Histórico

El tocadiscos perfecto

07 de febrero de 2009

Hago parte de una generación que creció con la música y, para poder escucharla, he tenido que aprender cada diez años a manejar nuevos aparatos: tocadiscos de 78 revoluciones por minuto, tocadiscos con control de cuarzo, grabadoras de casetes, walkmans, lectores de discos compactos, reproductores de DVD y MP3, computadoras, discos duros, unidades USB?

Si hubiera guardado esos aparatos y todos los discos y casetes que he escuchado en ellos, hoy tendría que tener dos casas. Aunque no soy un coleccionista melancólico de discos de vinilo he guardado los que más quiero. Lo hice siguiendo el consejo de Luis Alberto Álvarez, quien me dijo: "Jamás vaya a botar los discos viejos. Los discos digitales nunca sonarán mejor que un LP bien grabado, escuchado en un buen tocadiscos". Yo le creí. Él era un melómano sabio y había presenciado con tristeza la larga guerra de formatos entre las grandes compañías japonesas fabricantes de cintas y reproductores de vídeo. Al final, ganó en el mercado el formato VHS, fabricado por Panasonic, pero él estaba seguro que era mejor el Betamax, de Sony.

En el campo de la música la historia de los aparatos ha sido larga. Los primeros grabadores y reproductores de audio aparecieron a finales del Siglo XIX. Estaban formados por una bocina, una aguja, un diafragma flexible y un disco de cera. El primer tocadiscos fue inventado por Tomas Edison en 1877. Un año después, Emilio Berliner inventó el gramófono y luego se popularizaron las radiolas. En la década de 1920 a 1930 se dieron los primeros pasos en la grabación y la reproducción electromagnética. Gracias a eso, entre 1940 y 1950 se fabricaron las primeras grabadoras de cinta magnética. Durante los años 50, esta técnica se perfeccionó y aparecieron los discos de vinilo y los tocadiscos. Los discos circularon en el mercado con distintos tamaños y revoluciones por minuto, desde 78 hasta 45. Durante los años 60, Philips lanzó al mercado el reproductor de casetes. Sony desarrolló en 1977 los reproductores de CD, basados en la lectura de un disco giratorio con información digital que era leído por un láser. En la década de 1980, el CD se popularizó en todo el mundo y empezó a desplazar a los viejos discos de vinilo, que quedaron guardados como objetos de culto en los anaqueles de los amantes de la música. Durante la década de los 90, con el desarrollo de la industria digital, aparecieron los sistemas de compresión de datos y los reproductores MP3. Hoy, la música difundida en este y otros formatos digitales, se oye hasta en los teléfonos celulares y viaja de computadora en computadora a través de internet y en unidades USB. Por esto se anuncia ya la desaparición del CD y el DVD y la llegada del Blue Ray. Apple ha lanzado al mercado las primeras computadoras sin unidades lectoras de discos. Dicen que todo esto, sumado a la piratería, está llevando a las grandes empresas de la música al borde del colapso.

No soy un fanático dedicado a coleccionar reliquias, pero de vez en cuando en la sala de mi casa enciendo el tocadiscos. Y cuando escucho un disco de vinilo, pienso: mi amigo Luis Alberto tenía razón. La música me suena a gloria. Me parece que los músicos están tocando en la sala. El sonido es cálido, agradable, profundo, brillante. Las trompetas suenan como trompetas y los violines como violines. Oyendo un aria de una contralto reniego de los cuchillos despiadados de los editores de los formatos MP3. Por eso siempre he soñado que después de tantos avances técnicos puede existir el tocadiscos perfecto que reproduzca la música analógica tal como es, sin comprimirla. Esta semana me dijeron que ya existen dos modelos. Uno está hecho de bronce, aluminio y acero, y puede tener 2 brazos o 4. Es fabricado a mano en Italia por Angelis Labor, una empresa que también hace partes de autos para Ferrari. El otro es de una empresa japonesa. Se llama tocadiscos láser y no usa púas sino un haz de luz láser para reproducir los discos de vinilo. Un sistema de aspirado limpia el polvo almacenado en el disco. El problema de los dos es su precio. El italiano cuesta entre 27 y 64 mil dólares según el número de brazos. El japonés, 19 mil dólares. ¡Qué buena noticia! Pero a estos precios, ¡se le olvida a uno todo lo que acaba de escribir! Por lo menos yo tendré que seguir soportando el MP3 por muchos años.