La enfermiza pasión de dominar
Titulé mi columna pasada ¡Oh!, tribunal bendito , apelando a un verso de Lope De Vega para referirme a la tragedia ocurrida en Haití.
En el poema se desarrolla un diálogo entre el Demonio y La Providencia. El primero advierte que desde hace muchos años tiene posesión sobre estas tierras, llamándose a sí mismo Rey de Occidente.
A pesar de la distancia del tiempo, hoy las palabras de De Vega revelan la pasmosa realidad del país caribeño. La historia haitiana está signada por desgracias y hay quienes explican lo absurdo para justificarlas: la "mala energía", dicen, es procedente de la religión que allí practican.
Aunque católicos, los haitianos tienen relación con el vudú, mezcla de hechicería y magia negra. Los paracienticos aseguran que al invocar espíritus demoníacos, los haitianos llamaron consecuencias funestas: pobreza, ceguera intelectual e inmoralidad. Sostienen que el terremoto es una cuenta de cobro de los "pactos con el diablo" que hicieron para lograr su independencia de Francia.
Pero en realidad, el demonio es el hombre y él, como señalaban los griegos, es la medida de todas las cosas. No podría uno decir que el terremoto tiene una relación con esa "medida", que en ocasiones puede ser tan perversa. Pero el descontrol generado tras lo ocurrido, sí tiene que ver, para el caso, no con la "medida" sino con la "desmedida" tiranía ejercida por los hombres. Su enfermiza pasión por el poder devastó la riqueza de Haití. En el siglo XVIII, por ejemplo, Haití abastecía el 75 por ciento del azúcar mundial.
Antes del sismo las cifras no eran alentadoras. El 80 por ciento de sus habitantes eran pobres; esperanza de vida de 50 años; más de la mitad no sabía leer ni escribir; apenas cada tres de diez personas contaban con acceso al sistema de salud. Cerca del seis por ciento de la población adulta tenía sida. Setecientas mujeres murieron por cada 100 mil nacimientos. Había cerca de 230 mil niños huérfanos.
Una de cada tres personas moría por hechos violentos y la mitad de las mujeres habían sido violadas. Los Derechos Humanos eran palabras ajenas. Su subsistencia alimentaria depende de la importación de alimentos, pues su producción solo abastecía el 40 por ciento. El 60 por ciento de sus recursos provenía de donaciones de más de 40 países.
Su capital, Puerto Príncipe, no tiene parque de diversiones para los niños. El comercio es manejado por extranjeros; las industrias y las escuelas se contaban con la mano. No existe servicio de acueducto ni alcantarillado.
El país está deforestado en un 98 por ciento y el agua potable es cada vez más escasa. Desde el aire se pueden ver Haití y República Dominicana: la primera luce árida, y la segunda, totalmente verde.
La lista de cifras en rojo podría seguir pero lo cierto es que la corrupción ha sido galopante.
Enrique Reyes, el último cónsul de Colombia allí, señaló en otro diario que "el gobierno haitiano se mueve únicamente en la medida en que existan contraprestaciones económicas".
Y entonces, concluye uno que no es el vudú quien atrajo la desesperación tras un temblor tal. Fue llamada desde antes por la diabólica perversidad del hombre.