HAY QUE ABANDONAR LA CAUSA PERDIDA
Hasta hace dos semanas, Mairelys Cuevas Gómez era una periodista orgullo de la revolución de los Castro en Cuba. Joven y talentosa, llegó a sus 27 años a ser editora de noticias del pasquín oficialista Granma, órgano propagandístico de la dictadura. Por sus ojos pasaban los informes, con ella hablaban los comandantes y era su olfato el que finalmente publicaba las odas al proceso político que ahoga la isla. Poco objetiva y adoctrinada por un pensamiento único, era un ejemplo de la alienación juvenil.
Pues bueno, Mairelys se voló hace diez días. Callada planeó el escape de la cárcel que es Cuba y aprovechó un viaje a México autorizado por la comandancia para dar el salto a Estados Unidos. Allí se encontró con un amor que mantenía en secreto y pidió asilo.
En la isla, por supuesto, nada se dijo de su escape ni fueron necesarias las explicaciones en un país donde la verdad es una. En el resto del mundo, a pesar del secretismo, la noticia alcanzó a rebotar en las redes sociales y tuvo eco.
Para la revolución pasó de ejemplo a paria, y para la libertad de expresión ahora es un mito. Y no es la única, ni la primera, ni la última. Cada año cientos de cubanos buscan el exilio en países que les tienden una bocanada de libertad.
Sin embargo, el de Mairelys es el último acto de una evasión masiva de jóvenes que, aunque jamás han conocido otra realidad que la de la revolución del 59, buscan alternativas fuera de la frontera. La lista es larga. Hace poco más de un mes Luis López Viera, jefe de redacción deportiva del diario oficialista Juventud Rebelde, aprovechó su estadía en Londres por los Juegos Olímpicos para pedir asilo y nunca más volver a La Habana.
Daniel Benítez , reportero de la Agencia Cubana de Noticias, logró escapar a Miami y, en México, durante los pasados Juegos Panamericanos, fueron cobijados el fotógrafo Daniel Anaya y el periodista Damián Delgado , todos huyendo del Gran Hermano.
Sin duda la vida periodística de este puñado de jóvenes los hizo descubrir otras visiones sociales que están vedadas para sus compañeros de generación. El cerrojo informativo que la revolución impone funciona al convertir a una sociedad en un ejército obediente, pero se resquebraja cuando se descubren alternativas.
No voy a ser tan ingenuo de insinuar que la escapada de Mairelys o sus colegas significa un golpe contundente para La Habana. Ni por ellos caerá el régimen, ni por sus actuaciones se abrirá la isla a más libertades.
Lo que resulta irrefutable es que la juventud castrista, aquella que más orgullos brinda a la revolución, no es más que una masa unificada bajo la ignorancia y la mentira que se despedaza cuando descubren que la vida se puede mirar con otros lentes.