La jerarquía del conocimiento
La jerarquía del conocimientoPor
Manuel Guzmán Hennessey
La avalancha tecnológica avanzada amenaza con modificar las estructuras del poder en las empresas. El conocimiento, que es el nombre del poder emergente, se disemina horizontalmente, y no siempre obedece las obsoletas jerarquías, basadas, las más de las veces, en valores más tangibles, pero menos genuinos.
El conocimiento fluye a su libre albedrío, de manera más bien caótica y, ya lo dije, "ajerárquica"; y se incorpora a los productos y servicios sin pedirles permiso a los jefes; brota de una conciencia colectiva creativa que tampoco tiene dueños, y que se rige por criterios de "open acces", y de un espíritu colaborativo que dejó atrás el cuidado del know how.
No en vano se recuerda, en los foros inteligentes, lo que un día dijera Prahalad, que "el mundo se mueve tan rápidamente que lo que ayer era una fortaleza se ha convertido hoy en una limitación para seguir creciendo".
Los gerentes anclados en las obsoletas jerarquías son una limitación para el crecimiento de sus propias organizaciones. Quienes aún le conceden más valor a la fuerza que al diálogo, quienes privilegian la autoridad del organigrama sobre la autoridad del saber emergente, poco a poco van quedando como animales en vías de extinción, figuras prehistóricas de un pasado industrial emparentado con la máquina de vapor.
Hubo un tiempo en que la máquina era la representación refinada del poder, por eso los obreros textiles de la revolución industrial la emprendieron contra ellas. Luego el icono mutó; se convirtió en tecnología, representada por otras máquinas, menos mecánicas, más "inteligentes", más eficientes y, aparentemente, más amables.
Pero los apologistas del capitalismo salvaje no dieron demasiadas muestras de evolución y se quedaron acariciando las nuevas tecnologías, al tiempo que desdeñaron el conocimiento que emanaba, como siempre ha emanado, del cerebro de sus hombres y mujeres.
Se le llegó, incluso, a llamar a este recurso, capital humano. Nunca hubo metáfora más desafortunada. Capital humano sugiere que los hombres podían ser tratados con las metodologías con que se valora el dinero; sujetos a leyes de oferta y demanda, valores canjeables en este mercado de axiologías invertidas que pervirtieron el valor del conocimiento.
Por ello las empresas se convirtieron en espacios hostiles, donde los hombres y las mujeres olvidaron sus nombres y asumieron, taciturnos, la identidad de sus códigos de barras. Los de las más avanzadas, abrían, incluso, las puertas de sus oficinas, con el código de barras, olvidando el uso de sus manos. Las puertas olvidaron también las cerraduras, tan ergonómicas, tan hermosas, tan humanas, y acogieron en sus dinteles el aluminio helado, que mejor convenía al mecanismo electrónico de la digitalidad.
Y no es que me oponga a ella. Todo lo contrario, me fascina la tecnología, y entre más alta, mejor, pero con la debida dosis de corazoncito adentro. Con la posibilidad incorporada de admitir la incerteza de lo humano, la veleidad de los procesos creativos, la ductilidad del ánimo, la variable presencia del espíritu. Quiero decir, la vida, la sencilla posibilidad de ser tecnológicos de avanzada, sin dejar de ser "humanos, demasiado humanos", como dijera Nietzsche.
El conocimiento, es decir la ciencia, es decir la creatividad, es decir la competitividad, es decir el valor agregado, es decir casi todo, no proviene de los softwares, sino del cerebro de los hombres y las mujeres que asumen sus trabajos como un acto de amor, de goce puro, de alegría desbordada.
Corresponde a los gerentes propiciar, en esas estructuras tecnológicas de avanzada, el espacio propicio para el amor, para la música, para la expansión jubilosa de los espíritus.
*Director del Centro de Pensamiento y Aplicaciones de la Teoría del Caos
guzmanhennessey@yahoo.com