Irlanda, otra ficha de la crisis
La crisis económica mundial ha extendido su estela de damnificados, y a Dublín le tocó ayer reconocer que necesita la ayuda de los organismos internacionales para sortear el déficit fiscal que amenaza, no solo su estabilidad fiscal, sino la de la propia zona euro, donde Grecia, España y Portugal sufren su propio drama. La preocupación es el costo social que traerá la ayuda del FMI y el BCE.
La enorme presión internacional sobre Irlanda por su déficit fiscal, nueva ficha que cae en el complejo dominó de la crisis económica mundial, ha socavado la histórica posición soberanista de Dublín, que terminó ayer por aceptar que necesita la ayuda del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Central Europeo (BCE) para salir del hueco financiero en que está.
El déficit acumulado del 30 por ciento del PIB no fue posible ocultarlo con maniobras políticas, como lo ha pretendido Irlanda, pues las amargas experiencias vividas por otros países de la llamada zona euro que trataron de hacerlo, terminaron por empeorar el panorama. Grecia, España y Portugal, por mencionar algunos, no logran espantar aún la incertidumbre sobre la viabilidad de sus economías y la fortaleza de sus finanzas.
Con este nuevo miembro en el "club de insolventes" y nadie que garantice que no habrá nuevas "solicitudes de ingreso", según los pronósticos de los propios garantes del rescate irlandés, es decir del FMI y el Banco Europeo, ha vuelto a quedar claro que la vulnerabilidad de la economía mundial es tan real como la falta de consensos a la hora de atacar, mancomunadamente, el problema de los activos tóxicos (hipotecas), que derrumbaron el sistema bancario internacional y provocaron la peor crisis mundial de la historia.
Eso quedó en evidencia el pasado fin de semana, cuando las grandes potencias y los llamados países emergentes del G-20, reunidos en Corea del Sur, no lograron unificar una propuesta en torno a los equilibrios que son necesarios para evitar nuevos colapsos.
Mientras Estados Unidos inunda de dólares su economía y arrastra a sus aliados hacia dañinos terrenos revaluacionistas, China protege su moneda como estrategia para alentar sus exportaciones y Europa queda "empeñada", y sin margen de maniobra, ante los organismos internacionales de crédito.
El hecho de que Irlanda haya reconocido, a regañadientes, que su economía está enferma, es un paso fundamental para brindarle el medicamento más efectivo para su recuperación y, en consecuencia, será cuestión de días conocer cómo y de qué tamaño será el paquete de ayudas. Lo que no está claro, y eso es igualmente preocupante, es a qué está jugando Alemania en toda esta crisis. La sugerencia de la Canciller Ángela Merkel de que los inversionistas privados de bonos irlandeses también asuman los costos de la crisis, es como hablar de la soga en casa del ahorcado.
La gran preocupación que recorre a Europa, con razón, es qué nuevos ajustes impondrán el FMI y el BCE como garantía para otorgar los multimillonarios préstamos. Las protestas que se viven en España, Francia y Grecia, por la pérdida de un alto número de empleos y los recortes a los múltiples beneficios que tenían los trabajadores, no se prevén distintos en Irlanda.
La presencia en Lisboa del Presidente de Estados Unidos, Barack Obama, quien acude a la cita de la OTAN, ha puesto en primer orden de discusión el punto que no fue resuelto en la Cumbre del G-20: ¿Qué tan dispuestas están las grandes potencias a renunciar a sus propios intereses y trabajar unidas para solucionar una crisis que más que alejarse parece gravitar sobre ellas mismas?