La experiencia del Circo del Sol
Ver un espectáculo como el del "Cirque du Soleil" es el acontecimiento de la belleza en su integridad. Una vivencia de la perfección que no abruma ni colma ni deprime. Es la plenitud.
Asistir al Cirque du Soleil (Circo del Sol) es vivir la experiencia de la alegría que deslumbra, en una poética de la imagen en movimiento que integra todas las artes posibles: la música, la pintura, la poesía; en una mezcla de danza, de actuación, de acrobacia; en donde todo confluye en una coordinación armoniosa y en un equilibrio perfecto.
La vivencia se articula en un mecanismo sin rupturas, sin quiebre, sin evidencia de costuras, como en la sucesión de una fina partitura. La magia se experimenta todo el tiempo, más allá de los trucos. Acontece lo inesperado, lo sorpresivo, lo que se esconde en lo imprevisto, pero en un orden de estímulos en buena disposición, sincronizados, en una elegancia coherente: todos los elementos están organizados en una puesta en escena que recrea los sentidos sin ninguna gravedad. Es el acontecimiento de la belleza en su integridad. Una vivencia de la perfección que no abruma; ni colma, ni deprime. (Es la riqueza sin saturación). El espectador no alcanza a concebir que la suma de todas esas delicadezas no distraiga, a pesar de la diversidad de estímulos; se salva del caos -de ese estrés psicológico- gracias a que todo transcurre en un tiempo justo. Cada cosa es suave, delicada, tenue, sutil como en un sueño, como una acuarela de pasteles. Todo vuela, levita, todo se eleva con delicadeza. Todo es imagen de la flexibilidad, de la elasticidad.
A la representación del Circo condesciende lo fantástico, la experiencia de la maravilla: en el maquillaje, el vestuario, la iluminación, la escenografía, en cada detalle. Es la originalidad, la creatividad en su punto, el equilibrio madurado.
El Cirque du Soleil, es la impresionante tarea de un equipo con una coordinación inverosímil, con una conciencia absoluta del espacio, con una exigencia implacable pero sin tensión, sin rigor para la mirada del espectador; es decir: sin sufrimiento. La plasticidad de la función nos ofrece, como en los sueños, la simultaneidad en el tiempo y en el espacio, de varios actos disímiles. Por su genialidad, es un espectáculo donde el foco de atención puede estar en varios puntos al mismo tiempo. Y eso ocurre porque cada artista cuida a la perfección su desempeño, cada uno de ellos es protagonista; el centro de la presentación.
Los gimnastas ejecutan unos ejercicios técnicos del mayor nivel en un ritmo que va, de una presentación "sin duda" insuperable, a otra mayor.
En determinado momento, una flor puede ser el signo que antecede -con su simple armonía- a un triple salto mortal, insuperable, impecablemente ejecutado. E, inmediatamente después? una sucesión de saltos mortales que parecen hechos con despreocupada serenidad. A tal imagen aparece yuxtapuesta una escena del más desparpajado humor.
El cuadro que se nos presenta es más rico que nuestra capacidad de contemplarlo plenamente, es como el mejor de los libros: susceptible de múltiples relecturas.
Se despide uno de los artistas del Circo, con la certeza de haber vivido un espectáculo irrepetible, memorable. Es haber estado -en la eternidad que puede habitar el instante- distraídos en un jardín perfecto. El Cirque du Soleil es la suma de las emociones buenas: la plenitud.
¡Y está en Colombia!