Fiebre de tesoros con Geocaching
Aunque no tiene una pala para cavar, Alejandro Puerta está dispuesto a enterrar un tesoro.
Lleva consigo una pequeña caja en la que almacena algunas hojas en blanco, una brújula y una serie de monedas.
En el parque La Presidenta busca afanosamente un lugar estratégico. Cuida que no haya mugglers, esos soplones que alertan sobre movimientos sospechosos y pueden saquear el botín.
De pronto, divisa el punto perfecto, en un hoyo debajo de uno de los deck de madera.
Una vez lo esconde se para sobre la estructura y con su GPS establece las coordenadas: Latitud Norte 06 grados, 12 minutos y 470 segundos. Longitud Oeste 075 grados, 34 minutos y 233 segundos.
Con esta posición, ingresa al sitio www.geocahing.com, y luego de identificarse con su usuario y contraseña, indexa un nuevo tesoro.
Fanático del GPS
Desde hace dos años, Alejandro es un fanático del Geocaching, un juego internacional, que cuenta con más de 57 mil seguidores en todo el mundo y 599 mil caches (tesoros) escondidos.
A todos los apasionados del juego, los impulsa la caza de objetos preciados, sin fronteras, pues no importa el lugar del mundo en el que estén, con solo acceder al sitio web y sincronizar su GPS o teléfono móvil con ubicación satelital, pueden conocer los caches enterrados en la zona.
Así llegó Alejandro al juego. Como buen ciclomontañista, ha sido un afiebrado seguidor del GPS, el dispositivo que permite conocer una posición de un objeto o persona, con un margen de error de hasta 10 metros.
El sistema es muy exacto, pues en algunas oportunidades señala hasta tres metros de distancia de la meta, e incluso, indica la dirección en la que se debe caminar.
Una vez se ingresan las coordenadas, a través de lo que se conoce como un Waypoint, se puede comenzar a seguir el rastro.
Alejandro es uno de los que más tesoros ha encontrado en el país. En su récord está uno ubicado en Pinchote, un municipio de Santander, al que llegó luego de desviarse de una ruta que lo llevaría a Boyacá.
Sin embargo, tal como se indica en el sitio web del juego, una cosa es saber las coordenadas, y otra encontrar el escondite.
Con paciencia y algo de malicia, Alejandro llegó hasta un restaurante, y al lado, entre la división de rocas, encontró una caja plástica con una bolas de cristal y un mensaje. "A mí lo que me dio fue emoción", dice.
El botín puede ser valioso o simbólico. Algunos incluyen dinero o pequeños regalos curiosos. Otros se deciden por baratijas y algo de basura. Siempre en la caja va un Libro de visitas con algún mensaje dirigido para quien lo encuentre.
En las reglas del juego se especifica que quien halle el tesoro, debe dejar algo nuevo y puede llevarse algo, pero la idea es que siga rodando lo que allí se esconde, aunque el tesoro permanezca en el mismo lugar por un período largo.
Cada vez que se logra un hallazgo se registra en la página. Alejandro ha descubierto 13 tesoros, y tiene seis escondidos en algunos sitios del Valle de Aburrá y del departamento: en el cerro del Padre Amaya, el cerro Tusa, cerro Bravo, la cárcel de La Catedral, y dos en el parque La Presidenta, en El Poblado.
Para cada uno de ellos deja pistas en el sitio web. "Lo bacano es hallarlos" y seguir con el juego, relata.
Por este medio se ha enterado de la cantidad de extranjeros que han buscado y enterrado caches en la ciudad.
De hecho su próximo tesoro seguirá un largo recorrido hasta Nueva Zelanda, y tiene que ver con un kiwi, un animal emblemático de allí, que viajará desde Medellín hasta ese país, por cuenta de quien, finalmente, lo encuentre.
Para realizar el plan, solo tiene que anexarle un Bug, una placa metálica con un número que permitirá seguirle el rastro a su kiwi por toda su travesía.
Aunque parece complejo, es simple de jugar y adictivo, según dicen quienes le siguen el rastro a esa especie de "botella en el mar" cibernética que hizo del GPS un objeto imprescindible para la lúdica.