Histórico

"La risa, remedio infalible"

10 de febrero de 2009

Con algo de ingenuidad y mucho de razón, el portavoz de la Cruz Roja Internacional, Yves Heller, dijo que si bien está feliz en Colombia, "aún le cuesta entender lo que aquí ocurre".

Y es que entender este país no es cosa fácil. Aquí vivimos en medio de las contradicciones. Caminamos entre las paradojas. Desde la época de la Patria Boba pululan las incongruencias. Desde aquellos tiempos se inicia la cadena de las extravagancias que van desde el sainete hasta el drama. Se abarcan todos los géneros de la comedia y del dolor. Y esto es lo que en buena parte ha contribuido -como lo decía hace algunos meses un corresponsal de prensa extranjero- a que "en Colombia ningún periodista se aburra". Cada día la noticia de la mañana es aplastada por la del medio día y ésta despachurrada por la de la noche. Es una cadena de sorpresas y sobresaltos. Una representación entre el surrealismo Ionesco y el realismo mágico de Macondo.

Claro que es difícil que en los diez años que lleva Heller en el país se haya podido acostumbrar a la picaresca colombiana. No debe entender cómo los rescatados que salen de la manigua, en donde se les tuvo encadenados y silenciados, se les pase primero por la telaraña de micrófonos, antes que por los estetoscopios de los médicos. Y menos comprender que en las misiones humanitarias de rescates de los cautivos se filtren comunicadores parcializados que van en busca, más de la primicia periodística -para venderla como "chiva" a medios internacionales-, que de ejercer su labor como garantes de la reivindicación y protección de las víctimas.

Heller debe ver muy divertida la locuacidad desbordada de algunos liberados -cosa entendible después de tantos años de cautiverio, en la cual la mordaza conceptual los asfixiaba- cuando no se les da tiempo de racionalizar sus emociones. Y cuando sin empachos sueltan frases, con fuerza de metralla, para proclamar a los cuatro vientos que a Uribe le conviene la guerra y a las Farc les interesa que siga éste en el poder. Tal despropósito debe dejarle escapar una socarrona sonrisa a Heller. Y más se debe sonreír, cuando no entiende cómo en minutos se desautoriza al alto Comisionado de Paz, en medio del barullo -y hasta de la carnestolenda- del proceso liberatorio y luego se le ruega, con la aceptación reverencial del perjudicado, que siga al frente del difícil proceso de paz. Proceso sometido a tantos bandazos como a múltiples contingencias variopintas.

No es fácil entonces para Heller -y así lo confiesa- entender la forma vertiginosa con que en este país suceden y se atropellan las cosas. Desde los acontecimientos más trascendentales hasta las más pueriles. Desde lo más espinoso hasta lo más estrafalario. En donde todo es grave y poco es serio. Tendrá que ponerle mucho humor y tener mucha paciencia para poder entender cómo funcionan algunas de nuestras instituciones y determinados procesos, para que no muera de súbito ahogado en un mar de lágrimas, o en un ataque de risa.