así esté muy vital y lleno de ganas, "ya me canso y en una caída me puedo fracturar".

Pues será sólo eso, porque del corazón no se le ven dolencias. De la presión no se queja. Y del resto del cuerpo no manifiesta el más mínimo lamento.

-Es que lleva una vida sana: duerme, come bien y se cuida-, dice Nivia, de 73 años y con rastros de haber sido impresionantemente bella en su juventud.

Tal vez por eso se enamoró tan facilito Roberto, que fue sino verla y atender el recomendado de una amiga, que al verlo viudo, solo y trabajando tanto, le expresó las palabras mágicas que torcieron su destino un día:

-Eso fue una amiga mía que un día fue al Santuario en Caldas y me dijo 'Don Roberto, encontré una niña allá que es precisa pa' usté'-.

Y sí, la Celestina (casamentera) hizo el milagro, Robertico mandó al carajo su promesa de quedarse solo después de haber enviudado de su primera esposa y se animó a conocer la chiquilla. Una palabrita fue, otra vino, un coqueteo por allí y otro por allá, y la cosa se dio.

Cuajó tanto el romance, que hoy llevan 51 años juntos y de su cuenta tienen dos hijas y tres nietos. De su primera boda, la herencia que hay son dos hijos y dos nietos. Pero plata, lo que se dice plata, don Roberto no tiene.

-Noooo, tuve mucha, pero fui mal negociante. Mi papá murió siendo yo joven y me tocó salirme de estudiar a ver por la familia. Él tuvo dos mujeres y a su muerte la familia de la otra pidió la herencia y ahí se fue la plata-.

Por eso, aunque muy lector, tuvo que interrumpir sus estudios de odontólogo y dedicarse al trabajo, aunque estudió Humanidades y Filosofía en el Seminario de Jericó.

Una caja de recuerdos es Roberto y qué montón de ellos hay ahí navegando en la memoria de este viejo farmaceuta e insigne orador.

Según él, en su vida asistió a más de cien cocteles en los que fue el encargado del discurso. De todos, apunta, el más memorable fue uno que dio en Bogotá ante una sociedad cultural en la apertura de un busto del Indio Uribe (reconocido escritor y periodista de Andes):

-Esa vez, Juan Lozano tenía preparada una conferencia y yo llegué con mis palabritas como si nada, y Otto Morales, que era mi amigo, me dijo: 'hombre Roberto, te cagaste en el pobre Juan'...

Cero trago, o de pronto sí, 0.1, es decir, una copita de ron en un vaso de Coca Cola de vez en cuando, ha sido la dosis de Roberto, la que, según él, lo tiene tan alentado y con tantas ganas de vivir.

Aún a su edad, tiene amigos a montones, pues cuenta que el martes 12, cuando llegó al siglo de vida, le hicieron más de 200 llamadas de felicitación.

-Eso no se lo han hecho a nadie en Colombia- afirma.

A lo mejor. Lo que sí está claro es que la chochez no ha cogido a Robertico, que fue diputado tres veces y que recibió grandes honores, las medallas Mariscal Robledo, la del Civismo y la Andino de Oro, entre otras.

Hoy le dan un honor más. El Concejo y la Sociedad de Mejoras Públicas de Andes le rinden tributo a su legado y a ese don privilegiado de orador que le permitió, sin ser alcalde, ser "el mejor de los burgomaestres".

¡Ah!, y además conservador, "pero no godo" y muy creyente en Dios sin la "hipocresía" de Gonzalo Arango, pues, dice, "yo sí creo de verdad, el que no crea en Dios, es mejor que se mate".