LO MEJOR DEL RECUERDO ES EL OLVIDO
El título de esta columna es un verso del poeta español Manuel Alcántara, que suelo musitar interiormente y que he traído a colación muchas veces en este mismo espacio, al enhebrar mis filosofías baratas.
Es cierto. Cada vez que se busca el recuerdo, lo que se quiere es olvidar. Ver cómo se van desdibujando los paisajes, los rostros, los aromas. Olvidar: una especie de eterna juventud. Se envejece en el recuerdo, para el recuerdo, desde los recuerdos.
Porque resulta que la memoria no es una facultad para recordar, sino para olvidar. San Juan de la Cruz, por ejemplo, plantea toda una crisis espiritual a partir de la purificación de la memoria por la esperanza. Noche oscura de la esperanza, más dura que la noche de la fe o que la del amor. Existe una saludable relación entre esperanza y olvido, que se vuelve malsana si es entre recuerdo y falta de esperanza.
Un ser anclado en el recuerdo es un ser sin esperanza. Regodearse en el pasado, tenerle miedo al olvido, no es una virtud. Es un pecado, un crimen de leso futuro. Desgraciadamente, la mayoría de nosotros, en lo colectivo y en lo personal, caminamos de espaldas al horizonte, aferrados al clavo caliente de unos recuerdos que no dejan avanzar. Se sacan disculpas revestidas de bellas palabras: lealtad, fidelidad, perseverancia, apego a los principios y a las tradiciones. En el fondo, miedo a olvidar. Porque después del olvido está lo nuevo, lo inesperado, la emoción. El desafío.
El apego a los recuerdos es una especie de masoquismo. Todo recuerdo es ingrato. Por eso duele, pero uno se ancla en el pasado y acaba sacándole gusto a ese dolor. Hasta el recuerdo más inocente, el más nimbado de ternura, es en el fondo la huella de una frustración. Aunque no sea sino porque al aceptar que es imposible recuperar lo perdido, queda en el alma el sabor agridulce de la fugacidad.
Existe una extraña dialéctica en el uso del recuerdo y el olvido. Cuando alguien dice "recuérdame", está insinuando un olvido. Y, al revés, cuando se solicita un olvido lo que se busca es la permanencia del recuerdo. La esgrima de ofensas y deslealtades que se advierte, por ejemplo, en el ambiente político, es parte del juego de recuerdos y olvidos. Con la triste conclusión de que un pueblo al que se le ataca (y ataja) el futuro, es un pueblo sin esperanza.
La esperanza, que es de futuro, es virtud de olvidadores. Tiene razón el poeta: lo mejor del recuerdo es el olvido.