Las consecuencias del conflicto, más graves que sus causas
El Frente Nacional y su exclusión política, la débil defensa de la soberanía colombiana, la pobreza, la inequidad, la corrupción y la injusta tenencia de la tierra, entre otros males, fueron en los años sesenta un claro aliciente para la subversión de los ciudadanos y el alzamiento en armas de otra parte de la población.
Hoy, 50 años después, las consecuencias de este conflicto han superado con creces las desgracias ocasionadas al país por las mismas causas que dieron origen a los grupos guerrilleros.
Este conflicto ha visto nacer y morir a muchos colombianos, generaciones enteras que han sufrido las consecuencias nefastas del mismo.
En 1964, según el censo poblacional, Colombia tenía 17.5 millones de habitantes, hoy el país tiene 46 millones, evidenciando que más del 60% de la población actual (28 millones) ha vivido en un país que no ha podido resolver bien ni una sola de sus violencias.
Las cifras del conflicto son de por sí elocuentes: Más de tres millones de desplazados internos; 6.65 millones de hectáreas de tierra usurpadas o abandonadas por causa de la violencia en los últimos treinta años, 12,9% de la superficie agropecuaria del país (Comisión de seguimiento y CID-UN, 2008); 48 por ciento de las mejores tierras del país en manos del narcotráfico (Contraloría General de la República, 2002); y con un coeficiente de Gini, que mide el índice de concentración de la tierra, del 0,85.
En cuanto a la tragedia de la vida, este conflicto se convirtió en un genocidio permanente. Para empezar desde el presente, en lo corrido de este año van aproximadamente 5.938 homicidios. En 2010 hubo 10.511 (Medicina Legal) y 656.782 desde 1973.
Violencia fratricida e injustificada, que ha mutado de forma tan dramática que se corre el riesgo de haber perdido ya el hilo conductor de un conflicto tradicional: mata el Estado, mata el irregular y mata el hermano al hermano. Pareciera algo sencillo: como si en Colombia cualquiera pudiera matar.
El paramilitarismo y la asociación del narcotráfico con éste, las aterradoras masacres, la parapolítica, los falsos positivos , las desapariciones forzadas, el secuestro, las tomas guerrilleras y su indiscriminada agresión a la población, los campos minados, etc., nos ponen de frente a una realidad innegable: el prolongado conflicto ha sumido el país en la desgracia y las acciones de las Farc y el Eln hoy no representan más que muerte y atraso.
Solamente el desmonte de las guerrillas, sin ninguna otra condición, sería una gran reivindicación de los colombianos para comenzar a aliviar las causas y las consecuencias de este viejo conflicto.
En las últimas semanas, desde diversos escenarios y con diferentes actores públicos y privados, sociales y comunitarios, iglesias, ONG y personalidades de la vida académica, se escuchan voces que claman por una salida DEFINITIVA y pacífica, voces que han sido reiterativas en su discurso de paz en los últimos años y que no han encontrado eco en los actores de la violencia y del conflicto.
La guerrilla debe tomar conciencia que no solo el Presidente Juan Manuel Santos está pidiendo acciones contundentes por la paz. Es el país entero que exige que cesen desde ya las violencias y se abran las compuertas de la democracia real.