Hace 30 años vuela el Águila
HACE TREINTA AÑOS Carlos Mario Aguirre se antojó de tener su propio teatro y abrió el Águila Descalza. Cinco años después llegó Cristina Toro y juntos pusieron a volar un teatro muy propio.
Después de La cantante calva , donde Carlos interpretaba seis personajes distintos, se sentaron a conversar. Los acompañaba lo único que había para comer: una cebolla. Cristina dio un mordisco "con energía" y "esa fue nuestra manzana del paraíso".
Desde entonces, Carlos Mario Aguirre y Cristina Toro no se han separado nunca. Tal vez, como dice él, revelándose contra Simone de Beauvoir, "nuestras nadas se encontrarán, ni la muerte podrá separarnos. Porque a mí lo más importante que me pasó artísticamente, teatralmente, vitalmente, ha sido Cristina".
En los 80, a Carlos le surge el deseo de hacer un teatro como a él le diera la gana. En solitario y a veces con invitados. Era una pieza de teatro, en la que cabían siete personas y él cambiaba de obra cada mes.
"Yo estaba muy interesado en el surrealismo, quería un teatro europeo, de reyes, encarcelados de Kafka. Toda esa serie de personajes con los que uno se había formado".
Y eso le duró hasta cuando llegó Cristina, que se había antojado de actuar con él cuando vio Tanto Tango y, dice, "me moría de la envidia".
Y entonces, en ese enero del 85, después de la cebolla, se juntaron para toda la vida. "Una pareja de actores completamente eterna. Es un amor por encima del amor", en palabras del actor.
El equilibrio exacto, porque Cristina le pone la sobriedad y Carlos el toque cómico. Él escribe 125 páginas, ella edita y traduce los jeroglíficos de él, y la obra queda en el punto perfecto. "Yo soy un diletante, barroco, payaso, arriero. Me soslayo con el palabrerío. Ella tiene la virtud de la sintaxis".
Además, con Cristina llegó el interés por hacer un teatro más cercano. "Yo sentía una gran carencia en cuanto a la creación propia", afirma ella. Ahí empezaron a llevar a la escena, cosas importantes para su gente, que, dice Carlos, "vive sedienta de que le cuenten qué es lo que está pasando, de dónde venimos. Nosotros somos como una especie de oráculo local".
Y en esa búsqueda, en 1986 llegó País Paisa , donde empezaron a contar, y que no han dejado de hacer, la historia de un pueblo.
Es tanto lo que lograron con la obra, que después de 24 años de llevarla a escena, de romper, como dicen ellos, todos los récords, la siguen presentando y la gente los sigue viendo.
Fue así, que al "recuperar mi amor por las cosas nuestras", Cristina y Carlos fueron construyendo un teatro que ya tiene 30 años. Y aunque ahora están acompañados por unos 25 empleados, en escena siguen siendo ellos dos, capaces de lograr 17 personajes, sin ningún cuerpo más.
"Un paseo de olla, por ejemplo, donde están las señoras, los noviecitos que se esconden, etc. Es una propuesta donde nosotros, con nuestra imaginación ponemos a volar la del público. Por eso podemos suplir a todo el elenco, que no tenemos en escena", expresa Cristina.
Treinta años y 35 montajes. Más de uno por 365 días. Carlos se los sabe casi de memoria: " El monólogo del teatro, El sueño de las escalinatas, Medellín a solas contigo, La novena del Niño Dios, Medio Medellín, Filomena la vaca fenomenal, Mi mamá me mima, Va la madre, Chupe por bobo, Coma Callao, Mañana le pago... ".
Un amor por el teatro, por ellos mismos, por la risa. "Carlos Mario es cómico a pesar suyo", cuenta ella. "Yo soy un enamorado de la risa. Adoro que la gente se ría, pero no por botar caja. Eso no nos interesa. Que se rían porque encuentran una buena actuación, sorpresas, una relación con los objetos", complementa él. Porque Carlos y Cristina no necesitan ni mirarse, para que él uno continúe la historia o la termine. Lenguaje común, dirían los dos.
De seguro, cuando Carlos se encontró en Concepción, Antioquia, una volqueta con un letrero cerca a las llantas, que decía Águila descalza, no se imaginó que su águila, iba a hacer volar tanto teatro.