Esos pumas de "peluche" ya se muestran fieritas
DOS CACHORROS DE puma trajeron encanto y alegría al Parque Temático de Nápoles y aumentaron la población de felinos de la hacienda que ya tiene tigrillos y jaguares en proceso de entrega. Los chicos de Pepo y Tarazá ya muerden.
Esos dos gatitos de piel "atigrada" que podrían lucirse en una tienda de peluches, se resisten a los mimos de mascotas, y de su más pura esencia felina muestran sus pequeñas garras ante el peligro que les acecha.
Los manotazos se quedan en el aire y los respaldan abriendo sus fauces que dejan ver colmillos diminutos con los que intentan repeler a los extraños.
Casi no pueden caminar ni abrir los ojos y la madre los lame con ternura todo el tiempo.
La escena se repite desde hace una semana en uno de los hábitat calurosos del Parque Temático Hacienda Nápoles, en Puerto Triunfo, con el nacimiento de dos cachorros pumas que hoy cautivan a habitantes y visitantes.
La contemplación sólo es posible cuando la mamá-puma cae en la trampa de un abandono momentáneo del nicho de sus bebés, de huida de un chorro de agua helada con que la amenaza el cuidador.
Ella es esbelta, ágil, cual gato grande, con pelaje tupido y ojos pardos, pero no parece estar dispuesta a un baño meridiano con "apenas" 30 grados en las ondulaciones de Nápoles.
Aislada de los bebés, tras una malla, se nota inquieta, ansiosa, casi desesperada y no los pierde de vista con esos ojos bien abiertos, envueltos en el óvalo negro que caracteriza a los de su raza.
Cuando se le permite el regreso, olfatea y recorre los pequeños cuerpos con su lengua, como si quisiera limpiarlos de la contaminación de los intrusos.
En un acto reflejo, con delicadeza, agarra al primero por el cuello para llevarlo al nido, donde el pumita detiene el afán de su madre cuando se aferra a sus tetas.
Sólo minutos después de amamantarlo puede volver por el segundo, que ya tiembla de soledad, y lo desplaza con un rito similar.
Mientras ocurre el drama de impotencia de la mamá-puma al observar a sus pequeños acariciados por manos ajenas, el papá-puma retoza indiferente bajo la sombra de un palo de mango.
Los cachorros trajeron consigo la alegría de la reproducción en cautiverio de una especie protegida, y la de sumar 180 habitantes, entre especies exóticas y nativas, de este santuario de fauna.
Para la soledad de Pepo
La familia de padres y pumitas felices que hoy se contempla, esconde una historia de un macho solitario que se comportó ante sus amos como quien reclama una compañera.
Todo comenzó cuando se decidió crear en el parque un santuario para la protección y conservación de especies, y Cornare tenía una colección de fauna protegida en La Danta, dentro de la que había un puma macho.
Ese grupo fue recibido en Nápoles, donde se le hizo un hábitat provisional porque la política del parque no son los encierros, y el reto es tenerlos casi libres.
Esa soltería no era vida para Pepo, como lo llamaron, pues el zootecnista Carlos Palacio Posada, jefe del Departamento Técnico del Parque, recuerda que observaba un comportamiento de alto nivel de estrés, muy inquieto, alterable y temperamental. "Daba vueltas todo el día, no engordaba y se veía agresivo", dice.
En el parque se dieron a la tarea de buscarle compañía, hasta que hallaron una hembra que se encontraba en la finca de un particular en Tarazá, en el Bajo Cauca.
El departamento técnico se encargó del traslado de la que se convertiría en su pareja y, en homenaje a su origen, la pusieron Tarazá.
Con su compañía -reconoce Palacio- el cambio fue total. Lo evidencia en que el animal se aquietó y tranquilizó. "Cambió su temperamento, empezó a ganar peso y se le fue el estrés".
Pero esa calma tuvo precio, porque su compañera lo desplazó en dominio. "La hembra manifiesta un temperamento dominante. Ella es la que manda, él no hace sino obedecer", cuenta Palacio.
De su observación constante, aprecia que es tal la imponencia de la hembra que hasta que no termina de comer, el macho no puede entrar a alimentarse.
La convivencia de dos años terminó en la preñez de Tarazá y una gestación de 100 días, que culminó hace 10 días con el alumbramiento de los dos cachorros: macho y hembra.
El nacimiento fue un asombro porque estos ejemplares no permiten ninguna intervención humana en el parto. "Al amanecer, el cuidador encontró a la pareja con sus dos crías", cuenta Carlos.
La llegada no sólo creció la familia, sino que trajo nerviosismo y algo de agresividad a los papás-primerizos. "En estos días son muy peligrosos, uno sabe que cuando van a parir cambia su estado natural, luego se relajan".
Como la hembra no vuelve a entrar en celo hasta el destete (en unos tres meses), se debe tener cuidado porque el macho puede atacar las crías para buscar atención y en ese caso habría que aislarlas.
Por ahora, el obediente Pepo los protege y les da calor cuando ella sale a descansar, en una rutina que, parece, "se turnan para nunca dejarlos solos".
En esa inmensidad de las 1.200 hectáreas de Nápoles, el rincón de los cachorros de Pepo y Tarazá tiene hoy el encanto mayor para quien llega.
Muy confiada, una pareja de esposos les acerca a Camilo, su pequeño, para la foto. Él, algo desconcertado, contempla los cachorros, pero cuando tiene la certeza de que no son peluches al ver sus uñas afiladas, desiste de acariciarlos.