Histórico

La nostalgia avivó la fiesta

Decenas de carros deportivos, familiares y de trabajo fueron un vistoso regalo para la ciudad.

05 de agosto de 2012

No se pierde el Desfile de Autos Clásicos y Antiguos. Lo disfruta como un niño. Se emociona desde que ve aparecer las motos de los policías que encabezan la exhibición hasta que ve alejarse el carro dotado de escobas que, al final, pasa barriendo. ¡Y pensar que los que más le gustan son los carros nuevos!

Es Irlán Quiroz, vecino del parque de Belén. Un hombre alto y delgado que no se vio en dificultades para apreciarlo, a pesar de que muchos asistentes al certamen se instalaron delante suyo. Ni siquiera porque algunos de ellos, que llevaron butaca tal vez con la intención de sentarse en ellas, terminaron parándose en esos asientos para evitar que otros les taparan la visibilidad.

“¡Uy! Qué tal esas volquetas Kenworth de adelante, no las había visto. Y las tractomulas. Ni qué decir de esa en la que van bailando tango. Eso es lo que más me gusta, viejo”.

Una algarabía de pitos de autos y silbatos se enredaba a esa hora, poco más de las doce del mediodía, con la música tropical, al ritmo de la cual bailaban chicas vestidas con brevedad, en un automotor. Esas mujeres competían con los autos mortuorios que aparecieron en la esquina por las miradas de los asistentes: los 21 coches de la Funeraria San Vicente, cuyos modelos comenzaban en 1939.

Dignora Cañas, sin afugias bajo su sombrero de iraca, dijo que lo que más admira son las máquinas de bomberos, pero “esos mortuorios también son bonitos”. Y, sin dejar de mirar la caravana, aseguró: “más que los otros eventos, este Desfile es el que más revive nuestro valor regional”.

Ella es una de las personas que, en la Feria, solamente acuden al Desfile de Autos.

Otras son Nohemí Aristizábal y Eliana Castaño. “Nosotras no sabemos de carros, pero nos encanta verlos. Este programa conecta la ciudad”.

Frente a sus ojos, sobre un Land Rover descapotado, unos hombres disfrazados de los personajes de los Picapiedra hacían muecas al público y, en sus manos, agitaban largos huesos.

“¿Viste a los Picapiedra?”. Le preguntó Jorge García a uno de sus sobrinos que estaba montado sobre los hombros de otro tío.

Jorge ha estado en los 17 Desfiles. Suele ir con su familia y hasta con el perro, Coco.

“Me gusta la gente reunida haciendo cosas diferentes a la violencia, los autos, sus ocupantes vestidos a la usanza de la época de su coche. Mire aquellos de los 60. -Agregó:- Una vez participamos a bordo de un auto. -Dirigiéndose a uno de sus parientes, le preguntó:- Oye, Jaime, ¿qué carro era ese en el que desfilamos un día?”. “Un Ford Crestline 1954”, contestó el otro volteando un poco su cabeza para verlo. “Este papel, el de espectador, es mejor que el de participante -opina Jorge-, porque allá, entre el carro, ¡hace un calor! Aquí, a la sombra, estamos fresquitos”.

Los gritos de alegría del mexicano Víctor Vásquez Villalpando se escuchaban hasta aquí. Lleva dos meses viviendo en Medellín y no se ha perdido un solo acto de esta Feria ni se perderá ninguno de los que faltan. “Al menos no de esta que es la primera que me toca vivir”.