Histórico

EL SILENCIO DE LAS CAMPANAS

21 de febrero de 2014

Aunque no muy usada, la palabra badajo tiene su encanto. Es, según el diccionario, una "pieza pendiente en el centro de las campanas y que las hace sonar al tocarlas". Casi como en un rito, el campanero sabe cómo halar el badajo para que la campana dé el primer sonido y, por la misma fuerza del movimiento, se devuelva para tañer de nuevo el bronce y repetir el sonido que da inicio al galope de los repiques.

Pues bien, aunque parezca traída de los cabellos, la imagen de la campana y el badajo a la hora de hablar de campañas electorales, es exactamente lo que ocurre cuando se rompe o se desborda la pasión proselitista durante las elecciones. Su retumbo suele desatar inmediatamente, con el balanceo panzudo de las campanas, otro toque fanatizado del extremo contrario. A la vuelta de las manifestaciones y los discursos veintejulieros, acabamos asistiendo a un toque a rebato o, peor aún, convocados por un toque a somatén.

Tocar a somatén es una expresión catalana que significa llamar a la guerra, convocar para la batalla. Y no deja de ser curioso, dicho sea de paso, que badajo y batalla (y también batahola, que se deriva batalla) tengan la misma raíz latina, ya que ambas vienen de "battuere" o "battere": batir, golpear. Lo que nos lleva a la conclusión de que siempre el fanatismo, la radicalización, el fundamentalismo llaman a somatén.

Lo que estamos viendo en Colombia, y más en estas vísperas de elecciones, es el balanceo detonante del fanatismo. Porque nuestra sociedad se ha ido radicalizando peligrosamente. Siempre la violencia y la guerra son generadas por radicalizaciones y extremismos, que se enzarzan en mutuas retaliaciones y acaban llenando los aires con un rebato de campanas desaforadas convocando a la confrontación.

Tuvo razón el padre Nicanor Ochoa, mi imaginario tío cura, cuando hace muchos años decidió no tocar las campanas del templo durante un lapso largo.

Un día me dijo: "No hay cosa más bella que el silencio de las campanas. Mire, hijo, la torre de una iglesia al amanecer, enhiesta en su silencio. Es pura solemnidad quieta, una oración detenida. Pero irrumpen las campanas, se alborotan las palomas y se despiertan las confrontaciones. O contemple una espadaña contra el ocaso, luego del trajín del día, adormecida en su blancura inocente y silenciosa. Es una presencia mística. Por eso no volví a tocar las campanas. El silencio es el mejor testimonio. Las campanas han terminado por convertirse en voceros del fanatismo, incitadoras de la discordia".

La rebeldía del padre Nicanor fue cuando la violencia partidista. Y, pensándolo bien, tenía razón. ¡Qué bello el silencio de las campanas… Un silencio que no es acallamiento ante las injusticias, sino la serena actitud de la tolerancia, que es la virtud contraria a la discordia. Pero nosotros seguimos ahí, colgados del badajo del fanatismo, haciendo sonar furias y violencias.