El duende alegre
El duende alegrePor
Juan José Hoyos
Era una de las heladerías más conocidas de Caldas: una casa vieja con muchas mesas a lado y lado y, al fondo, unas palmeras verdes, adornando una cascada de agua fresca.
Octavio Mesa estaba en el escenario, acompañado por los músicos de su conjunto. "Eso allá era puro caché. Yo estaba tocando y cantando cuando vi que entró un sartal de gente, oiga, tantos escoltas que parecía un batallón. En uno de los descansos se me acercó un mesero y me dijo: Octavio, que haga el favor de ir a esas mesas... Había como seis mesas juntas. Yo llegué allá y les dije: Me dicen que ustedes me necesitaban. El jefe me dijo: Octavio, venga, le presentamos al patrón. El patrón me dio la mano y me dijo: Mucho gusto, Pablo Escobar. A mí me dio rabia porque yo tengo un mundo personal muy purgado y nunca me he creído menos que nadie, y menos me gusta que me mamen gallo. Entonces le dije: Mucho gusto, Simón Bolívar, pa' servile. Ahí mismo el jefe de los guardaespaldas me pegó un codazo. Entonces yo caí en la cuenta y le dije que perdonara y él, muy educado, me dijo: Tranquilo... Después me pidió que me sentara y me dijo: Oíste, hombre, cómo me imaginabas, pues... Yo le dije: Pa' ese nombre, más viejo, más barrigón y más embambado? y me tomé un aguardientico".
Así narró Octavio Mesa su encuentro con Pablo Escobar a las estudiantes de la Universidad de Antioquia Zahira López y Sara Gómez. Ellas estaban matriculadas en el curso de Periodismo XII, y yo les puse esa tarea. Octavio terminó así la historia: "Pablo me invitó a quedarme en la mesa y me dijo: Yo te tengo aprecio desde antes de conocerte porque cuando yo tenía como cinco años mi papá, en un diciembre, llevó "El Duende alegre" a la casa y le puso el disco a mi mamá tantas veces que, a mí, de tanto oírlo, me acabó gustando". Eso fue antes de las bombas, por ahí en 1983".
Cuando leí los reportajes, la historia de El duende alegre me devolvió a los diciembres de mi infancia y a la canción que cantaba Octavio Mesa por la radio: Me llaman el duende / y busco a las viejas / que son habladoras?/ Toco bandolina / tiple y guacharaca / y bailo en el aire / montado en la escoba. Casi nadie se acuerda ya de la letra completa (ay, ¡si Pelusa, mi hermano, estuviera vivo!), pero algunos de mis amigos todavía cantan el coro, sin equivocarse: Soy el duende alegre / que ando por el barrio/ A mí no me valen / cruz ni escapulario?
Octavio Mesa terminó su historia así: "Cuando me llamaron para volver a subir al escenario, Pablo le dijo al jefe de seguridad: Dale a Octavio 20 mil pesos. Yo estaba tocando en ese tiempo por 4 mil pesos. Yo le agradecí y él se despidió diciéndome que nos íbamos a seguir viendo... Y así fue. Un día me invitó a la Hacienda Nápoles. Yo llegué con el conjunto y le pregunté: ¿Qué vas a hacer hoy aquí? Él dijo: Es que mi papá tiene muchas ganas de conocerte. Y enseguida apareció un tipo viejo, de sombrero, que me dijo, emocionado, mientras me daba la mano: ¡Qué gusto conocerlo, yo soy Abel Escobar! Eso allá parecía un paraíso. Había una lora que cantaba todas las tardes el himno nacional".
Según Octavio, a Pablo Escobar le gustaba mucho una canción suya que se llama La Berraquera, y que dice: Yo vengo de un pueblito / cerca 'e Santa María / aquí me crió mi taita/ con pura putería. / Yo soy matón a sueldo / que no me asusta nada. / Nunca me pongo triste / por cualquier güevonada. /No hay golpe que yo falle / ni bala que yo pierda...
Octavio Mesa dejó unos apuntes escritos a lápiz donde dice que nació en Medellín el 4 de agosto de 1933. A la edad de ocho años comenzó a cantar en las escuelas: les llevaba serenatas a las niñas que le gustaban. Desde temprana edad tuvo la música en su sangre. A los doce años comenzó a estudiar guitarra. A los quince, hizo su primera composición, titulada Mi rival, porque un amigo le arrebató una noviecita que tenía. A los pocos días resolvió dejar su casa e irse a "aventuriar": fue a parar a La Argelia, Valle. Allí se puso a trabajar en una finca cogiendo café y tirando azadón. Luego se enganchó como ayudante de arriero. Al año y medio murió el arriero y entonces él cogió las siete mulas que quedaban vivas para arriar él solo. De esa historia salió la composición Relajos del Arriero. Después se dedicó a manejar camiones. Trabajó durante 25 años de chofer de doble troques y en los viajes, pensando la vida, empezó a componer canciones.
Comenzó a cantar profesionalmente en 1953. Las canciones que lo hicieron famoso tienen títulos que hablan: La putería, El jornalero, Llegó berraco, Esclavo del costal, Lamento del borracho, Marido oprimido, La pelea con el diablo, El paraguas, Me voy pa la p-m, El Hijo del Diablo, Feliz año, El divorcio, El bautizo, El chofer y El bobo Ricardo? El primer éxito de su carrera fue El duende alegre, composición de Pedro Nel Isaza, por allá a finales de los 50.
Para Juanes, Octavio Mesa era "un señor increíble". Después de su muerte dijo: "Son bien explosivas sus letras, bien irónicas. Muy inteligentes también. La camisa negra y un par de canciones mías que he hecho tienen mucho que ver con ese estilo de música que se llama guasca. Yo desde que nací, en mi casa, en la finca, en todas las navidades escuchaba esa música".
El médico Alberto Burgos, el estudioso más aplicado de nuestra música popular, sostiene que la música parrandera paisa comenzó por allá en el año 1938 con el "Mono" González, Carlos Muñoz y otros músicos de la época como Joaquín y Agustín Bedoya, José Muñoz, Neftalí Álvarez, Libardo Álvarez y Luis Carlos Jaramillo. La primera canción parrandera, según él, es 24 de diciembre, y fue grabada en México por el dueto Pepe y Chabela. "Se entiende por música parrandera paisa toda aquella gama de melodías antioqueñas, generalmente de origen humilde y campesino, casi siempre interpretada con instrumentos de cuerda y viento, picarescas, maliciosas, algunas de doble sentido", dice.
El duende alegre se murió viviendo en una casa alquilada del barrio Manrique. Esta semana perdió su última pelea con El Diablo, dejó de bailar, y se bajó de la escoba en una clínica, sin poder saborear la última copa de aguardiente. Si las casas disqueras le hubieran pagado lo que él se ganó en forma honrada con sus dos mil canciones, a lo mejor habría muerto rico. Pero los duendes no necesitan casa propia, ni ser ricos, y menos cuando ya están muertos. Sin embargo, sus hijos sí. Ojalá Juanes, que tanto lo quería, su disquera 4Js y Universal Music, no repitan la historia miserable de las demás, cuando lancen al mercado su último álbum. Lo grabaron en octubre del año pasado.
Recojo las palabras de un lector anónimo de El Tiempo, dolido por la muerte de este hombre que hizo de las palabras soeces un arte, para despedir al juglar mal hablado de nuestros campos y montañas: ¡Ah, hijueputa! ¡Que los madrazos de Octavio Mesa perduren para siempre!