EL GRAN SADINI
Desde lo alto de un puente, Luciano, un joven que abandona el colegio y huye de su casa para escapar de los castigos de su madre, arroja su libro de álgebra a las aguas del río Sinú. El libro da vueltas en el aire y se hunde arrastrado por el río. En su fuga hacia el mar, gracias a sus conocimientos de hipnosis, un mago pueblerino convierte al muchacho en “El Gran Sadini, el hipnotizador más joven del mundo”.
La escena es de la película de Gonzalo Mejía que inauguró el Festival de Cine Colombiano de Medellín: una historia bella y transparente sobre los ritos de iniciación, antes sencillos, como la alargada de los pantalones, la entrega de las llaves de la casa y la “volada” hacia la costa a conocer el mar.
La historia de “El Gran Sadini” tiene sus raíces en la vida de Gonzalo cuando él era estudiante del Instituto San Carlos, de los Hermanos Cristianos. El colegio quedaba a una cuadra de la Facultad de Medicina de la Universidad de Antioquia. En los actos públicos, los estudiantes de siquiatría hacían sus pruebas de hipnosis con los alumnos lasallistas. A veces, en medio de la algarabía de los recreos, la voz y los gestos de la mano del hipnotizador convertían a un estudiante en una estatua que dormía o en un zombi que reía, lloraba y corría, hasta que la campana del colegio ponía fin al espectáculo. Allí Luciano aprendió su arte de hipnotizador.
La fuga de Luciano también se remonta a una “pela” memorable que él y su hermano recibieron de su padre. Gonzalo juró no someterse a un castigo más y le propuso a su hermano que huyeran hacia el mar. El sábado siguiente, luego de recibir la mesada, volvió a proponérselo. Él lo miró secamente y, sin dejar de caminar, le dijo: ¡no! Gonzalo piensa que esa tarde se derrumbó su vida.
Paradojas de la vida: Alejandro Mejía , su padre, también huyó de su casa cuando joven, y con el tiempo se convirtió en un fabricante de triciclos. Era amante del cine y los domingos no iba a fútbol, sino a ver películas con su esposa en los teatros del centro. Fue él quien trajo de Nueva York el pequeño proyector de súper 8 milímetros en el que Gonzalo y sus hermanos descubrieron en su casa la magia del cine. Poco después podían entrar gratis al Teatro Junín porque su padre regalaba un triciclo para que lo rifaran en el intermedio del matinal.
Me conmovió “El Gran Sadini”. Como Víctor Gaviria , pienso que “es una historia que nos enseña, a través del hermoso lenguaje del cine, lo que somos debajo de los párpados cerrados, debajo de la piel. Es decir, lo que somos en el cine y en la vida, antes de ser fulminados por el rayo de la violencia, que ha convertido nuestras historias en monótonas cenizas”.