Histórico

España llora la muerte de su líder más valiente

Adolfo Suárez murió a los 81 años. Fue gestor de la democracia española.

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23 de marzo de 2014

Un visionario y un patriota. Ese fue Adolfo Suárez, es, porque su legado queda vivo para los españoles. En realidad para todos los demócratas del mundo, que ven en su coraje un ejemplo de por qué es fundamental defender las libertades políticas y garantizar la diferencia de ideas en la sociedad. Ayer murió por una neumonía, y tras penosos años del Alzheimer, sin acordarse de ese país que ahora llora su muerte.

El hecho obligó a que uno de los eventos más vistos en el mundo, el superclásico español, se pospusiera unos minutos para homenajear en pleno estadio Santiago Bernabeu su figura, lo que dio para una sentida ovación. Ricard Zapata, docente de teoría política de la Universidad Pompeu Fabra, explicó a El Colombiano que "en una sociedad polarizada en política, sin un liderazgo como la española, es unánime el luto y el respeto que se le profesa a Suárez por su aporte al país y su lucha".

Paradójicamente, España en 1980 se oponía a él, a su pacifismo. Renuente a salir definitivamente de la dictadura, conspiraba contra Suárez. La fuerza contra la razón. La división y el odio que sembraron 40 años de franquismo no iban a esfumarse de la noche a la mañana. Suárez lo sabía. Instauró en cambio, el régimen de la reconciliación, de la reconstrucción.

La verdadera sociedad española apenas renacía porque nadie pudo disentir desde 1939, cuando el último republicano huía por los Pirineos rumbo a Francia. España no pudo en todo ese tiempo contrariar a Franco, y, desde 1976, cuando asumió como el primer presidente democrático tras la dictadura, se aseguró de que ningún español pudiera ser acallado por clamar en contra de lo que significó el fenecido tirano.

Se aseguró que esa España aislada del mundo y con estructuras políticas anticuadas cambiara su curso y se dirigiera a la modernidad. Que fuera aceptada y reconocida por Europa y el mundo. "Hizo posible una transición vertiginosa que dio muy buenos resultados. En poco tiempo se modernizó el país. De lo bien que se gestó, la transición democrática española es un ejemplo para otras naciones", dijo a este diario Humberto Montero, columnista y periodista de La Razón.

Fue la ambición de España
Solo una persona líder por naturaleza, con el sueño de quedar en la historia de su país, podía tener el tesón y la capacidad de estabilizar España en el complejo periodo postdictadura.

"Suárez fue muy ambicioso. De joven firmó un escrito en calidad de futuro jefe de Gobierno. Quería liderar España. Fue un hombre del régimen, de familia franquista, aunque su abuelo era republicano. Fue escalando en la política. Cuando fue asesinado Carrero Blanco, que pretendía continuar el franquismo, el Rey le encarga el gobierno, para redactar una nueva Constitución, a Adolfo Suárez. Se dice que lo llamó por teléfono, le dijo "quiero que seas el presidente", y este le respondió "ya era hora"", agregó Montero.

Solo un líder de ese talante podía aguantar tanta presión desde distintos sectores, y pactar con ideologías tan contrarias, que aún no sanaban las heridas de la guerra civil y de la dictadura de Franco. Incluso con la división de su mismo partido, algo que lo obligó, a la postre, a renunciar.

Por esto sería de bandos de derecha y de izquierda, enfrentados, de donde paradójicamente le llegó el apoyo para realizar reformas cruciales, hoy legado de la democracia en España y de las libertades políticas.

"Confluyeron líderes que sin importar si eran de izquierda o derecha, sabían que España necesitaba la democracia y volver al lugar que siempre tuvo en Europa. Dos que acompañaron ese camino de Suárez al Estado democrático fueron Manuel Fraga, fundador del Partido Popular (derecha), y Santiago Carrillo, líder histórico del Partido Comunista Español (PCE).

Fue precisamente su legalización del partido que presidía Carrillo, durante 40 años clandestino, lo que le significó el principio del fin. Ya que todo el apoyo en el franquismo y en su propia Unión de Centro Democrático se resquebrajó.

"Cuando legalizó el PCE, eso no fue entendido por los franquistas. No les cabía en la cabeza que un hombre del franquismo había facilitado la vía civil al comunismo. Suárez explicaba que en una democracia real, era imposible mantener un partido en la clandestinidad", explicó a este diario Alberto Velázquez, exconsul general de Colombia en España y quien pudo escuchar del propio Suárez su relato de esta coyuntura, crucial para dicho país.

Esto y distintas presiones que lograron dividir la unidad que soportaba su gobierno (mas no la democracia que construyó y por la cual luchó), dieron para que se viera forzado a entregar su mandato, tal como lo anunció el 29 de enero de 1981.

Casi un mes después (23-F), en la investidura de su sucesor, Leopoldo Calvo-Sotelo, en el Congreso de los Diputados, militares comandados por el teniente coronel Antonio Tejero, irrumpieron y dispararon en reiteradas ocasiones. Se trataba de una intentona golpista. Todos los legisladores se escondieron detrás de sus mesas.

Suárez no. Se paró y enfrentó cara a cara los fusiles, desafiando con el poder de la razón y con su coraje cívico los últimos reductos militares que osaran pisotear una Constitución democrática en dicho país. No lo mataron y fracasó el ataque a esa democracia naciente.

"Él se sentía orgulloso de ese momento, tal como nos contó años después al embajador de Colombia, Jota Emilio Valderrama y a mí. Le devolvió al pueblo español la confianza en la democracia. Incluso al mismo Rey, que se dice que ese día dudó y que solamente en la noche, cuando pasó toda la alevosía, se decantó por esos valores y condenó el golpe. Fueron momentos complicados en donde los únicos que mostraron coraje fueron Adolfo Suárez y el vicepresidente Gutiérrez Mellado", agregó Velázquez.

Hubo un motivo por el cual Suárez antepuso su vida antes que permitir que su lucha de varios años se echara al traste por el capricho de un puñado de franquistas. Una promesa que hizo a los españoles y que cumplió. La dijo en uno de sus últimos discursos como jefe de Gobierno: "Yo no quiero que el sistema democrático de convivencia sea, una vez más, un paréntesis en la historia de España". Gracias a él, la democracia española perdura hoy día