EL PREMIO
Las imágenes de archivo dejan ver lo divertida que debió haber sido aquella fría noche de 1982 en Estocolmo. Los reyes y sus invitados baten las palmas mientras Leonor González Mina, los cantantes vallenatos y los demás músicos interpretan las melodías de este trópico lejano. García Márquez hizo aquel día lo impensable, trastocó el protocolo y transformó el hielo en cumbia, puro realismo mágico.
Estoy seguro en cambio que Gabo se habría aburrido como una ostra en la ceremonia de entrega de los premios de la fundación que él creó; de una noche como la del miércoles se espera más magia y menos discursos, más sabor y menos protocolo; sería deseable también haber visto allí a más estudiantes y gente de la cultura local. Soñar que Gabo convoca aún más no es un imposible, porque estoy seguro de algo, si esto hubiese sucedido en México, el teatro habría estado a reventar. ¿Valía la pena tanto ceremonial cuando todo el tiempo hablaban de fiesta?
Si bien es cierto que Gabo es el único que hace movilizar las "glorias" periodísticas del altiplano a la provincia, el premio parecía más una reunión de "mi conmigo y para mí".
No soy periodista, pero sin embargo los envidio porque poseen colegas como los que estaban allí sentados. Bravo por los ganadores, alternativos, combativos, profundamente éticos y resistentes. GRACIAS, porque cada uno de ellos en sus trabajos trata de visibilizar y hacernos entender la tragedia de nuestros hermanos invisibles, como lo dijo Marcela Turati en su emotivo discurso "Hace diez años abandoné la redacción de mi periódico y emprendí un viaje por Latinoamérica. Impaciente, buscaba saber cómo es que el periodismo puede cambiar las cosas. Visité redacciones, entrevisté colegas, acompañé luchas ciudadanas, respiré nuevas realidades, eduqué la mirada y esbocé respuestas sobre un periodismo de lo posible, que moviliza y no paraliza". Gracias a Javier Darío Restrepo por unas hermosas palabras en las que desprovisto de cualquier asomo de vanidad parafraseó un poema que Ernesto Sábato halló en Lanzarote, en casa del Nobel José Saramago, y que este dedicó a Pilar, su mujer. Restrepo cambió el nombre de Pilar por el de Gloria, su esposa ausente, y pidió para ella y sus dos hijas, sus tres ángeles, un aplauso, que emocionados dimos de pie. Cuánta sabiduría hay en ochenta y dos años vividos desde la ética.
En una noche en la que el lenguaje era protagonista y después de tanto compromiso y claridad, qué difícil resultó escuchar las palabras del señor presidente. Al oírlas se descubre entre líneas un nivel de violencia sutil y excluyente. Resulta difícil imaginar entonces que dentro de ese "mi" reiterativo de su discurso, resulte posible construir un país en el que quepamos "nosotros". Señor presidente, aunque usted insista en hacérnoslo creer, nunca seremos Suecia. Puro realismo mágico.