Lluvia de flores para no olvidar
POR LAS CÁNDIDAS manos de los niños pasan los pétalos de flores que serán lanzados en la conmemoración de la tragedia de Armero.
No los han olvidado, ni los van a olvidar. La mejor prueba está en la inocencia de Tania Camila, cuya tierna edad no le permite siquiera decir con claridad su nombre.
Sus pequeños y gorditos dedos se hunden en una montaña de pétalos de rosas, astromelias, claveles, pompones y clavellinas, los mismos que despiden un aroma que se pega a cada rincón del salón comunal del Barrio Suizo. La escena tiene un toque sagrado, porque aquí "nace" la lluvia de flores que caerá sobre el camposanto de Armero, en donde 25 años atrás fueron tragados por una avalancha de lava, lodo e imprevisión 25.000 personas.
Adultos y niños participan en la preparación del acto central de la conmemoración, que se realizará este sábado, al mediodía. Los sentimientos se agitan en contravía. En tono sereno, Érika Espejo dice que "hay alegría entre el grupo, pero a la vez tristeza al evocar a un pueblo que se acabó de la noche a la mañana". Cada uno perdió allí un pedazo de su vida. En su caso, fueron su papá, tías, primos y una larga lista de amigos.
"Sentimos mucha alegría. Esto es como volver a nacer, recordando las cosas buenas", manifiesta Carmen Rosa Bedoya, mientras saca las impurezas de un montículo de pétalos de rosas rojas.
La tradición pasa de generación en generación. Por eso Deyanira Herrera tiene a su lado a la nieta, Camila, a quien trajeron de Bogotá, de donde llegan entre 25 y 30 toneladas de flores, que se transformarán en 10 o 12 bultos de pétalos que serán lanzados, en dos tandas, desde tres helicópteros de la Policía Nacional.
El trabajo comenzó a las 6:00 de la tarde del jueves 11 de noviembre y debía terminar anoche, comenta Betty Ramírez, una de las tres coordinadoras del colectivo de voluntarios. Las flores y la mano de obra llegan como aportes gratuitos, porque "nadie paga por el amor".
Orlando Sepúlveda Chávez, esposo de Betty, es uno de los promotores de esta lluvia de pétalos, que ya cumple 15 años. No siempre fue fácil conseguir donantes. Hace ocho años, por ejemplo, se fueron con dos camiones a recorrer cultivos de flores en la sabana de Bogotá. Luego de una larga jornada apenas tenían uno lleno. Justo cuando estaban descorazonados alguien les sugirió que visitaran a un productor armerita, Leonardo León, quien sin pensarlo dos veces les puso a reventar los camiones... y los sigue reventando.
"Y es todo de exportación", enfatiza Betty, dándole así una mayor dimensión a la generosidad del mecenas.
Hace cuatro años les tocó sortear otro inconveniente. A un mando de la Policía se le ocurrió decir que los helicópteros no los podían prestar, porque los aparatos "eran para la guerra". Betty ya borró el nombre de quien se lo dijo. Lo que sí tiene fresco es el ingenio del que hicieron gala. Mujeres y niños se pusieron a elaborar collares de pétalos, que luego regalaron a los visitantes. También se hicieron caminos de guadua con ramitos de flores, en los cementerios del viejo y el nuevo Armero.
La tradición está llamada a tener larga vida, pues, advierte, Gloria González, en la preparación de la lluvia de pétalos "se mezclan el dolor y el amor". En medio de tantas flores los chicos hacen sus primeras preguntas y aprenden la lección de una pujante ciudad que no han podido reconstruir en un cuarto de siglo.
La historia es circular. Dentro de 25 años, o quizás antes, es muy probable que al lado de los dedos adultos de Tania Camila ya estén los tiernos y gorditos dedos de sus hijos. Se repetirá, entonces, el ritual que honra la memoria de 25.000 armeritas que murieron en una tragedia natural, que, sin embargo, pudo haber atenuado la acción preventiva del hombre. Esa impunidad duele aquí en el nuevo Armero. Es que parece que ni el cielo responde por tanto muerto.