EL PERDÓN
Domingo XI del tiempo ordinario.
Un fariseo invitó a Jesús a comer en su casa. Entró, pues, Jesús a aquella casa y tomó asiento. Y una mujer de mala vida que había en la ciudad, al enterarse de que Jesús estaba comiendo en casa del fariseo, llegó con un frasco de alabastro lleno de perfume, se colocó detrás, a los pies de Jesús, llorando, y con sus lágrimas empezó a bañarle los pies; se los secaba con sus cabellos, los cubría de besos y derramaba sobre ellos el perfume. Al ver esto el fariseo que lo había invitado, pensó: "Si este hombre fuera profeta, se daría cuenta de quién es la mujer que lo está tocando, y de lo que es: una mujer de mala vida".
Esta pecadora arrepentida suele ser identificada con María Magdalena (de Magdala), a quien nombra el evangelista Lucas al iniciar el capítulo siguiente de su Evangelio como una de las seguidoras de Jesús que, con los doce apóstoles, lo acompañaban mientras Él recorría la región de Galilea (Lc 8, 1-3). Sin embargo, no hay en el Evangelio ninguna indicación de que ella sea la misma mujer mencionada sin nombre en el relato de la comida de Jesús con Simón el fariseo.
Sea la misma o no, lo importante es lo que nos enseña Jesús mostrándonos cómo es la misericordia de Dios, y cómo debemos nosotros actuar si queremos ser sus auténticos seguidores. Meditemos, pues, en lo que constituye el mensaje central del Evangelio y las otras lecturas de este domingo [2 Samuel 12, 7-10.13; Salmo 32 (31); Gálatas 2, 16.19-21].
La misericordia de Dios es acogida por quien reconoce su necesidad de salvación: Lo primero que resalta en el relato del Evangelio es el contraste entre lo que piensa el fariseo y la actitud de Jesús. Para el fariseo, aquella mujer ya estaba rotulada como una prostituta, y como tal merecía ser despreciada. Así piensan siempre quienes se creen superiores a los demás, y por eso para ellos las personas a las que consideran pecadoras no tienen posibilidad de redención.
En cambio, el mensaje que nos comunica Jesús es que para cualquier persona, por más bajo que haya caído, si se reconoce necesitada de salvación y está dispuesta a cambiar su comportamiento, puede empezar un nuevo porvenir.