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Las duras lecciones. Cómo entrenar a tu dragón 2

30 de junio de 2014

Hace cuatro años los que vieron Cómo entrenar a tu dragón pudieron darse cuenta de que no estábamos ante una película animada común.

¿En cuál de ellas, incluso pensando en las mejores de Pixar, el personaje principal quedaba en situación de discapacidad?

Era algo inédito y valiente, que sumaba complejidad a una historia entretenida como pocas y desarrollada con una riqueza visual que le sacaba todo el provecho a la tecnología para quitarnos el aliento en las numerosas secuencias de vuelo, sin por ello perder la vista de lo más importante: contarnos bien una historia.

La segunda parte de cualquier película tiene el mismo riesgo del segundo disco de un grupo musical: puede limitarse a copiar lo que funcionó en el primero (como en Shrek o en Kung Fu Panda) o puede intentar llevar por caminos novedosos a esos personajes que ya conocimos (como en Toy Story). Por fortuna, en Cómo entrenar a tu dragón 2, han escogido la segunda opción.

Lo primero es que Hipo ya no es un adolescente. Es un joven que, como la mayoría, está lleno de dudas sobre su futuro, pues, a pesar de su evidente ingenio y de que logró impulsar un cambio en su aldea, haciendo que ahora convivan pacíficamente con los dragones, no cree tener lo que se necesita para lo que desea su padre: asumir la jefatura de su pueblo.

Para evadir el compromiso, dedica tiempo a explorar a lomo de Chimuelo los territorios aledaños, lo que lo llevará a conocer a Valka, una extraordinaria jinete de dragones que lucha por cuidarlos y conservar su ambiente natural, y a enfrentarse con personajes como Drago, un terrible vikingo que cree más en el miedo que en la razón para obtener la obediencia de los demás, humanos y dragones.

Y es aquí donde las cosas se ponen más interesantes. Porque lo fácil habría sido que la historia dijera que el bien todo lo puede y que con un ingenioso plan Hipo desbaratara las acciones del villano sin que nada malo pasara o que, como él pretendía, un diálogo inspirado hiciera entrar en razón a Draco. Pero la vida no es así. Y los jóvenes como Hipo deben entender, quiéranlo o no, que así como hay brillo y felicidad, toda vida tiene un lado oscuro, donde nos vemos obligados a enfrentar la desgracia e incluso, la maldad. Una maldad que hay que combatir, porque no se puede razonar con ella.

El contenido político de esta lección no pasará desapercibido para algunos, en tiempos en que los ideales democráticos occidentales, tal y como los conocemos, están en riesgo.

A lo mejor no hay nada de eso en la película y estamos poniendo significados que el guionista y director, Dean DeBlois, nunca pretendió que hicieran parte de su obra. Pero eso es lo mejor de las películas animadas cuando tocan la excelencia. Que aparte de su belleza formal podemos hablar de ellas como de cualquier drama adulto. Que además de narrarnos una aventura, son capaces de hacernos preguntas, de confrontarnos e inspirarnos. Y todo mientras nos agarramos de la silla, cerrando los ojos detrás de nuestras gafas 3D.