El salario del miedo
La extrema izquierda colombiana, que se expresa políticamente en el Polo Democrático, es una asociación de tendencias y matices que giran alrededor de lo que fue el Partido Comunista. Aunque algunos de sus miembros no lleguen a confesarlo, el Partido Comunista asistió al parto de las Farc, y siempre tuvo en ellas su brazo armado para el ejercicio de la violencia, elemento consustancial e indisoluble del comunismo. El que diga lo contrario, es porque no se ha leído una página del manifiesto comunista de Marx y Engels, porque desconoce del todo la obra de Lenin, y porque nada sabe de la técnica estaliniana de gobernar a los hombres.
No es de extrañar que el partido de la violencia la practique. O que la practiquen sus seguidores y aprovechadores, admitiendo que haya en el Polo gente que quisiera ser auténticamente demócrata. Por todo eso estamos viviendo bajo el salario del miedo, lo decimos recordando una de las más impresionantes películas de suspenso y terror que produjo el cine francés de mitad del siglo pasado.
Las amenazas contra los ingenios azucareros y las bombas puestas en sitios estratégicos de Bogotá, para celebrar y apoyar la marcha de los sindicatos oficiales del Polo, son pruebas plenas de estos asertos. Pero no se trata de volver sobre ellos, sino de proponer el efecto demoledor de estas expresiones terroristas.
Colombia ha estado de moda en el mundo exigente de los inversionistas internacionales. Todos los días aterrizaban aviones cargados de promotores de negocios, de empresarios, de financistas, que por mil razones, en especial por la seguridad física y jurídica que Colombia ofrecía, y por su excelente capital humano, venían a examinar posibilidades de inversión. Ese proceso es lento y complejo, cabe advertir. Desde el momento en que se encuentra la posibilidad de una operación, y el día en que se la echa a andar, pueden pasar varios años. Pues las bombas de los entusiastas amigos del Polo le han hecho un daño gravísimo a ese favorable ambiente hacia Colombia. Cuando los jefes de seguridad expliquen que el primer atentado se cumplió en el Aeropuerto donde aterrizará el ejecutivo de nuestra historia, y que los siguientes explotaron en centros comerciales importantísimos, y en vías y lugares de los más frecuentados por la gente de negocios, asunto concluido. El ejecutivo se queda en casa y los planes pasan al archivo. Serán fábricas que no abran, obras que no se ejecuten y sobre todo empleos que nunca llegarán. Se ha lucido el sindicalismo opositor. Si de destruir empleo se trata, claro está.
El terrorismo contra la industria de la caña, que ha estado promovido por personajes tan conocidos y salientes del socialismo del Siglo XXI como Piedad Córdoba y Alexánder López, también dio en el blanco. Los ingenios amenazados, a los que se impide el acceso de quienes quieren trabajar en ellos, son los fabricantes de etanol, el primero de los biocombustibles que ha producido Colombia a escala industrial. Y donde tenemos una de las mayores expectativas de desarrollo social, generación de trabajo y expansión agrícola. Y no se necesita ser un genio para entender que el inversionista potencial examinará el cuadro y se preguntará si vale la pena arriesgar decenas de millones de dólares en un proyecto que un día cualquiera puede ser paralizado por el sindicalismo izquierdista y por un partido que se llama el Polo Democrático, sin que nadie pueda hacer nada para evitarlo. Y se contestará lo obvio: en ese país no pongo mi dinero.
El Polo Democrático y sus sindicalistas asociados están pegando donde toca. Ya arruinaron el TLC para Colombia. Y ahora liquidan nuestra vocación de altos receptores de inversión. Es la garantía de la pauperización, condición de la teoría marxista para la dictadura del proletariado. El comunismo no florecerá sino donde sean muchos los pobres y pocas las oportunidades. De modo que lo hacen bien. Practican la violencia y saben para qué. Para fabricar pobres que hagan la revolución.