LOS LECTORES SILENCIOSOS DEL METRO
Once personas se filaron en la estación San Antonio del metro de Medellín a leer en silencio, guardando distancia entre ellos y sin traspasar la línea amarilla. Los funcionarios del metro entraron en pánico ante el insólito hecho y, sin saber qué hacer, decidieron evacuar la estación.
Sergio Restrepo, promotor del hecho, me aseguró: "El metro entró en caos, se bloqueó como si fuera una máquina a la que le meten un código que no conoce". El personal del metro nunca se dirigió a ellos ni les hablaron ni los tocaron, solo cerraron la estación y devolvieron el valor del tiquete a los usuarios.
La intención de Restrepo es "generar reflexión sobre la ciudad que queremos: si promover un modelo de seguridad que nos controle hasta la última instancia o buscar un tránsito moderado hacia un modelo de urbanismo con decisiones personales".
Todo este asunto ha generado dos grupos: aquellos que propenden por construir una sociedad compuesta por seres humanos con autonomía moral, capaces de discernir por sí mismos; y otros inclinados a pensar que el caos social que padecemos solo puede ser soportado por un cerrojo de normas que se apliquen a rajatabla sin criterio, por humanos y para humanos incapaces de decidir ni por sí mismos ni por el bien comunitario.
Si ante el hecho del violinista me surgieron más dudas que certezas, ante los lectores silenciosos del metro, solo tengo una certeza: no se puede caer en la tiranía de la norma. La norma es una guía, y es necesaria, pero siempre tiene que haber un cerebro humano que entienda el contexto para ver si la norma aplica, y cómo aplicarla. Supongo que los funcionarios evacuaron porque ellos mismos son víctimas de la tiranía, porque las empresas tienen miedo de permitir que empleados manejen situaciones a su criterio; porque para aplicar la norma se necesita una gran dosis de juicio y madurez (inclusive para no poner en ridículo a la institución que se representa); porque la pobre educación en nuestro país está graduando memoristas de datos sin contexto ni aplicación, gente incapaz de discernimiento ni reflexión humana; porque las mismas empresas, al ver semejante pobreza de pensamiento escriben un manual que siempre será incompleto ante la contingencia humana y, al mismo tiempo, así, están promoviendo la pobreza de criterio de sus empleados.
Estamos ante un enorme reto: claro que necesitamos normas, nadie lo niega; y más que normas, humanos capaces de aplicarlas con criterio, para no caer en la tiranía de la norma, porque la norma con tiranía termina generando el efecto contrario.