Histórico

Llamado de atención a la disciplina

14 de julio de 2011

Desde la ética de la disidencia, urge reconsiderar lo que en la escuela hemos llamado problemas de convivencia. La disciplina escolar constituye, muchas veces, unos rituales de control que muestran la apariencia del funcionamiento, pero son prácticas vacías que demarcan la utilización del tiempo, el espacio, las relaciones de los sujetos, y corresponden a un sistema de estímulo-sanción que homogeniza y excluye. Los estudiantes las acatan para garantizar su permanencia en la escolaridad. El "buen comportamiento" se homologa con el silencio y el acatamiento de normas que deben cumplirse. Para ello, se recurre a acciones denigrantes como la vergüenza, el ridículo, el castigo y, muchas veces, la expulsión.

Pero, como observa Alexander Neill, estas prácticas son un respiradero de odio que agudiza los conflictos. Por su sentido autoritario, aumentan el malestar estudiantil, manifestado en conductas agresivas. Los estudiantes comparten la impresión de estar en claustros en los que, además de percibir una enseñanza que no les interesa, se les niega la posibilidad de decidir sobre sus vidas.

Observándolos, vemos cuánto ingenio hay en su forma de erguirse de la invisibilidad a la que los somete la uniformidad escolar. Sólo que, usualmente, no tenemos ojos ni oídos para ellos. Por eso, con las dificultades que signifiquen para la convivencia escolar, tienen un valor agregado: sus espíritus no han sido enteramente doblegados por la cultura escolar. Lo deseable sería que acompañáramos de forma relajada esos tramos de búsqueda.

Así que es preciso ir más allá de la incomodidad que generan algunos estudiantes en la escuela. En gran parte, su comportamiento "inadecuado" es un cuestionamiento a las reglas sin sentido, que crean en ellos desconfianza, rabia, temor y apatía. Es cierto que se necesita un ambiente propicio para el aprendizaje en el que se inscribirían factores de atención y orden, pero habría que tener en cuenta su desconcierto al no percibir interesantes el conocimiento, las normas que se transmiten ni las prácticas utilizadas para coartar sus intereses.

El control, el mantenimiento de la disciplina y la "armonía" son también ejercicio de rol y, en ocasiones, acciones arbitrarias surgidas de un estado emocional propio de las condiciones de ambigüedad, tensión, incluso, desencanto de la tarea del enseñante. Además, habría que considerar la contaminación cultural en lo referente a la sanción de comportamientos inadecuados, cuando, en caso de conflicto, con frecuencia tenemos la versión de los colegas, y desconocemos la percepción de los estudiantes.

El asunto de fondo no es mantener la disciplina, sino generar actividades que interesen lo suficiente como para que surja por el trabajo mismo y por la convicción del beneficio que generan las prácticas escolares. De lo contrario, ocurre que el maestro, controlando el aprendizaje y la disciplina, no controla ninguno de los dos.