Histórico

Escribir y filosofar (1)

Loading...
09 de septiembre de 2010

En una de las recientes conversaciones con Fernando Savater en "Plaza Mayor", le pedía que ampliara algunas sensaciones que venía rumiando: por una parte, que, así muchas otras áreas del currículo hayan hecho carrera de ser las "fundamentales", en mi opinión, era el área de filosofía el eje central de la agenda educativa; también, la preocupación por la tendencia, muy generalizada, a entender que el estudio de aquella asignatura apunta a la memorización de quiénes fueron los grandes filósofos de la historia y cuáles han sido las etapas y tendencias de aquella disciplina. Por otra parte, mi opinión, ya sopesada en la experiencia docente, de encontrar la escritura, no la funcional, sino la de corte "personal", como excelente escena para desarrollar un pensamiento filosófico. En esta columna abordaré un poco la primera sensación.

Desde la niñez, no sólo en la adolescencia, en cada época a su manera, saltan las preguntas existenciales. Pero lo habitual es clausurarlas, porque el currículo está plagado de respuestas y lo que entendemos como filosofía va más ligado a la memorización de la historia de esta disciplina que al desarrollo mismo de un pensamiento autónomo.

La verdad es que, como enfatiza John Dewey, más allá de aquellas preguntas clásicas, el estudio de la filosofía deberá convertirse en un método para identificar e interpretar los conflictos más serios que tienen lugar en la vida, y un método para proyectar maneras de enfrentarse a ellos.

En este sentido, el propósito de esta área debe entenderse más como una invitación a entrenar el pensamiento que a cubrir un repertorio de lecciones de filosofía. Es decir, no se trata tanto de enseñar filosofía, como de entrenar en el ejercicio existencial del pensar que nos permite humanizarnos en la convivencia perpetua con la interrogación. Lo que más interesa no es tampoco que los niños y jóvenes se planteen las preguntas típicas y ancestrales, sino que piensen, reflexionen, que sean capaces de leer lo que les pasa, que entiendan el mundo histórico en el que viven, que analicen las cotidianas experiencias de la vida misma y sus imbricadas relaciones. Esto es, que sean capaces de desprenderse de los señalamientos y atajos que usualmente les da la cultura, para convertirse en artífices de su propio devenir y de su propia historia.

Por supuesto que la historia, como acopio del pensamiento que viene construyendo el discurso de la filosofía, es un elemento importante en la formación filosófica. Pero lo primero, por encima de esto, está en dar cauce a la capacidad del sujeto de plantearse constantemente preguntas con respecto a lo que le acontece en su existencia personal y en el entorno, la capacidad de asombrarse con el acontecer cotidiano y, con ella, su posibilidad de transformarlo.