EL DERECHO AL PESIMISMO
No era a los terremotos. Ni a la pérdida de la razón. Ni a un dolor en el alma por la muerte de alguien muy cercano, no. De un tiempo para acá he descubierto que el miedo más grande que puedo sentir es cuando alguien me lanza la pregunta de moda: "Qué opina del proceso de paz". Ay, ay, ay… Me dan ganas de volverme hormiga y desaparecer debajo de un zapato.
El proceso de paz se ha convertido en otro motivo de polarización, uno más, que en vez de unirnos, nos separa. Es incoherente que hablando de paz, algunos esgriman tanta violencia contra quienes manifiestan dudas, temores o incertidumbre frente a las conversaciones. Dependiendo de lo que quiera oír el que pregunta, el que responde puede terminar crucificado y con un inri descalificador: "Amigo de la guerra, enemigo de la paz". O viceversa. ¡No necesariamente…
Bien lo dijo Santiago Silva, columnista de este diario, que escribió el pasado jueves: "Guardar serias reservas, e incluso oponerse a la negociación con las Farc en La Habana, no puede ser un sinónimo de uribismo, menos aún, de guerrerismo". ¡De acuerdo…
Ambos bandos, a favor y en contra, me producen terror, excepto por unas pocas voces muy equilibradas que ayudan, sin duda, a que personas tan desorientadas como yo, sigamos debatiéndonos en un mar de dudas tan profundo que podría perfectamente navegar cualquier catamarán, yate o chalupa con guerrilleros en descanso a costillas nuestras.
No asumir una posición radical frente al proceso de paz puede obedecer a muchas causas, incluso al miedo frente a lo desconocido, lo que deja por el suelo las teorías extremas de seguidores y detractores.
¿Cómo no querer la paz? Nada más anhelado, pero a mí, como a una inmensa mayoría, los diálogos de Cuba nos generan más preguntas que certezas:
¿Cómo creer en la palabra de un "ejército del pueblo" que acaba con los pueblos? Creer que se puede hacer la paz sin entregar las armas, atacando poblaciones y planeando atentados es como pensar que se puede dejar de beber bebiendo. ¡Sí, cómo no…
¿Cómo creer en quienes hace apenas unos meses secuestraron a una señora de 70 años que murió de tristeza en cautiverio, y que no fueron capaces estos canallas ni siquiera de entregar su cuerpo, sino que lo dejaron a medio enterrar en el monte para que los gallinazos avisaran?
A propósito, en palabras del Fiscal, se me desdibuja una definición. No logro saber qué es y qué no es lesa humanidad.
¿Sí funcionará la paz con impunidad en un país donde 45 millones de personas, unas más directamente que otras, hemos sido víctimas de la guerrilla?
Necesitamos entender lo bueno, lo malo, lo feo, los alcances y las limitaciones de este proceso, antes de que acabemos matándonos los unos a los otros por cuenta de una paz humillante para las víctimas y traidora para quienes jamás hemos hecho la guerra. No es el qué el que nos divide. Es el cómo, que no es lo mismo.
No niego la necesidad de la paz. Pero lo que se cocine en Cuba será supuestamente aprobado o no por los ciudadanos, pero sin posibilidades de rectificar sazón. Tómelo o déjelo.
Así, el escepticismo también es una opción y el pesimismo, a veces, un derecho.