Histórico

La Ley del Talión

19 de febrero de 2011

Séptimo domingo del tiempo ordinario

"Sabéis que está mandado: Ojo por ojo, diente por diente. Pero yo os digo: no hagáis mal al que os agravia" . San Mateo, cap. 5.

Cuenta la historia que la Ley del Talión ya se aplicaba en los tiempos de Hammurabi, quinientos años antes de Moisés. El capítulo XXI del Éxodo nos la describe así: "Ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, herida por herida". Yahvé pretendía enseñarle moderación a un pueblo que no conocía límites en su venganza.

Cristo viene a invitarnos a una categoría superior de humanidad, de perdón y de convivencia: Si alguno te golpea la mejilla derecha, preséntale la otra. Si alguien te arrebata la túnica, dale también la capa. Ama a tus enemigos, haz el bien a los que te persiguen y calumnian.

Este ideal nos parece inaccesible. Cristo sería un iluso, dueño de una utopía de sociedad humana, imposible de realizar en la tierra.

A quienes vivimos todavía en el Antiguo Testamento nos cuesta limitarnos a la Ley del Talión, es decir, ponerle término a la venganza. Esta constituye con frecuencia la forma normal de nuestras relaciones humanas. Se aniquila al enemigo, se le reduce a la impotencia, se busca arrojarlo de nuestros dominios. Así en la familia, en la empresa, en la universidad, en la política, en los negocios, en las relaciones internacionales.

¿Cómo rezar entonces la quinta petición del Padrenuestro? ¿Qué tal si Dios nos perdonara en la medida miserable de nuestro perdón?

Probablemente no hemos llegado a venganzas escandalosas. Pero hay venganzas y venganzas. Basta a veces pronunciar una palabra, hacer un gesto, arrugar el ceño para deshacer el prestigio del ofensor, para herirlo definitivamente. También se da la venganza elegante, sin ira, acompañada de una serena compasión por el prójimo. Así se duplica mi superioridad y el otro queda dos veces afrentado.

Había un rey dueño de un brillante de mucho valor. Decidió adjudicarlo a aquel de sus tres hijos que un día determinado realizara una acción más heroica. Después de algunos meses, los tres hermanos regresaron a casa. El mayor había dado muerte a un dragón que amenazaba a los súbditos del reino.

El segundo contó que, desarmado, había vencido a diez hombres fuertes. El pequeño habló en tercer lugar y dijo: "Salí esta mañana y encontré a mi mayor enemigo dormido e indefenso. Apuré el paso para seguir de largo". El rey se levantó del trono, abrazó a su hijo menor y le entregó el brillante.

Existe otro sabor, otra alegría que no buscamos porque no la hemos conocido. Brota del perdón y del olvido de las ofensas. Animémonos a buscarla.

(Publicado el 22 de febrero de 1981).