EL ALUNIZAJE DEL HIJO DEL VECINO
A quienes no nos alcanzó la ropita para hacer historia, nos queda la alternativa de envidiar a quienes sí la protagonizaron.
Me cuento entre los 600 millones de personas que durante tres horas vimos por televisión al fallecido astronauta Neil Armstrong robando rocas lunares hace 43 años. Nadie denunció el ilícito.
Era “la primera vez que la mano del hombre ponía el pie” en el satélite que provoca la ira santa de los perros que le ladran, pues asumen que la luna se les está metiendo al rancho.
Casualmente, fue una perrita, Laika, la primera en orbitar alrededor de la luna. Después vendrían los bípedos Gagarin, ruso, y los gringos Armstrong, Aldrin y Collins.
Este fue el peor librado. Mientras sus colegas labraban su inmortalidad de papel, Collins desaparecía en el lado oculto de la luna olvidado por todos.
Me tomo la vocería de los 600 millones de mirones para agradecerle que no hubiera dejado tirados a sus cómplices.
Nos fue regular a un amigo y a mí que por no perdernos detalle nos dejó el último bus bonsái a Envigado (=arrierita) y nos tocó dormir en un parque. Pero habíamos hecho historia echando pupila. Misión cumplida.
Esperaba más del alunizaje. Si me acosan, diría que me desilusionó que el hombre llegara a un sitio donde no hay con quien triscar (hablar mal del prójimo).
La frustración la comparte hasta el presidente Obama quien anunció que no invertirá un dólar más en viajes similares.
Armstrong abandonó la granja donde criaba vacas para cuestionar la decisión. El mandatario de pelo quieto no le paró bolas.
Lo dijo Oriana Fallaci en el espléndido reportaje que escribió: “Ni siquiera en contacto con el infinito un hombre se hace grande, si en él no hay grandeza. Ir a la luna no nos hace ciertamente mejores”.
Ahora, semejante viajononón ameritaba frases mejores que las tres pronunciadas por Neil Armstrong.
La primera se refería al hecho mismo de salir del cachivache que los llevó hasta semejante lejura.
La segunda fue una frase pensada bajo la ducha. Allí se gestan las grandes ideas. Armstrong la consultó con su madre.
Hubo, imagino, una filial solicitud: Mami, ni una palabra a tus amigas del costurero ni de la iglesia. Increíble, pero mamá Armstrong amarró la lengua.
La segunda frase es de un obvio subido, pero bueno, no era Walt Whitman el que alunizaba: “Un paso pequeño para el hombre, un paso gigantesco para la humanidad”. Y adiós.
La tercera frase que pronunció Armstrong fue un misterio durante años. Estaba dirigida a Mr. Gorsky, un vecino cuya mujer le dijo: te haré el amor como quieres, cuando el hijo del vecino camine en la luna. El niño que oyó esa pornográfica notificación era Neil.
“Buena suerte, señor Gorsky”, fue la tercera frase del hombre que caminó en la luna.