Histórico

DOS VECES JUAN JOSÉ

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09 de agosto de 2014

A mediados de 2003 fui invitado por el Banco de la República a dictar una charla en La Guajira.

Cuando llegué al aeropuerto de Bogotá me topé con Juan José Hoyos, a quien hacía rato no veía. Me puse más contento aun cuando supe que él también estaba invitado a La Guajira.

En el viaje reímos, hablamos de periodismo, compartimos algunos asombros literarios recientes.

Llegamos a Riohacha al mediodía. El sol reverberaba en el pavimento.

Al oírnos mencionar el calor el taxista nos contó este chiste: un hombre que se portaba mal murió de repente. Por supuesto, fue condenado al infierno. El Diablo dispuso para él la paila más ardiente. Pero al ser introducido en ella el hombre no dio ninguna muestra de que se sintiera sometido a un castigo. Por el contrario, empezó a carcajearse. Intrigado, el diablo le preguntó si acaso era inmune al fuego. El hombre le respondió:

-- ¡No joda, es que yo manejaba un bus en Riohacha…

Juan José reía con ganas. A continuación empezó a hacerle preguntas de reportero al taxista: la edad, el número de hijos, la situación de orden público en el Cabo de la Vela. El taxista se notaba feliz ante aquel interlocutor desconocido que lo trataba con cortesía y lo escuchaba con tanta atención. Y yo me sentía privilegiado, como si estuviera con el mago al que más admiraba en la intimidad de su camerino, viendo el revés de sus trucos: la curiosidad genuina, la manera de generar confianza.

Llegamos al hotel, dejamos las maletas, salimos a caminar por el malecón. De pronto, Juan José pegó un salto y empezó a gritar:

-- ¡El mar, el mar…

Entonces, como el niño más desenfadado, como el más irracional, comenzó a desvestirse ahí, a la vista de todo el mundo. Me fue entregando su ropa prenda por prenda. Tenía un pantaloncillo bóxer que hubiera podido aspirar con cierta dignidad a la categoría de pantalón de baño.

Me dejó ahí parado, en la arena, y corrió como loco a sumergirse en el agua. Mientras veníamos en el taxi yo había comprendido por qué es mi maestro, y ahora, al verlo enloquecido ante el mar, estaba descubriendo por qué es mi hermano.

***

Una tarde me puse a releer su libro "Sentir que es un soplo la vida". Busqué una crónica suya que siempre he amado: la que hizo sobre el papá de John Jairo Tréllez, aquel futbolista que causó furor en una selección Colombia sub-20.

Cuando Juan José hizo la crónica, Tréllez era un muchacho de 17 años. El padre se había ido para Barranquilla a probar suerte, ya que en Turbo no conseguía trabajo, y John Jairo se había quedado hacinado en una casucha con su madrastra y sus siete hermanos menores.

Un día el chico se ganó treinta mil pesos en una rifa. Le regaló veinte mil a la madrastra, seis mil a los hermanos y solo guardó para él cuatro mil pesos.

Al contarle esa historia a Juan José, el padre de Tréllez le dio el siguiente testimonio: "yo no sé: yo creo que aunque a mi hijo lo partan en pedacitos y lo vuelvan a hacer, nunca volverán a hacer a nadie como él. Yo lo abrazo y me pongo a llorar, y él me dice: "papá, ¿por qué lloras?", y yo le digo: mijo, porque te quiero mucho".

El mismo día que leí este pasaje fui a encontrarme con Juan José en un restaurante bogotano. Entonces me contó que había intentado reunirse con varios exalumnos suyos que actualmente viven en Bogotá. Querían rememorar, me dijo, los tiempos del grupo de lectura John Reed, y por eso se pusieron una cita.

Juan José acudió puntualmente; casi todos sus exalumnos le incumplieron. Otro en su lugar se habría puesto furioso, pero él fue comprensivo.

-- Los alumnos –me dijo– son como los hijos: un día dicen adiós y se van.

Me conmoví ante esta prueba contundente de su generosidad.

Y volví a conmoverme recientemente en el emotivo homenaje que le rindió la Universidad de Antioquia. Sentí un nudo en la garganta al verlo rodeado de tanta gente que lo recuerda.

Sentí ganas de llorar por la misma razón que tan hermosamente esgrimió el papá de Tréllez: porque te quiero mucho, maestro. Porque te quiero mucho.