Los 50 de una negrita sabrosa
La chocolatina Jet y su álbum cumplen 50 años. Historia con sabor.
La hache fue la primera letra. Capitular, gruesa. Después siguió la primera frase: “He aquí la más extraordinaria de las aventuras del hombre: la conquista del espacio”. El primer cromo, lámina o caramelo es un ave, sin nombre y de pico naranjado y alas blancas con terminación negra. Luego la explicación: “Desde la más remota antigüedad, y aún hoy entre los pueblos primitivos, el hombre ha envidiado al pájaro su facultad de volar”.
Ese primer álbum tiene 50 años. Lo mismo que tiene la chocolatina Jet. Porque desde el principio fueron inseparables. La negrita esa, que en la Nacional de Chocolates llaman No. 1, no salió, ni un día, sin la lámina acompañante.
“Desde 1962 que se empezó con la chocolatina, también empezaron los álbumes. Siempre han estado atados a la historia”, dice Alejandro López , jefe de marca.
El cuento es una mezcla de historias. En 1962 llegaron a Colombia los primeros aviones de turbina y eran la sensación.
Ese año, también, el gerente de la compañía, el doctor Muñoz, viajó a Bogotá, se encontró con unas máquinas viejas y se le ocurrió la idea de traerlas a Medellín, adaptarlas y empezar la producción de la Jet (sí, con el nombre del avión). “Básicamente sigue siendo la misma -añade Alejandro-. El sabor se mantiene”.
Las primeras chocolatinas las vendían jóvenes que se hacían en los semáforos. Eran artesanales y manuales. Las señoras, dice él, las empacaban en papel aluminio.
El álbum llegó con la idea de la No. 1., con tres intenciones más: un tema educativo y divertido y, por supuesto, comercial.
El más famoso duró desde 1965 hasta 2007: Historia natural. Entonces se hicieron famosos los caramelos escasos. El naranjal valenciano fue el más deseado. También estaban el jabalí, las inundaciones y los patitos.
La producción
Un golpecito suave se escucha entre esa máquina gris. Después de eso aparecen las chocolatinas, ya sin moldes, ya solitarias, ya listas.
Todo inició minutos antes. En unos tarros gigantes se mezclan los ingredientes y, entre todos ellos, que son un montón, también se refina y se hace el conchado que, explica David Alarcón , jefe de producción, “es donde se logra la evaporación de ácidos y el chocolate está a unas temperaturas de 65 grados para eliminar la humedad y lograr que la manteca y el chocolate tengan un sabor diferente”.
Luego el producto ese, que será la negrita aquella, se va volviendo más fluido, llega a los tanques de almacenamiento y a una atemperadora, para entonces empezar a ver: el chocolate se dosifica, se pesa y se moldea. Ahí es cuando cae líquido en esos moldes grandes, con la forma de las Jet.
Solo que, en cuestión de minutos, empiezan un recorrido por un sistema de vibración que empareja la chocolatina, la cava de enfriamiento y el sistema de desmoldeo. En ese momento aparece el sonido y la chocolatina detrás.
Lo demás es rápido: bandas transportadoras y máquinas envolvedoras que hacen magia: entra chocolatina empelota, se ven moverse empaques y láminas, y sale chocolatina vestida, azul, que una señoras (o señores), en un completo manejo de las manos, van organizando en cajas: las tocan y casi las tienen en sus manos en la cantidad necesaria. Aumentan dos y ya están, listas para desempacar y comer.
La cifra es de pelos parados: al día (léase 24 horas) se hacen, hace la cuenta David, un millón quinientas mil chocolatinas. Repetición: un millón quinientas mil chocolatinas.