Histórico

El pulpo es dios

13 de julio de 2010

Sería poco penetrante escandalizarse ante el título de esta columna, que parece llamar a blasfemia. Pero como corren tiempos de oscurantismo, es conveniente precaverse. En primer lugar la palabra dios está en minúscula porque la Constitución colombiana reconoce a muchas etnias, y los guambianos, por ejemplo, cuentan con ochenta dioses. Así pues, este sustantivo es común y no propio.

Viene luego la divinización del pulpo. Ya Alberto Moravia, escritor italiano, había hecho lo propio con un objeto cuando exclamó "¡La bomba atómica es Dios!" Y el físico teórico inglés Stephen Hawking, culminó su "Historia del tiempo" prediciendo que si la humanidad encontrara una teoría unificada completa para explicar el universo, "entonces conoceríamos el pensamiento de Dios".

Así las cosas, que no haya anatema frente a la afirmación de que el pulpo es dios. Por encima de los astros del fútbol caídos en desgracia y del fasto de un mes en que el planeta fue un balón, el pulpo fue el personaje del Mundial. Quiso la paradoja que el animal procediera de Inglaterra y Alemania, y no de la salvaje África donde se escenificaba el campeonato y de donde cualquiera habría esperado que viniera la brujería.

La gran cabeza de ocho brazos lo supo todo, con días de anticipación y sin titubeo alguno. Desde su acuario custodiado de fotógrafos, creó el mundo de la nada. Descifró lo indescifrable, adivinó el viento, la velocidad de la pelota, la punzada en el pulgar del pateador, el pulso preciso del arquero desfalleciente.

Fue único y solitario en su labor demiúrgica. Fue misterioso, impredecible como el origen del universo, mantuvo a la humanidad en vilo y la humanidad debió prosternarse en adoración ante la comprobación de su infalibilidad. Nadie en el mundo es capaz de escrutarlo ni de descubrir sus leyes.

El pulpo hace la luz desde las aguas, envía su señal al aire de la televisión y realiza su hazaña sobre la tierra verde de los estadios.

Escogió el máximo evento planetario para revelarse. Dictó su oráculo en las tablas de la ley contemporáneas, que son las pantallas grandes, medianas y pequeñas mediante las cuales las criaturas hacen amalgama de información y sentimiento.

El octópodo habla en el idioma del mito, sin palabras, transmite un miedo, una desazón, siembra incertidumbre en medio de una sociedad que cree saberlo todo y dominarlo todo. El pulpo es dios: ¿alguien lo duda?